martes, febrero 12, 2013


POESÍA E ILUMINACIÓN

 

Por Óscar Wong

 

 

Robert Graves realiza una contundente defensa de la figura del Bardo, su función y expresividad. También analiza la relevancia de la Mujer, como Musa y Creadora, la exaltación emotiva que lleva a la magia de la manifestación lírica (La diosa blanca, Barcelona, 1986).  A partir de los mitos celtas y hebreos, principalmente, el poeta advierte la visión mágica del mundo, presente en las teorías milenaristas de la época actual. “Un mito es siempre simbólico; por esto no tiene nunca un significado unívoco, alegórico, sino una vida encapsulada que, según el terreno y la savia que la nutre, puede estallar en los más diversos y múltiples florecimientos. Es un suceso único, absoluto; un concentrado cuya potencia vital es de otras esferas distintas a la nuestra cotidiana, y como tal derrama un aire de milagro en todo aquello que lo presupone y se le asemeja”, precisa Pavese (El oficio de poeta, Méx., 1994: 52).

Es evidente que en este orden de ideas el símbolo no es más que una calidad, un suceso con un valor primario único, absoluto, pero que parte de la causalidad natural y se carga de significados múltiples. Los mitos, por supuesto, involucran a la Creación Poética. Poeta, Musa, Inspiración y Expresión tienen una íntima relación. La mitografía es clara al respecto: partiendo del Poeta como Adán en el primer día del mundo, se advierte la condición sagrada de la Palabra, del Logos hecho verso. El Poeta es quien da nombre a las cosas, otorga sentido a los sentimientos y pensamientos. Es Taliesin, el druida que convoca a la naturaleza y es capaz de desatar un vendaval gracias al conjuro poético. Una cuarteta mágica provoca heridas mortales, llena el rostro de granos y lleva a los falsos bardos a proferir incoherencias. Como auténtico rey sagrado, al igual que Jesús ordenando a las aguas a detenerse, Taliesin es un sacerdote, un hombre con un poder sobrenatural y un conocimiento que debe ser preservado para que los profanos no lo manoseen. Taliesin y Adán: dos personajes que establecen el vínculo iluminador de la Creación. Si consideramos que la Palabra es sagrada y por lo mismo tiene poder, es evidente que esto se manifiesta en la Poesía en tanto Revelación.

El mito anota que entre Dios y los Ángeles se encuentra el Hombre, esa criatura con los atributos de la divinidad, encerrado en un cuerpo material, gestado a través del polvo. Adán y Lilith, la pareja primordial, que fueron creados varón y hembra, utilizando el polvo terrestre (Adán, significa formado de Tierra), simbolizan también a la diosa y su consorte, representan los intentos del planeta por formar a la humanidad; por algo el mito considera a tres esposas de Adán. Pero el ángel más alto se sintió molesto por la presencia de esas criaturas que yacían en el Jardín del Edén, aunque hay versiones que indican que la rebelión surgió en virtud de que el mismo Todopoderoso le insistió para que se prosternara ante estos nuevos seres, a lo que respondió: “¡Cómo un hijo de la Luz va a postrarse ante un hijo del lodo!” (Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos, Madrid, 1988, 1ª. reimp: 74-75). Un tercio de las divinidades angélicas se enfrentó a las huestes del arcángel Gabriel, pero fueron derrotados y derrumbados a los abismos. La tradición druídica refiere que el alma es inmortal, cuya procedencia es el Annwn, un lugar que podría considerarse en tanto preexistencia. La misma escritura parte de tres rayos de luz          ,     -        similares a las siglas JHWH. Hebreos y celtas hermanados en este proceso de iluminación poética. El aspecto genésico es similar: Logos u                 : la Palabra deviene en Escritura sacra que debe resguardarse de los ojos profanos. Veamos las versiones correspondientes de esta sacralidad lingüística: apunta el mito hebreo que Adán y Lilith retozaban cuando llegó Samael para reclamarle a Elohim su proceder. Dios le dio la oportunidad a este ángel luminoso para que les diera nombre a los animales y no pudo. Adán, con apoyo celestial, consiguió designarles el nombre correctamente. Este inicio es de gran trascendencia, porque el Poeta, al igual que Adán, nombra por primera vez las emociones a través de símiles y metáforas. La condición adámica se repite en cada Poeta. Su función es otorgarle nombre a las cosas. Recordemos también que el atributo divino del Amor, el Conocimiento y la Verdad se encuentran inmersos en la escritura, en el Logos, el cual puede resumirse originalmente en el Nombre sagrado y que por lo mismo no puede revelado ni escrito ni pronunciado: JHWH. Graves indica que los dedos de la mano tenían un nombre y una función; también representaban letras y servían para expresar el secreto bárdico.

