A LA ORILLA DEL ABISMO
Por Óscar Wong
Percepción
emocional, vínculo significativo entre el sonido y el significado, la Poesía se
estremece en cada línea, en cada imagen hasta lograr lo que algunos autores
determinan en tanto cópula semántica. Como experiencia de vida, que se
transmite a través de un código, de un discurso literario, la Poesía revela otras
dimensiones más profundas o últimas. Por supuesto que en este territorio el
sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más
entera del hombre se abre a nuevos territorios, invocando y convocando la
inseparable magnitud del hombre. Así, el poeta es el hombre que camina vendado
a la orilla del abismo, como revela Octavio Paz[1] en Las peras del olmo (Méx., 1984: 32).
Por otra parte,
en El arco y la lira Paz (1955), acepta
que el poema constituye un producto social y que responde a un modo histórico
determinado, aunque sostiene que la experiencia poética es irreductible. Con
una visión bastante lírica, Paz analiza la naturaleza del poema y desglosa sus
componentes, como son el lenguaje, el ritmo y la imagen. La Palabra nombra,
califica, determina. En este orden de ideas es válido reconocer al Verbo como
principio. Palabra y locución, logos
y mythos profundamente vinculados. Y
más en las sociedades orales donde originalmente funcionaban como transmisores
de cultura, servían para declarar lo que son las cosas. Indiscutiblemente aún
persiste la relación entre la razón y la sensibilidad, entre el mito y la
historia. Hay un sentido sacro del conocimiento a partir de la Palabra. Por
ende, todo Escriba no es más que un celebrante que invoca y convoca al mundo.
Inventor de signos que hablan, el Poeta también es un oficiante que revela
palabras cargadas de emoción. Eusebeia.
Si la sacralidad del mundo es vivencia de los hombres, ésta también manifiesta
una forma de vida, de conciencia. Octavio Paz precisaba de manera contundente: Todo se transfigura y es sagrado. A
partir de este hermoso endecasílabo se articula toda la obra poética del poeta.
El mundo –retomo el mito
hebreo– es creación lingüística. De acuerdo con este aspecto mitográfico, el
primer acto de la historia fue la creación verbal del universo: “Las cosas
nombradas son pobladoras del mundo”, puntualiza Eduardo Nicol1. De acuerdo con lo señalado, considero
que la condición esencial para escribir poesía es percibir al universo con toda
su carga profunda de sonoridades y significados para descorrer el velo de la
realidad, tan inasible para muchos. El poeta nace con esa predisposición para
las palabras y los sentidos significativos (el vocat, llamado, que a su vez viene del verbo
latino vocare, es muy fuerte) y se hace con la experiencia vital, con
las lecturas. Finalmente la poesía es una revelación espiritual,
consecuentemente no todos están dotados para conseguirlo.
El poema,
reflexiona Paz, es un conjunto de signos que buscan un significado, de ahí
también que cada forma lírica exteriorice una idea. El fluir del discurso, la
cristalización visionaria del poema, desemboca en el texto, en el poema-objeto,
en el poema-exploración (Cf. Maya Schäver-Nussherger, Octavio Paz. Trayectorias y visiones,
Méx., 1989). La experiencia vital, la manifestación emocionada de la
existencial se traduce en revelación. Todo fluye en el poema, por eso su sentido
paradojal, el signo con doble significado suspendido en el hecho estético, como
una perenne interrogación, como una referencia inmóvil, inasible, aunque
permanente. Quietud y movimiento son lo
mismo, canta el Poeta.
Por supuesto
que ello se da por el sentido orientalista –tamizado por los filtros de una
tradición sólidamente occidental– que prevalece en su obra inicial desde 1951.
El I Ching, sobre todo, es utilizado
por el Octavio Paz “como modelo de movimiento para aplicar signos también en
movimiento: cambio de los signos”, acepta Kwon (Cf. El elemento oriental en
la poesía de Octavio Paz, Jal., Méx., 1989). Para nuestro único Premio
Nobel de Literatura, la poesía representa un ritual, unión sagrada, recurrencia
amorosa. Ceremonial santificado, perpetuo. Tiempo suspendido, rito o festín. El
verso en Paz está cargado de significaciones. Iluminación. Palabra y silencio:
poesía, sonido con significado: Espacio-tiempo: realidad física, objetos que se
nombran. Tal la expresión paciana, cargada de paradojas, debido a lo que
Margarita Murillo González determina en tanto polaridad-unidad y que da
coherencia a su obra poética. Palabra, silencio, tiempo, hieratismo. Cuatro
signos relevantes confluyen en su poética (Cf.
