domingo, enero 29, 2012

TRABAJO ILEGAL, DE ÓSCAR OLIVA

UNA REFLEXIÓNSOBRE LA FUNCIÓN POÉTICA

 Por Óscar Wong

 Desde su irrupción en el ámbito de la literatura mexicana, en 1960, los cinco poetas integrados en el grupo denominado como “La espiga amotinada”, lograron consolidarse como artistas representativos de una corriente literaria –surgida de una fuente común como es la ira y la exacerbación–, gracias al poemario La espiga amotinada, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1960. Un grupo que logró un elogio cálido del ya desaparecido Vicente Aleixandre, quien señaló que “una nueva generación se ha hecho presente, con personalidad propia en la lírica de ese país”[1].
El grupo de poetas –Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Jaime Labastida–  en su oportunidad intentó subvertir los manoseados cánones literarios y el estatismo dentro de la tradición poética mexicana de gran rigor, como señalara Miguel Donoso Pareja en 1979. En tanto grupo lograron lo que ninguno de sus integrantes pudo haber realizado desde la propia perspectiva personal: una actitud controvertible, ciertamente, donde el erotismo y la revolución, la angustia de una época se volcaron en manotazos de feroz alegría, espejos humeantes, himnos a la impaciencia, estados de sitio y compañías de combate;intentos líricos que transcenderían el realismo socialista, puesto que el ejercicio poético de estos autores era inherente al cambio de la sociedad; en este sentido el grupo se solidariza con la actitud de “Taller”, sobre todo en el deseo de trasformar –revolucionar, de hecho– al hombre y desde luego a la sociedad. Una posición inspirada, posiblemente, como respuesta a la actitud de la generación inmediata anterior, aunque de acuerdo con el juicio de Rogelio Carbajal, los poetas de La espiga amotinada se interesaron por una poesía con tema político, aunque no como consigna impuesta de forma externa[2].
Diferentes entre sí, los poetas de La espiga surgen como un grupo político-literario en una etapa crítica para el país, sobre todo si se recuerda la huelga ferrocarrilera del´58, con Demetrio Vallejo a la cabeza y que hizo coincidir, políticamente, a José Revueltas con los poetas señalados; el movimiento magisterial, el asesinato de Rubén Jaramillo, etcétera. En este orden de ideas me permito citar una vez más a Carbajal, quien analiza la década de los 60: “bajo el axioma que reza <<reprimir es gobernar>>, sucesiva y simultáneamente son destruidos los intento de organización de los ferrocarrileros, los petroleros,los maestros normalistas, los electricistas, los telegrafistas. Se destierra la sola idea de pensar en una política de masas. Se refuerza el sistema de control vertical para con la masa obrera, vigente hasta hoy en día”. Carbajal continúa explicando: “En este estado de cosas surgen poetas como los de La espiga amotinada, Juan Bañuelos, Oscar Oliva, Jaime A. Shelley, Eraclio Zepeda y Jaime Labastida, a quienes desde entonces se les ha descrito como <<socialistas>>,<<panfletarios>>. Nada más opuesto a lo que sus textos nos permitendescubrir”.
Observado desde la perspectiva del tiempo, el surgimiento de este grupo fue importante porque permitió exponer, líricamente, la voz de una denuncia y, sobre todo, las esperanzas de una generación atormentada por la impotencia, la cólera y, acaso, la frustración de no llegar hasta las consecuencias últimas, pese a la exacerbación que del oficio hicieron: la poesía al servicio de la acción, del cambio brusco, a saltos, como postulaba el marxismo revolucionario. Para confirmar lo anterior conviene resaltar las acciones político-sociales realizadas por estos escritores. Bañuelos y Oliva, durante el surgimiento del movimiento neozapatista, se manifestaron a favor de los alzados, en tanto que Zepeda,finalmente, optó por aceptar el cargo de Secretario de Gobierno durante la gubernatura de Robledo y Ruiz Ferro. Oliva también aceptó un empleo público en el gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía. Lo anterior es demostrativo de que ética y estética confluyen en la vida y obra de estos escritores chiapanecos.
A los 75 años. Óscar Oliva permanece en Chiapas, enfrentado a un padecimiento severo de salud, por eso se vuelve oportuno poner en la mira su función lírica, tan singular, renovada siempre. Irreverente y coloquial, la obra poética de Óscar Oliva va más allá dela vitalidad cotidiana. Sus poemarios más recientes Escuchar el mundo (2000), Lienzos transparentes (2003) y Estratos (2011) lo confirman puesto que busca un replanteamiento de su expresión. Cierto: a un poeta como Óscar Oliva es imposible marcarle límites, determinarle un cauce lírico, definirlo. No en estas líneas. Cuando mucho, luego de una lectura atenta de su obra“completa”, denominada Trabajo ilegal (1960-1982)[3],se pueden detectar algunas situaciones, registros de su voz, matices. Y nada más, pues tal es la densidad de ese universo lírico al que la poesía de Oliva deviene de la zozobra cotidiana y que marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica[4],es tanto como pretender encerrar su corriente emotiva en un río que, desde la razón heracliteana, no es el mismo.
