domingo, diciembre 23, 2012


FOBIAS Y TEMORES: HACIA EL NUEVO FIN DEL MUNDO

 

Por Óscar Wong

 

Miedos, fobias, terrores ante lo desconocido. Arquetipos que vuelven de manera recurrente ante un cambio de ciclo. La humanidad, la misma y distinta, enfrentada a su destino. El miedo al fin del mundo es periódico, reiterado. Ayer, por ejemplo, 21 de diciembre, inicio del solsticio de invierno, según algunos iluminados, debió concluir el ciclo del planeta Tierra. Pese al adelanto tecnológico de nuestra época, a los descubrimientos científicos, el paralelismo entre el año 1000 y el siglo XXI persiste: miedo a la miseria, a los seres que se diferencian del común de los individuos, temor a las epidemias, a la violencia. La sociedad sin comprender aún el por qué de su presencia en la Tierra. Seres endebles, temerosos y hostiles ante lo que no se entiende. Temores contemporáneos como surgidos del medioevo. Hombres de la pos modernidad ante una visión medievalista.

            Georges Duby, a través de la entrevista, responde a una serie de preocupaciones en el volumen denominado Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos (Edit. Andrés Bello, Santiago, Chile, 1995, 141 pp.). El libro, significativo por su lenguaje accesible, surge luego de una serie de conversaciones con los reporteros Michael Faure, de L Express, y Francois Clauss, de Europa I, respectivamente. Ahí radica, precisamente, lo valioso del texto, porque el autor reflexiona a partir de la serie de interrogantes y cuestionamientos que los periodistas le plantean. Conocimiento y expresión se concilian para darnos una visión del mundo muy clara. El bagaje cultural no es impedimento para que disfrutemos de lo que aquí se aborda.

La interrogante que precisan los editores es exacta: "¿Para qué escribir Historia si no ayudamos con ella a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades cotidianas? Explorar las mentalidades de antaño os permite afrontar con mayor lucidez los peligros de hoy". Porque es evidente que diferencias y semejanzas entre las concepciones del mundo de las sociedades contemporáneas y las de la época medieval no sólo contrastan, sino que además repercuten directamente en los comportamientos presentes. Quizá el marco religioso haya cambiado, tal vez la manera de observar la realidad cambien, pero la realidad persiste: la supervivencia del ser humano es la misma, las necesidades de conseguir el alimento, la salud y la vivienda continúan. Siglos de buscar la comodidad de la civilización no han servido para destrabar al individuo de los miedos y fobias que aún subyacen en lo más profundo de nosotros mismos. Por algo el anómalo matrimonio del Cielo y la Tierra ha producido a un ente extraño, con sus raíces en la tierra y su mente en los altos parajes. El hombre es, continúa siendo, un contrasentido, un ente contradictorio. Endeble y sumiso, poderoso y rebelde.

No ha bastado salir de un marco religioso, donde la Iglesia ofrecía los parámetros para que el ser social se desenvolviera. La libertad, aparentemente conseguida por los actuales seres humanos, se contrapone a la terrible soledad que embarga a la humanidad occidental. Los paralelismos se advierten en los grandes apartados en que se divide el libro que me ocupa: El miedo a la miseria, El miedo al otro, El miedo a las epidemias, El miedo a la violencia y El miedo al más allá. La introducción es determinante, puesto que busca reflexionar brevemente sobre los "Miedos medievales, miedos de hoy, ¿un paralelismo legítimo?". En efecto: de acuerdo con la vieja concepción de que la historia es la gran maestra de la vida, podemos concluir que los seres humanos somos pésimos estudiantes. El conocimiento, la experiencia de las sociedades, nada nos han ofrecido. Continuamos tropezando con las terribles piedras de la mente humana, de lo que algunos denominan superestructura, inamovible porque guarda los miedos y temores.