Esto se hacía utilizando dichos signos, a la manera del actual lenguaje de los sordomudos. De esta forma transmitían el nombre mágico, consagrado y jamás revelado. En el Logos reside la verdad, por algo en Salem, la tierra de Melquisedec, la antigua Urusalim, radicaba la Palabra. Sonido mágico, ritualista, donde el significado también deviene en Iluminación. En la actualidad el Poeta sólo evoca esta tradición de manera intuitiva. Vivencia humana o expresión del mundo, lo sagrado como experiencia primordial, o como el orden que sigue el mundo, todavía prevalece en la óptica de muchos Poetas. Espacio sagrado, el Misterio, lo numinoso e intocable como la materia telúrica donde tiene lugar la Poesía, lo indecible que se refleja en las unidades rítmicas de manera contundente. El estado psíquico y afectivo combinándose en la naturaleza del lenguaje y que revela los diferentes sentidos del pensamiento emotivo, sensible.

“La palabra mito está hoy, con razón, un tanto desacreditada. Pero utilizándola para indicar esa interior imagen extática, embrional, grávida de posibilidades de desarrollo, que se halla en el origen de cualquier creación poética, no creemos hablar un lenguaje místico no estetizante. Simplemente, condensamos en una palabra un complejo desarrollo histórico y una convicción poética que sobre él se apoya y justifica” (Cesare Pavese, El oficio de poeta: 101). La obra exige largos cuidados. Es producto de la sensibilidad y la reflexión y va de la variable fonética a la variable semántica; y aunque revela una percepción emocional también se sustenta en el conocimiento sensible para generar una entidad viviente y que actúa por sí sola: el Poema. Santayana es claro al respecto: “Aunque un poema no se compone contando las sílabas con los dedos, sin embargo <<número>> es el sinónimo más poético de verso, y <<medida>> el equivalente más significativo de belleza, bondad, y quizá incluso de verdad. Aquellos tempranos y profundos filósofos, los seguidores de Pitágoras, vieron la esencia de todas las cosas en el número, y fue por el peso, la medida y el número, según se lee en la Biblia, como formó el Creador por primera vez la Naturaleza partir del vacío” (George Santayana, Interpretaciones de poesía y religión, Madrid, 1993:202). La medida, prosigue el autor citado, “es una condición de la perfección, porque la perfección requiere que el orden reine por doquier, que no sólo el todo que se nos aparece tenga una forma, sino que cada parte a su vez tenga su propia forma y que todas esas partes se coordinen mutuamente con las otras partes de un cosmos mayor” (Op. cit., ib.: 202).

En otras palabras el mito constituye el esquema de un hecho ocurrido y su valor le viene de esta unicidad absoluta que lo preserva del tiempo y lo consagra en su origen como Revelación. El ángel Samael –cuyo nombre no se pronuncia tres veces seguidas porque se aparece– se rebeló contra Dios a causa de la creación del hombre, quien evidentemente tiene las características de Dios y de los ángeles, a pesar de ser creado de tierra. El hombre, a diferencia de los ángeles, tiene cuerpo. Los ángeles no tienen cuerpo. Este ángel y los que se rebelaron fueron confinados al abismo; algunos señalan que al infierno, pero no un lugar de llamas, sino a la indiferencia de Dios. El Ángel Rebelde ama tanto a Dios que su infierno es ser ignorado por Él (si se ha amado sin ser correspondido, entenderá esta analogía). Adán, que era un sacerdote, fue hecho de tierra al igual que su primera esposa, Lilith; los dos fueron hechos iguales. Sin embargo, Lilith se rebeló contra la autoridad de Adán porque no la trataba con igualdad.

Hay dos versiones del mito: una de ellas cuenta que Lilith al pronunciar el nombre secreto de Dios, se desvanece; la otra indica que se fue a vivir a orillas de un río; de la unión de Lilith y los ángeles caídos surgieron los íncubos y los súcubos. Lilith es la lujuria, la parte instintiva del hombre. La manifestación hebrea es clara: para el Poeta la creación lírica significa reivindicar, evidenciar el cumplimiento fantástico de un germen mítico, separándolo del simple recuerdo. Por eso denominamos mítico “a este estado auroral; y mitos a las distintas imágenes que relampaguean, siempre las mismas para cada uno de nosotros, en el fondo de la conciencia. Ellas viven en tanto no son resueltas todavía en la evidencia poética o en la calidad racional, pero irradian tanta vida, tanto calor, tanta promesa de luz, que llegan a ser, en definitiva, otros tantos fuegos o faros de nuestra conciencia. En el razonamiento presente, estos mitos individuales nos interesan como gérmenes de toda poesía” (Op. cit., ib.: 105). La pugna de lo temporal y eterno del ser.