Cierto: el trabajo de Óscar Oliva[5]está marcado por algunas mojoneras que pretenden circunscribir sus intenciones,pero que de ninguna manera lo limitan. La voz desbocada[6],Áspera cicatriz[7] y Estado de sitio[8],se fusionan ahora para dar paso en una nueva relación poética –no de manera cronológica– a este poemario, Trabajo ilegal (1960-1982), que ahora comento. Siento que en este volumen hay mucha mayor “violencia organizada”, como refería Juan Bañuelos en esa declaración de principios de su obra inicial, que en la propia tarea lírica del citado Bañuelos. Y es que la iracundia verbal de Oliva da paso a la ternura, a las circunstancias sociopolíticas e históricas. Oliva es un cronista que describe recuerdos e invocaciones, pero también observa, muy de cerca, el propio oficio poético, lo cual me interesa destacar. Ya en La voz desbocada se palpa ese sentimiento que se desgarra en el afán de expresión y comunicación (y comunión si se quiere) con los seres y las cosas. Si Áspera cicatriz, en tanto libro independiente constituye el dialogar de los sentidos con los sucesos y acontecimientos sociales, como dije ya en otra oportunidad en el suplemento cultural que dirigía Luis Spota[9],
Estado de sitio es poesía volcada sobre el espacio literario. A pesar de su enorme contenido político y su intencionalidad amorosa, constituye una constante introversión sobre la problemática de la palabra, de su función y ejecución. Poemas reflexionados, indiqué. Poesía refleja que marcha a la par –en su propio corpus semántico– de su proyección y concreción. De esta manera en Estado de sitio, incorporado en forma temática a este Trabajo ilegal, la imagen se multiplica en su propio reflejo, frente a la realidad histórica. Erótico y sensual, Oliva vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido al incorporar al poema elempleo de flechas, círculos y otros símbolos comunicativos, pictóricos ytipográficos. Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo dela prosa, sacrificando muchas veces la imagen. El verso es largo, como versículo; de esta manera, su respiración se vuelve más densa. Las enumeraciones, por otra parte, son golpes, peñascos que caen y golpean con violencia.
En su conjunto, Trabajo ilegal es demostrativo de lo anterior. Lo novedoso, aparte de agregar nuevos poemas, es la relación que adoptan sus libros anteriores, esfumados prácticamente en ese hermoso objeto que es este libro, diseñado por el pintor Rafael López Castro. Trabajo ilegal, independientemente de sus contenidos sociopolíticos, insisto, representa la reflexión sobre la función poética. Una poesía que se vuelve hacia sí misma, como el propio autor lo advierte en el epílogo, que se consume y recomienza en un eterno derrumbarse para de nuevo volcar sobre la página. No es gratuito, en este sentido, ese epígrafe (“oye nacer el trueno del derrumbe”) con que abre sus páginas, tomado del tercer canto de la segunda parte de ese poema monumental, Muerte sin fin, de Gorostiza. El estruendo es total. Evolución e involución poéticas, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra. “Oye nacer el trueno del derrumbe,/ óyelo arrastrarse del otro lado de la palabra,/ de aquella que no se ha escrito ni pronunciado,/ la que nos duele antes de pensarse,/ la que no tendremos jamás./ Oye mi nacimiento en esa palabra,/ óyeme sin piel tratando de hablar,/ golpeando los dientes desde adentro,/ abriendo las quijadas con un palo/ para caer de cabeza con un alarido/ a los pies de estas palabras maltratadas./ Tus manos reciben ese nacimiento./ Daremos esa luz que nadie ha dado”.
[1] Por supuesto que se refería a México. Cf. la solapa del libro Ocupación de la palabra. Nuevos poemas de La espiga amotinada, FCE; México, 1985
[2] Véase el artículo “Poetas mexicanos recientes ¿los jóvenes, los mejores?” en Plural,89, segunda época, febrero de 1979
[3] Editorial Katún, Méx., 1985,328 pp.
[4] V. Poesía en movimiento, Siglo XXI Edit., Méx., 1966: 6
[5] Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, enero 5 de 1938
[6] En La espiga amotinada, FCE,Méx., 1960
[7] En Ocupación de la palabra,FCE, Méx., 1965
[8] Premio Nacional de Poesía 1971, Edit. Joaquín Mortiz, Méx., 1972
[9] V. “Oscar Oliva: un poeta que se avizora a sí mismo”, diciembre 14 de1980

