domingo, septiembre 08, 2013


LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS

EL ALTAR DEL CANTO CRECE

 

Óscar Wong

 

 

En el Reino Celeste (la antigua China), respondía al espíritu de los tigres que al morir transmutaban en dicha resina. Adorado por los seguidores de la diosa Madre en tiempos clásicos, pues contenía la esencia misma de la vida, constituye la sustancia más arcaica usada para la fabricación de joyería (hay piezas que datan del año 8000 AC). Utilizado para todos los propósitos en la magia, brujos y brujas wiccas en el presente, junto con el azabache, lo usan en sus rituales e incluso se le llama “collar de bruja” porque aumenta el poder mágico (representan a la Diosa, el principio femenino [ámbar] y al Dios, el masculino [azabache]). Si un dije aumenta la belleza de quien lo lleva puesto, un collar atrae amigos y compañeros y estimula la felicidad. También se utiliza para atraer el amor y aumentar el placer sexual. Por su antigüedad, como contenedora de vida, coadyuva a contactar con el pasado y, por lo tanto, con las vidas pretéritas, para aprender de ellas y seguir nuestro camino en el día a día.

Pero Ella, de mirada dulce y transparente, viaja con su carga de sueños. La sonrisa cristalina se llena de parajes y distancias, exteriorizando la belleza que va asumiendo, asimilando. Montevideo y Yajalón, Buenos Aires o Tuxtla Gutiérrez, territorios que el instante va devorando, como resina fosilizada de árboles coníferos (como el Pino), del periodo oligoceno. De tacto cálido, su piel trastoca en elektronal ojo que la mira, produciendo electricidad estática. Y la doncella asume el arquetipo, la carga mítica, mágica, legendaria. Después de todo, Ámbar es su nombre. Nombre mágico y sagrado. Por eso, al pronunciarlo con reverencia, las sílabas producen un toque eléctrico. Íntimamente entreverados, destino y nombre se conciben cual conjuros y presagios. Ámbar, murmuro. Y el altar del canto crece, forja un dulce relámpago espiritual y la armonía vuelve al universo.

 


 

 

LAS ÍES BAJO LOS PUNTOS

PEQUEÑO ESPACIO DE SIRENA

 

Por Óscar Wong

 

Y cuando despertó El Hechicero estaba ahí, aguardando en el mutismo. Ella en la escarchada caracola, argumentando sobre las dimensiones del silencio: el En-sof hebreo, previo, sacro. Y el otro, terrible y desgarrador, que duele y petrifica. La sirena ya no duerme. Y ni la escarcha la recubre. Transita del marino abismo a la arena de la orilla. La luz molesta, aunque fascina. Y atrae –dice– con ese encanto mortal que hace a un gato perder de golpe sus nueve vidas en una curiosidad fatal. “De cualquier manera –delibera–, no en vano los años me han dado la maestría de encontrar –siempre– una salida de regreso a mi lejana caracola.

Transita por la arena. Camina y percibe cómo la marea que provoca El Descifrador de signos  sube lentamente. Y retrocede, juega con las olas jubilosas. Y le encantan. Se instala horas enteras para verlas ir y venir. Por eso sabe que avanzan, van ganando terreno a su islote temporal. De pronto ya cubren sus pies y se aleja. Aunque sabe que no queda mucho terreno a dónde subir, porque por eso es un islote: diminuto, apenas un espacio lejano a salvo del mundo donde la sirena sube a tomar luz, aire, calor solar; a escuchar al viento, ver la Luna con otros ojos, oler, probar… ser.”

Insiste la sirena: “Puedo dar más y más vueltas a mi pequeño espacio, y la marea continúa subiendo a pausas, con lentitud. Como si no quisieras me diera cuenta que intentas rodearme por completo suavemente, para que no me asuste y escape. Pero lo advierto. Conozco mi islote y sé que vas ganando terreno con toda la gentileza posible. Sin violentas crestas. También sabes que en cualquier instante puedo brincar al agua y sumergirme a mi caracola o simplemente perderme hacia cualquier otra que encuentre en otro distante abismo. Por eso –MiPo– haces olas apenas perceptibles, sin que retrocedan. Por eso tampoco brinco. Ignoro hasta dónde llegará este baile. No puedo saberlo… sólo bailándolo”.

 


 

 

 

LAS ÍES BAJO LOS PUNTOS

DUERME LA SIRENA

 

Por Óscar Wong

 

En el fondo de la caracola duerme. Y pretende reconstruirse. Como el niño en el seno de la madre, tiene todo el conocimiento del mundo, afirma un antiguo relato sufi. Por eso sabe cuántas gotas hay en el mar y cuántos granos de arena en el desierto. Brasas y cenizas afloran en la oscuridad. No hay secreto sobre la faz de la tierra que desconozca, ni misterio en el cielo o el mar que no pueda resolver.

Duerme la sirena. Y en sus sueños exige al Mago, al Hechicero que la arrulle, que zuree nuevos cantos. Soplo sonoro, “aire herido”, según el Divino Fernando de Herrera, la palabra transmite amor, odio, fuego sagrado gracias el cual se autoriza la continuidad de la prudencia. Pero el <<humo de la boca>> que se desvanece en el aire, según el ideograma chino –hanyu (palabra, hua)– se extravía en ese punto que resuena entre dos oquedades.

Hay una especie de horror al vacío. El silencio es siempre inquietante y misterioso. Aunque El Hacedor de signos calla porque no desea despertarla. Sabe que el mutismo, condición sustancial del hablar, se asume como la máxima sabiduría (que exalta la virtud del silencio y descubre su valor religioso). Acaso por lo mismo cuando un niño cuando está a punto de nacer, su ángel de la guarda baja del cielo y, colocando un dedo sobre sus labios, sella todo su conocimiento dentro de él y le susurra una única palabra: “Aprende”.

            Los días inmortales son, reflexiona el Adivino. Y Ella, como niño que se gesta, conoce hasta la última letra de la Torah. El lenguaje le ha sido dado al hombre para que pueda ocultar el pensamiento” (Talleyrand). Por eso el Descifrador de Signos musita simplemente: ¿para qué trastocar lo cotidiano?