Evocación, mirada lánguida que se tiende sobre el mundo como una espuma ociosa; acaso el afán perentorio de volver al Origen, a la fuente luminosa, divina, como ser espiritual condenado a la esfera terrenal. En Margarita Michelena7 se advierte esta preocupación como una constante. Observar su obra con detenimiento significa adentrarse al universo de lo sagrado como perentorio, como ese espacio donde tiene lugar el Poema. Esta inquietud, esta manera de rebelarse –presente en los grandes espíritus– se da en la autora de Reunión de imágenes (1969) de manera cotidiana (Méx., 1990, la. reimp., 127 pp.). Y es que del matrimonio del Cielo con la Tierra se produce un ente anómalo, como ya se dijo, ambiguo en sus orígenes, inestable y contradictorio por su misma naturaleza. Ni Dios ni ángel: simple individuo que tiene, no obstante, el deseo vehemente de volver los ojos al Cielo, pero asentado profundamente en la Tierra. Margarita Michelena padeció esta postura genésica. Su preocupación fue la de un ser sensible que se observa ante un espejo deformado, padeciendo de “agonía perpetua”.

Sus lecturas bíblicas, sus anhelos por tornar a ese plano luminoso, el de la esencia divina, se traducen en los títulos de sus libros: Paraíso y nostalgia (1945), Laurel del ángel (1948), La tristeza terrestre (1954) y El país más allá de la niebla (1968) convocados en Reunión de imágenes. Esta tragedia existencial es, de hecho, el eje central temático de su obra. Octavio Paz observó con la lucidez exacta que lo caracterizaba estas líneas conductoras de la periodista y escritora. De cierta forma advirtió la correspondencia temática y espiritual entre Rosario Castellanos y la Michelena, puesto que ambas comparten esta visión trágica del mundo y sus modos de poetizar: construcción intelectual producto de una aguda sensibilidad, dialéctica interior que va de la sutileza al retorcimiento; en ocasiones lenguaje llano y pretencioso –muy propio del concepto estético de la época que les correspondió vivir–, que cae a veces en el tono declamatorio e inflamado (Véase Poesía en movimiento. México 1915-1966, Siglo XXI Edit., Méx., 1966.). Pasión y pensamiento, sonoridad iluminada.

En ambas escritoras mexicanas existe la queja existencial, el interés cósmico, bíblico: el tono sacro está presente, así como el aliento solemne y grave. Pero Michelena no llega a los –digamos– “excesos” de la Castellanos, ni al tono de autodenigración. Michelena se observa a sí misma no con sentido de culpa por vivir en un mundo predominante varonil, patriarcal, y muchas veces machista, sino que se duele de estar, como ente espiritual y por consiguiente superior, en un cuerpo físico que se va a degradar y desaparecer. La transitoriedad de la  existencia es, obviamente, otro aspecto de su poesía. Margarita Michelena se sabe abandonada sobre los ciegos y torpes andamios de la carne. Casi con resignación canta a la naturaleza humana, evocando su raigambre divina, espiritual, como si anhelara la esfera de la preexistencia:

 

Sé que antes del tiempo

            fui hecha de agua y fuego.

            Y vivo detenida en un oscuro instante,

            como una aguda espina

            estéril en nacimiento y muerte,

            como un infinito número de cadáveres

            de trigo verde.

(Op cit., ibid.)

 

Exiliada del mundo exterior, Michelena se acoge a una serie de adjetivos reveladores y actitudes paradojales: alegría bárbara, interino gozo, estrella presa, estéril sonrisa, húmedo fuego, difuntas espigas, universo hostil, espacio sordo, etc. Michelena tenía un oído prodigioso. Sus movimientos, su respiración lírica, sus cualidades rítmicas, se basan en los encabalgamientos, pausas y cesuras, sin olvidar la correcta acentuación y, sobre todo, la medida de su verso, casi siempre heptasílabos y endecasílabos. Su energía espiritual, su férrea voluntad, se trasminaban en esa dinámica interna que prevalecía en su obra.