miércoles, enero 25, 2012

4079, EL AÑO DEL DRAGÓN






Por Óscar Wong





Empieza a perfilarse el dragón de agua, puesto que el 23 de enero inició el año 4079, dedicado a esta imagen fabulosa. El dragón es signo de abundancia, fertilidad (la misma fuerza de la naturaleza, representada por los 5 elementos). Personifica abundancia, fertilidad. Es renovador de la energía vital (“chi”) y por lo tanto sacudirá con fuerza todo lo que debe removerse, acaso por ello algunos augures pronostican catástrofes, debacle económica y política incluso. Hay quienes añaden el fin del mundo a finales del año 2012 (aunque el ciclo del dragón de agua, preciso, concluirá el 9 de febrero del 2013, año destinado a la serpiente, considerada como un bebé dragón). Conviene recordar que un nacimiento involucra dolor y alegría, pero en el fondo todo se vuelve positivo. Así pues, no hay que temer al dragón, porque aunque es símbolo de fuego, primordialmente, el agua aplacará esa furia.

Este mítico icono fue adoptado en China desde lejanos tiempos como emblema del Este y tal adopción podría constituir un reconocimiento al lugar de su origen. Según mis ancestros chinos, esa legendaria bestia originalmente fue un tótem entre los pescadores de la costa oriental del continente. No debe asombrar que el mito surgiera en una tribu de marinos, quienes desde tiempos pretéritos advertían un presagio de tormenta al observar las nubes alargadas, rasgadas por el viento, en lo alto de un cielo claro (si alguien con imaginación contempla tales nubarrones, notará que son verdaderos dragones volando velozmente por el firmamento). Las lluvias torrenciales y los vientos inclementes indicaban que esos reptiles alados de la víspera arrastraron tras de sí la tempestad. “Y, ¿qué puede hacer una tribu primitiva con un ser tan poderoso como para disponer de nuestras vidas, que no sea reverenciarlo como a un dios?”, se preguntan los redactores del No. 49 de la Gaceta de la Comunidad China de México (enero-febrero de 1988).

La misma publicación destaca que en 1115 a. C., Zhou Gong Dan, hermano menor de Wu Wang fundador de la dinastía Zhou del Este, y por tanto tío de Cheng Wang, el nuevo emperador, marcha al oriente para sofocar la rebelión de Wu Geng, hijo del emperador de la dinastía Shang, y ampliar los dominios de la antigua China. Después de tres años vuelve victorioso a la capital y trae el nuevo conocimiento de un animal sobrenatural, valioso para el pueblo campesino, capaz de acarrear la lluvia y hacer las tierras productivas: el dragón. Paulatinamente la gente empieza a olvidar a Fei Lian, el Conde del viento, a quien anteriormente le pedían la lluvia. El dragón fue tomando símbolo de poder y grandeza; representa las mejores virtudes del hombre, por eso a partir de la dinastía Ming los emperadores fueron considerados “hijos del cielo” (dragones con forma humana) y la elegante figura de esta fabulosa criatura se convirtió en el signo de identificación de China, la más vasta y antigua cultura del mundo y del más poderoso imperio del medioevo.

En el libro Dragones (Skiros, Méx., 2009), D. J. Conway explica que esta figura es representada como serpientes enormes (sin alas y con alas); muestran dos o cuatro patas, con colas puntiagudas en forma de punta de flechas. Algunas historias agregan cuernos enroscados, otros, antenas largas como las de las polillas; en el ámbito occidental, la palabra dragón proviene de la palabra griega drakon y del latín draco. “Drakon proviene de un verbo que significa ver, observar o, posiblemente, destellar.” (Conway, op. cit.: 11). La escritora continúa analizando esta relevante figura mítica:

En la astronomía, la antigua constelación de Draco está en los cielos del norte y se tuerce en un patrón curvo entre la Osa Menor y la Mayor. Termina en la Cabeza del Dragón, un trapezoide de cuatro estrellas. La estrella Draconis es una doble estrella brillante. La constelación probablemente ha cambiado durante los milenios y pudo haber sido una vez la estrella polar con la cual estaba alineada la pirámide de Keops”. (op. cit.: 19). Además comenta la autora que esta figura también está ligada a la alquimia (la materia, el cuerpo físico) y al inconsciente (según Jung los alquimistas imaginaban al dragón alado como hembra: el dragón de agua personificaba el yang abrazando al yin, como crecimiento espiritual equilibrado). En el simbolismo taoista chino –precisa Conway–, el dragón era visto como “el Camino”, es decir, el portador de cambios eternos. A menudo era representado como el guardián de la Perla Ardiente, o la perfección espiritual. Joseph Campbell también habla del dragón o serpiente alados como el equilibrio entre la Tierra y el Espíritu. Para los chinos, el dragón era un poderoso símbolo de la suerte y el poder. Se usaban amuletos de plata en forma de dragones para obtener estas cualidades” (Dragones: 17).

La autora norteamericana, de ascendencia irlandesa-germana con raíces indígenas, exterioriza que el dragón con patas se asocia con la creación o con el acto de generar vida. “En todo el mundo se relaciona a la Diosa o Gran Madre con serpientes, dragones y espirales. Como el gran dragón ballena, Ishtar, que causó la inundación catastrófica que hizo posible que se desarrollara un nuevo orden de seres humanos. Tiamat de Mesopotamia era la dragona creadora Madre de cuyo cuerpo surgió el cielo y la Tierra. En todo el mundo, los dragones y las serpientes son símbolos de la fuente de energía de la vida, la sanación, los poderes proféticos, la fertilidad y la bendición maternal” (op. cit.: 19). Conway recuerda que H, P. Blavatsky expone en sus libros que el animal del cual nos ocupamos es un signo muy antiguo de la Luz Astral o el Principio Primordial. Esto significa que en el caos siempre hay sabiduría, incluso si la gente no puede verla. El dragón representa además la regeneración psíquica y la inmortalidad. “Quizás las historias que insistían en que los dragones tenían debilidad por las vírgenes simplemente significaban que la búsqueda de la sabiduría y la verdadera inocencia del espíritu eran rasgos que atraían a los dragones” (op. cit., ibid.).

“En algunas culturas, a los iniciados se les llamaba dragones o serpientes. Los sacerdotes de Egipto y Babilonia se hacían llamar los Hijos del Dios Serpiente o los Hijos del Dragón. Incluso los druidas de los celtas hablaban de ellos como serpientes”. El tema también es abordado por Anne Baring y Jules Cashford en El mito de la diosa (Méx., 2005). Por supuesto que el dragón no puede ser catalogado como maligno, pese a que su figura fue anatemizada por la Iglesia judeocristiana en un intento por acabar con las antiguas creencias, con la antigua sabiduría de la diosa Madre. Muchas deidades y símbolos ancestrales también fueron vinculados con el demonio (llamándolo Dragón), incluso el dios Pan y el dios Cernnunos fueron señalados como Satán.

Pero, qué ocurre con la Poesía en este año del dragón? Recordemos, en principio, los orígenes de la poesía como secreto extraviado o rito antiguo, ancestral, experiencia y testimonio ante la hoguera, recuerdo de una fe olvidada, derrumbada por la hostilidad del universo que nos circunda. Solitario inadaptado, el poeta es la fiera que acosa al rebaño. A veces, hace estragos en el redil, aunque no es por hambre, sino porque ama la libertad y la soledad le pesa como castigo. El Poeta, con su obra, revela que es peligroso dormir sin soñar, por eso desata el terror y limpia los pecados del mundo con la sangre del cordero, como sugiere Gonzalo Arango. En este ceremonial terrible, el Poeta es, también, Adán en el primer día del mundo, el druida con su bastón de mando, ordenando a la naturaleza.