Polaridad-unidad, caminos hacia Octavio Paz, UNAM, Méx., 1987).
Los cimientos
duales de la poética paciana son básicos para entender su expresión.
Paralelismo y paradoja. Revelación del ser a través de la Palabra. Poesía. Lo
real y lo verbal, en la poética paciana, marchan juntos en esa travesía metabólica,
a través de las imágenes y metáforas, de la cadencia rítmica y de los
necesarios silencios. La función de la poesía en Octavio Paz, significa un
verdadero enlace entre la realidad interior de sus intuiciones y emociones, y
el mundo exterior del que forma parte el autor (Cf. Rachel Phillips, Las
estaciones poéticas de Octavio Paz, Méx., 1976).
En Paz
siempre hay un equilibrio entre su expresión y el sentimiento. La presencia del
hecho estético, del fenómeno poético, representa un rito, un ceremonial. El
amor es un tema central, recurrente. La reflexión que hace Paz sobre el amor,
especialmente en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (Barcelona,
España, 1982), es reveladora, luminosa, numinosa, porque concilia la expresión
social y afectiva con el ritual de la existencia, que además es sagrada para el
poeta. Desde la idea platónica que transcurre entre el afecto, la amistad y la
caridad –muy bien aprovechada por el cristianismo– hasta desembocar en la
religiosidad y la reivindicación de la figura femenina en el amor cortés y que
en la actualidad considera la igualdad de los amantes, en el amor persiste
subversión y conversión.
Signo del
cuerpo frente al signo de los tiempos, Octavio Paz resalta: "El erotismo es un ritmo: uno de sus acordes
es la separación, el otro es regreso, vuelta a la naturaleza reconciliada. El
más allá erótico está aquí y es ahora mismo. Todas las mujeres y todos los
hombres han vivido esos momentos: es nuestra ración de paraíso" (Cf. Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo,
Barcelona, 1993). Lo que salva al hombre es el amor, esa completud que
se manifiesta en la relación de pareja, postula Paz. La trascendencia del amor
en Paz se revela a través del sentido erótico del poema, expresividad que
cuando alcanza un alto nivel, nos perturba y transforma, como ocurre con el
amor (Cf. Óscar Wong, La pugna sagrada. Comunicación y poesía, Méx.,
1997: 71-79). Mi lectura parte, justamente, de las premisas enunciadas, al
igual que la consideración inicial del cuerpo de la mujer como la vía
primordial para llegar a la verdadera comunicación, sin soslayar que poesía y
amor representan una unidad indisoluble, un medio de revelación.
Es válido
señalar que la presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y
erotismo –este último considerado como mito cosmogónico, como energía
primordial– es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra
lírica de Octavio Paz. Amor y erotismo. Revelación numinosa. Transgresión y
sacralidad. Signo, apuesta por la libertad, pero por sobre todas las cosas, una
respuesta afectiva, volitiva, que el hombre ha concebido para conjurar a la
muerte. Por consiguiente, el amor en el discurso lírico es, más que un
concepto, una pasión, una metáfora, el núcleo central donde se yergue su poética.
El poema como acto amoroso es, por sobre todas las cosas, una presencia viva en
la expresión de Octavio Paz. Ya Enrico Mario Santí ha puntualizado que desde 1934, a los 20 años de
edad, el poeta que me ocupa tiene, junto con la obsesión de la identidad nacional,
el tema del erotismo como el eje de su poética. La "iluminación"
persigue la virtud; por lo mismo, el haikú en Paz se percibe a través de la
técnica, la imagen y la visión oriental del mundo por medio de la naturaleza. Pese
a todo lo anterior, la poesía y el amor son, indudablemente, "las dos
caras de una misma realidad", una tentativa para recobrar al Adán
primigenio, al individuo anterior a la caída. La imagen poética busca revelar
de manera contundente ritmo y emoción para demostrar que amor y poesía son
vertientes de la misma realidad. Además, la memoria, en Paz, constituye un
símbolo de la imaginación erótica, en virtud de que la mujer representa la
esencia de la naturaleza. La figura femenina asume una condición, un estamento
único. Los atributos que Paz enumera alcanzan una expresión salmódica.
El afecto, la
relación sensual, la ternura misma son cualidades intransferibles. Es decir, el
erotismo se manifiesta como revelación y conocimiento estéticos, pero también y
antes que nada como una expresión sagrada, como categoría sensible, sensitiva,
del mundo. El propio Paz anota: "El
fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo
y éste, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor.