En Paraíso y nostalgia se lamenta del amor, puesto que éste a veces duele, ciega. Sus manos se hunden en la sangre de la realidad. La autora se duele por ser extranjera en la carne, en sus propios sentidos. La dualidad de ser cuerpo y espíritu es rechazada con frecuencia. La esfera primordial es evocada. Así, la poesía es una forma de recordar, una lengua doliente y una copa sellada, como indicara en La tristeza terrestre. Previamente, en una obra anterior, Laurel del ángel, su propósito es dar voz a las cosas; la función de la poesía, del canto, es expresar al mundo, un oficio sacro. Es asumir la condición adámica y darle nombre a las cosas:

 

            Cantar únicamente la belleza del astro

            deteniendo en el cuello

            la integridad dorada de sus gajos.

            Y no llevar la voz más adelante,

            al tiempo en que los vientos

            y el amor ya no desnudan

            el coro de fragancia

            y el firmamento gira

            hacia la joya rota de un menguante.

 

Convencida, sentencia:

 

            Quien canta siempre siente cómo un ángel

            está invicto naciendo en su garganta.

 

En el poema que proporciona título a este libro, Laurel del ángel, determina los efectos del amor, místico o sensual. De hecho, dar amor es quedarse en el vacío. Es, básicamente, una actitud diferente al Cantar de cantares bíblico, con una óptica más objetiva: al utilizar la tercera persona, Michelena nos indica la distancia. A lo largo de este volumen, la autora se lamenta de su falta de amor. La poetisa ama... sin respuesta del amado: amada en el amado trastocada, no transformada, como señalaría el monje carmelita: El amor es muro intacto en medio de los ruidos y la escritora continúa siendo la doncella tocada por la dulce traición de la memoria. Es, sencillamente, una mujer endeble, real y concreta:

 

            la enamorada sin amor que arde

            en el casto pecado

            que es su terrible orgullo de estar sola.

 

A lo largo de su poesía, se advierte esa pugna rabiosa por expresar las contradicciones del ser humano, lo sórdido del mundo, las zonas oscuras del individuo. Y aunque honesta, auténtica, cierto pudor la llevó a contenerse: escudada en la retórica de su época, acaso le faltó mayor crudeza, más acidez, rabiosa ironía. Tal vez llegar a situaciones límites, pelearse con Dios, blasfemar, mentarle la madre, arrojarle un verso a su Ojo imperturbable. Acaso por lo mismo, Paz señala en Poesía en movimiento. México 1915-1966 que Margarita Michelena no pertenece a la tradición de la ruptura, tan manejada por nuestro desaparecido Premio Nobel de Literatura: el prejuicio de la posición, más que la actitud estética, prevaleció en su obra; el movimiento, el cambio, la rebeldía, frente al decoro y la perfección formal. Siento que un espíritu tan explosivo, con esa fuerza cósmica, telúrica, fue contenido por la misma autora para no devastarnos. Asumir sin duda la dignidad estética con la pasión, con la emoción que se dispara en un verso-proyectil. Por lo mismo, temáticamente hablando, suscribo lo que los autores de las notas en Poesía en movimiento realizaron con respecto a la expresión de la poetisa: “Solo por instantes, Margarita Michelena olvida la tempestad en que su espíritu se debate. El destierro es en ella un tema no sólo grato sino solazadamente frecuentado. Ávida de reconocerse en la ceniza, arrebatada por el canto que alienta en las tinieblas, ayuna de misericordia para consigo misma, su desolada poesía resuena como la antiquísima voz de alguien que clama desde las arenas. De pocos poetas mexicanos debe decirse, como de ella, que hace nacer imágenes de su propia desolación”.

Los compiladores prosiguen ocupándose de la poetisa en los siguientes términos: “De la angustia parte su poética y de la sombra que refleja emana un resplandor que se desposa con lo irremediable. Casi nunca recurre al gozo asiduo de lo inmediato, que tantas veces reconforta, sino que su alma se nutre de mirar cómo el deseo desciende hacia el desplome. En su reciente producción –aún no publicaba El país más allá de la niebla–, sin abandonar aquel tono, concibe una poesía que se distingue por su aceptación de lo cotidiano” (Poesía en movimiento, Siglo XXI Edit., Méx., 1966: 223). Michelena, pese a todo, estaba destinada a mayores empresas, a cantar con un tono mesiánico, un poco a la manera del poeta michoacano Ramón Martínez Ocaranza. Tenía la estatura para hacerlo: “el literato de calidad superior –indicaba Ralph Waldo Emerson– es siempre un profeta, siempre ejerce la función precisa de los profetas hebreos históricos, y no es por ello menos hombre de letra, sino mucho más “.