El vidente, el sabio, el vate; el mago, el hechicero develando los secretos de la existencia. He aquí la imagen del Juglar que surge de esa concepción mágica tan para los mitógrafos. Y es que no se puede concebir al Rapsoda de otra manera. Robert Graves explica dos clases de pensamientos que ocurren en la poesía: el proléptico (considerado memoria del futuro, instinto o intuición) y el analéptico (recuperación de acontecimientos perdidos); es evidente que en el acto poético se suspende el tiempo y con frecuencia se recuperan detalles de la experiencia futura, con lo cual se explica la presencia de la Mnemosine o Memoria. Producto del singular matrimonio entre el Cielo y la Tierra, el Hombre deviene en espíritu terrenal, una entidad anómala que evoca con frecuencia sus orígenes divinos, aunque tenga bien asentados los pies sobre la Tierra. Esta contradicción explica a todos los seres sensibles, con lo cual el artista se vuelve un ser privilegiado. Su función social consiste en cantar una historia, trastocar el mundo, revertirlo. Develarlo. Husmear, hurgar, expresar lo más turbio o lo más angelical de la humanidad. Octavio Paz explica que el Poeta es una criatura caminando con los ojos vendados a la orilla del abismo (Véase El arco y la lira, Méx., 1970, 1ª. reimp.).

Siempre en situaciones límites, el artífice, el hombre sensible se aparta de la normalidad y desafía riesgos y peligros. Seguramente por ello una tríada irlandesa del siglo XIII destaca esta sentencia: “Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta” (Cf. Robert Graves, La diosa blanca, Barcelona, 1986). La Poesía es Revelación, sensibilidad, emoción. Pero también es producto de la inteligencia. En este equilibrio reside, justamente, su peculiaridad y energía, su dinámica interna: la Poesía no puede concebirse como el simple ejercicio escritural, aunque para llegar a ella se tenga que partir de la Palabra. Una condición adámica: designar a las cosas, proclamar las emociones. Y aquí es prudente insistir en otro principio mítico: el mundo es creación lingüística. Con la Palabra se hicieron los mundos, con la Palabra oramos, bendecimos, amamos. La Poesía es bendición, un buen decir. Lo contrario es adentrarse en territorios oscuros, es descender, precipitarse a los abismos. El Poeta no es ese ángel caído, aquel dios oscuro despeñado a las regiones densas, groseras, de la terrenalidad, aún cuando Huidobro recuerde su viaje en paracaídas, su descenso a la Tierra (Cf. Altazor, Barcelona, 1931.).

El Poeta descubre una nueva existencia a través de la emoción profunda, y la revela -es decir, instaura la contemplación, según Heidegger- con todos los medios verbales posibles; esta es su función social (si queremos utilizar esta expresión más usual para los lectores); por ende, se considera que la Poesía, la literatura por extensión, constituye una refiguración de la realidad, sobre todo si se parte del concepto de lo particular, según la antigua estética marxista (Lukács, principalmente) denominada ahora ideológica. El verso, ciertamente, es el sonido armónico con significado. La cadencia rítmica se consigue con la acentuación, las pausas y cesuras, los encabalgamientos. El Silencio habla en Poesía, representa, instaura, funda una imagen sonora con un valor determinante.

El Poeta expresa reminiscencias emocionales a través de la Palabra, develando lo que a los ojos profanos puede parecer oscuro e impenetrable. Sonido, representación, significado: las palabras como entidades sonoras: símbolos, recuerdos compartidos. Nombrar, después de todo, es el primer gesto creativo. Por lo mismo, el Poema no es el simple conjunto de líneas resonantes, sino un estado de ánimo profundo, una imagen develadora que condensa la conducta cotidiana. Es decir, entramos en el ámbito de la Revelación. Pensamiento emocional, vivencia exaltada y cántico significado asumiendo un valor, una categoría universal. Es evidente que en este orden de ideas el símbolo no es más que una calidad, un suceso con un valor primario único, absoluto, pero que parte de la causalidad natural y se carga de significados múltiples.

Los mitos, por supuesto, involucran a la Creación Poética. Por lo mismo, el conde del viento o Fei Lian; para mí es un elemento substancial no sólo en mi poesía sino en la vida cotidiana. El viento me remite al hálito cósmico, al espíritu celestial, a los ocho trigramas que aparecen combinados en el I Ching de mis ancestros. Es esa dimensión donde se esparce la voz poética, donde surge la Luz (“para cantar escucho el ritmo lento del silencio,/ para amar me sumerjo en el vacío”, dije en su momento). Recordemos, en principio, los orígenes de la Poesía como secreto extraviado o rito antiguo, ancestral, experiencia y testimonio ante la hoguera, recuerdo de una fe olvidada, derrumbada por la hostilidad del universo que nos circunda. Después de todo, reconozco que “yo desperté a la serpiente,/ yo vi temblar al unicornio,/ yo desaté al dragón enfurecido”.