La peste embargada de terror a los hombres medievales. El Sida y otras enfermedades nos paralizan. Un leproso era un hombre marcado por el dedo divino. Un seropositivo es, ahora, producto de la perversión sexual. Tabúes, esquemas mentales inamovibles, al concluir el siglo XX y que se extiende a las primeras décadas del siglo XXI, agregaría. El miedo a no tener un pan qué llevarse a la boca persiste. Aunque la gran diferencia es la solidaridad, según Duby, del señor feudal, quien compartía sus graneros con sus hombres, frente a la indiferencia de los grandes hombres de negocio de la actualidad. Muchos empresarios y productores prefieren derramar litros de leche por un problema de precios a obsequiarlos a las comunidades marginadas.

El temor al otro no solamente responde a las diferencias de pensamiento y de modos de ser. Herejes y judíos frente a los cristianos, quienes abusaron de su condición de fieles seguidores de una fe, precisamente en nombre de un Dios celoso y de una Iglesia represora. El hombre del siglo XXI mantiene su actitud vejatoria, y muchas veces persecutoria, de quienes se muestran diferentes o diversos. Homosexuales vejados, negros y amarillos, aspectos sociales y hasta intelectuales, partidistas, confluyen para ejercer un grado sumo de intolerancia discriminatoria. Georges Duby, con lenguaje sencillo, da pelos y señales. Aborda nombres, esquemas sociales, da pormenores de una mentalidad medieval que persiste hasta nuestros días. Las actitudes son las mismas, porque no sabemos seres transitorios, concatenados al tiempo y al espacio, a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. Eso, muchas veces, dispara los miedos y fobias.

La humanidad, pese a lo que se pretende, no tiene memoria colectiva. Hay algo, siempre, extraviado. Por eso la insistencia en buscar una referencia, un dato para archivar. Para que nos ofrezca una raíz, aunque esta raigambre sea endeble. Datos, cifras, estadísticas. Pero el hombre no avanza. Siente, en el fondo de sí mismo, que hay algo inamovible: el sentido de transitoriedad. Una actitud paradójica: cúmulo documental frente a lo etéreo de su raíz. Georges Duby lo precisa: "Nuestra sociedad está inquieta. Lo prueba el hecho mismo de que se vuelva decididamente hacia su memoria. Nunca hemos conmemorado tantas cosas. Todas las semanas se festeja aquí y allá el aniversario de algo. Este apego al recuerdo de los acontecimientos o de los grandes hombres de nuestra historia también ocurre para recuperar la confianza. Hay una inquietud, una angustia, crispada al fondo de nosotros".

La violencia citadina de nuestras urbes, las violaciones a mujeres y niños, son recurrentes. Las hordas de jovenzuelos en el medioevo, buscando ocupar en algo su tiempo nos remiten a las bandas juveniles. Las sectas religiosas y satánicas frente al terror al más allá. ¿Y dónde queda, entonces, la aplicación de la enseñanza científica en nuestras escuelas? Dios no es el centro del Universo ni la Iglesia su servidora y ejecutora. Y el esquema religioso de nuestra concepción del mundo permite ciertas libertades, pero en el fondo hay un pensamiento oscuro, terrible, de miedo pánico: el futuro del alma.

"De tiempo en tiempo, una catástrofe natural nos recuerda que el hombre, a pesar de todo el poder que ha conseguido con el desarrollo de las ciencias y las técnicas, sigue siendo impotente ante las fuerzas de la naturaleza" (p.138). Tal vez no importe tanto la amenaza de excomunión, pero continúa la injerencia de las iglesias cristianas ante el aborto y las preferencias sexuales. Incluso sobre la manera de concebir nuestro derecho a elegir a los gobernantes. Lo interesante, e inquietante, de Año 1000, año 2000, es que ofrece el origen de muchas de nuestros problemas, como el de la violencia, originada en los siglos XI y XII, cuya deporte era la guerra, incluso los simulacros a través e los torneos: Pero también nos permite advertir algunas imprecisiones, ideas equivocadas que se tiene, sobre todo al enfrentar el final de siglo mil. Algunas historias literarias nos remiten al terror ante el nuevo siglo.