Seguramente el período histórico durante el cual escribió su obra, los aspectos retóricos en la concepción estética imperante –el imperio orgiástico de la forma, según Gorostiza; el tono crepuscular, etc. – impidieron que Michelena brillara con la intensidad que un lector de finales del siglo XX exige, acaso en una actitud desmesurada. Recordemos que esos tiempos no fueron propicios para exaltar la  presencia de las creadoras, de las artistas y escritoras, como ocurre en el presente, donde los nombres femeninos surgen con regularidad, al igual que su visión del mundo. La preocupación existencial, su sinceridad para cantar, prevalece en la obra de esta poetisa hidalguense. De espaldas a su origen divino, sagrado; expulsada de la gran fuente universal, su poesía evoca esta raigambre superior. Hay, en su lírica, una eternidad irrevocable, cierta sombra erosionada, una luminosa presencia taciturna, nostálgica; un espíritu indomable, inquebrantable, frente al ignominioso embate del mundo con su horario carnicero, como externa de manera contundente en Piedra de sol (Cf. UNAM, Material de Lectura No. 7, Méx., 1986) el poeta Octavio Paz.

 


 

 

 



7 Pachuca, Hidalgo, 21 de julio de 1917-México, D.F., 27 de febrero de 1998

lunes, febrero 11, 2013


TALLERES DEL WONGNASTERIO


Coordinador: Óscar Wong

Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta.


Tríada irlandesa del siglo XIII


 

 

TALLER PERMANENTE DE CREACIÓN LITERARIA

 

*Cuento, reseña bibliográfica, poesía

*Teoría y práctica fundamentales

*En dos horarios

 

Un método infalible para adentrarse a la poesía, al cuento, al ensayo y a la reseña bibliográfica es el Taller Permanente de Creación Literaria, que imparte el poeta sinomexicano Óscar Wong, en la Biblioteca de la Casa Museo del Risco (Plaza de San Jacinto No. 5 y 15, en San Ángel), todos los miércoles de 11 a 13 Hrs. o bien los sábados, de 12:30 a 14:30, a partir del 20 y 23 de febrero, respectivamente. Hrs. Historia y discurso, metáfora y descripción dinámica, así como otros recursos estilísticos se abordarán en cada sesión. Diversas lecturas de autores en lengua española darán la pauta para conocer más de cerca los diversos recursos estilísticos. El trabajo directo con los textos presentados por los participantes permitirá avanzar en el desarrollo futuro de los asistentes. La dinámica utilizada repercutirá en la creación de obras particulares. Informes e inscripciones: merddin48@hotmail.com , merddin48@yahoo.com.mx

Óscar Wong (agosto 26 de 1948) es poeta, narrador y ensayista. Becario del INBA-FONAPAS en crítica literaria (1978-1979) y del Centro Mexicano de Escritores en ensayo (1985-1986). Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 1988 con el libro Enardecida luz (UNAM, El Ala del Tigre, Méx., 1992) y Premio Rosario Castellanos en Cuento 1989 con el volumen La edad de las mariposas (Talleres Gráficos de la Nación, Méx., 1990). Premio Nacional de Poesía de Ciudad del Carmen, Campeche 20002 con el libro Razones de la voz (CNCA, Práctica Mortal, Méx., 2002) y Premio Nacional de Ensayo Magdalena Mondragón (Torreón, Coahuila, 2008), entre otros. Es autor de Hacia lo eterno mínimo. Otra lectura de "Muerte sin fin" (Sría. de Cultura de Puebla, 1995), A pesar de los escombros (FNCA/Nautilium, Méx., 1995), Espejo a la deriva (Edit. Praxis, Méx., 1996), La pugna sagrada. Comunicación y poesía (Edic. Coyoacán, Méx., 1997, 1ª. reimp., 2004), Chiapas. Nueva fiesta de pájaros (Edit. Praxis, Méx., 1998), Chiapas. Dimensión social de la narrativa (Edaméx., Méx., 1999), l secreto del verso (Linajes Edit., Edoméx., 2001), Fulgor de la desdicha (Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, Edoméx., 2001, 1ª. reimp. 2011), Razones de la voz (CNCA, Práctica Mortal, Méx., 2002) y En el corazón de la memoria (UAEM, Méx., 2012), así como de los ensayos Poética de lo sagrado. El lenguaje de Adán (Coyoacán, Méx., 2006) y Jaime Sabines. Entre lo tierno y lo trágico (Praxis, Méx., 2007). Ha colaborado en diversos medios de comunicación social. Radica en la ciudad de México.