Duby precisa: "Los terrores del año mil son una leyenda romántica. Los historiadores del siglo XIX imaginaron que la inminencia del milenio suscitó una especie de pánico colectivo, que la gente moría de miedo, que regalaba todas sus pertenencias. Es falso. Contamos, de hecho, con un solo testimonio. Escribe un monje de la abadía de Saint-Benoit-sur Loire: "Me han dicho que ene el año 994 había sacerdotes en París que anunciaban el fin del mundo". Este monje escribe cuatro o cinco años después, justo antes del año mil. <<Son unos locos>>, agrega. <<Basta abrir el texto sagrado, la Biblia, para ver, Jesús lo dijo, que nunca sabremos ni el día ni la hora. Predecir el futuro, afirmar que ese acontecimiento aterrador que todo el mundo espera se va a producir en tal o cual momento, es atentar contra la fe" (p.20). Magos y videntes, aún en nuestros días, pretenden abordar el futuro de la humanidad. Sectas fundamentalistas pretenden armar, o rearmar, un esquema ideológico religioso. El futuro aterroriza. Los riesgos ante una humanidad desprotegida en virtud del rompimiento de la capa de ozono; el pánico de que la hambruna posea al hombre contemporáneo, de que la contaminación rebase todo límite posible y las cucarachas se apoderen de la Tierra, como último reducto de la vida.

La peste medieval por la carencia de higiene, las falsas concepciones del mundo, los escasos conocimientos médicos quedan en el recuerdo aparente. El riesgo de una pandemia por el Sida, el temor a quienes tienen otras preferencias sexuales, los riesgos de una confrontación bélica siguen retirando el sueño a muchas personas en la actualidad. Por eso se recurre a los horóscopos.  El mundo progresa a niveles tecnológicos. La Luna no es una idea poética, sino un mundo explorado por el ser humano. "Un pequeño salta para el hombre, pero un paso gigantesco para la humanidad", según la conocida frase del primer hombre en nuestro satélite. La violencia medieval ante la violencia entre judíos y palestinos.

Nada nuevo existe bajo el sol, nos enseña el libro que comento. Tal vez modalidades, comportamientos, actitudes. Pero el pensamiento oscuro es el mismo. El miedo al fin del mundo perdura hasta hoy. El temor ante la violencia, frente a los seres diferentes persiste. ¿Dónde la enseñanza de la Historia?, ¿qué visión nos ofrece el transcurrir de los siglos? Los ritos son esquemas repetidos, reiterados. Comportamientos que una y otra vez concurren y recurren. Pensamientos medievalistas en las sociedades orgullosamente pos modernistas. Pero biológicamente el hombre es el mismo. Quizá haya modificado su manera de vestir, tal vez haya mejorado en algunos aspectos su modo de vida; las comodidades fluyan. Pero el miedo acecha. El temor a la oscuridad, pese a la racionalidad, aflora en el momento menos pensado.

Año 1000, año 2000 es la recurrente exploración del hombre frente a sí mismo. Un espejo repetido, reiterado. Haz y envés de lo mismo. Velados, o develados, el individuo es un reflejo más. Seres atados a la caverna platónica. La realidad compartida, difuminada ante la solitaria visión del mundo. El espíritu de la época retrocediendo, y coincidiendo, en las mentes del siglo XX. La red de internet nos expande el conocimiento informativo, pero no ofrece la flor luminosa del conocimiento como transformación individual. La democratización de la enseñanza-aprendizaje actual, frente a los frailes copistas, detentadores de la cultura. Pero el miedo acecha y asoma. Milenarismos, new age, fobia ante el judaísmo, desprecio ante las sectas religiosas. He ahí el vínculo del desarrollo del individuo. Origen y Torre de babel. Génesis y dispersión. Tal vez en el siglo 3000 continuemos buscando el espejo oscuro que continuará reflejando la mueca del hombre medieval ante la inminencia del fin. La historia, como gran maestra de la vida nos enseña que el hombre se encuentra extraviado en sus miedos y terrores.