Erotismo y amor: la llama doble de la vida" (Cf. La llama doble. Amor y
erotismo, ibid.) Observar sus variantes: mujer-naturaleza, amor-muerte,
acto amatorio-poesía, así como la relación complementaria del sexo a través de
la paradoja, la antítesis y el retruécano –caros a nuestro autor–, significa
determinar el tema de los contrarios y su relación con el conocimiento
estético. Con frecuencia Paz reflexiona sobre este tema capital. Hay
referencias en sus poemas, siempre, como ocurre en Piedra de sol o en Pasado en
claro, por citar dos grandiosos poemas.
Y es que Paz postula la
idea de que el poeta es un creador solitario. Por ende, su herramienta –el
lenguaje– representa un elemento vital, que refleja sus contenidos, su
particular expresividad por la emoción poética: el mundo fluye, transcurre en
un movimiento interminable, aunque se eterniza en la sonoridad del poema. La
poesía incendia y fractura la dimensión del silencio. Es silencio. Metáforas y
reiteraciones crean en Octavio Paz un sistema que revelan, y develan, otro texto,
otro universo semántico, lúdico. La poesía de este autor mexicano, se
caracteriza por sus imágenes intensas, brillantes. Precisiones y descripciones
que van más allá de la simple enumeración referencial. Atmósferas internas,
movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu, significa al verso de
Paz. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea,
hurga, visualizando el pretérito.
En ese espléndido
monumento lírico, esa exaltación sonora de la existencia, Paz pretende eslabonar
el tiempo. Y aún más: nulificarlo. El poeta se erige como Adán en el primer día
de la creación, enarbolando el privilegio de normar a las cosas. En 584
endecasílabos, Paz establece una comunicación plena con el universo. Escrito en
1957, el poeta se planta en el mundo sorprendido por el entorno y canta con
reverencia. Se establece una comunicación plena con el cosmos. La armonía lo
rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento: el fulgor de la
altura que surge cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a
elevar su voz.
Paz canta al
amor, a la mujer. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada,
lejos de toda intención lujuriosa: mis
miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija
pasionalmente. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que
busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito. Deslumbrado ante la vida el
poeta no tiene otra preocupación más que cantar. Todo se modifica, todo cobra
nueva realidad, otra representación. Las analogías dan paso a la identidad. Es
impresionante, e impactante, la manera en que Paz va generando esa corriente
sonora, emotiva, con símiles y metáforas, con silencios que hablan armónicamente, con anáforas y
figuras de repetición. Los períodos rítmicos determinados, el golpeteo
silábico, los encabalgamientos, generan ese espléndido cántico terrenal que es
este numinoso poema. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado
por el viento. Frente al mundo, el poeta invoca los valores más altos del
espíritu, conjura a la burda materia y la enaltece con su mirada:
un
sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre...
(vv.
1-6)
Fascinado por
la belleza del entorno, el poeta descubre que la felicidad no puede atraparse:
es fugaz. La imagen es plena, rotunda, reveladora: horas de luz que pican ya los pájaros,/presagios que se escapan de la
mano... (vv. 21-22). La
contraposición con la desdicha es valida. Ésta llega y petrifica todo.
Lamentablemente ésta es parte de la realidad, el pago por la desobediencia ante
los dioses (o ante Dios). El destierro del mítico Jardín del Edén involucra
también al deterioro y la degradación física: estar supeditado al transcurrir
del tiempo, a los cambios de substancia, como postulaba Aristóteles; sin
embargo la figura de la mujer es capital. Previamente el fulgor que surge
cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a elevar su voz. La
ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención
lujuriosa: mis miradas te cubren como
hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. La figura de
la mujer adopta un papel relevante: Musa, Creadora, advocación maligna. De la
colegiala a la mujer plena, evocada por el poeta, hasta llegar la mujer
decrépita, la pavorosa bruja en que se convierte la pareja cuando ocurre la
desavenencia. La triple representación de la diosa madre, de acuerdo con la
tesis de Graves, se advierte en este cántico revelador[2].
Estrofa tras
estrofa, línea tras línea pueden destacarse las imágenes, al igual que las
reflexiones sobre el mundo y la historia, sobre la existencia y su
transitoriedad; la manera en que ese amor evocado se trastoca y termina por ser
nada. La núbil, la amada inicial llega a metamorfosearse en un montón de ceniza y una escoba,/ un
cuchillo mellado y un plumero,/ un pellejo colgado de unos huesos... (vv. 239-241).
La presencia
del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo –este último
considerado como mito cosmogónico, como energía primordial– es, indudablemente,
un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz. En este
poema la reflexión también tiene lugar. Pero no es filosofía. Tampoco el poeta
se yergue como un predicador: es simplemente un hombre sensible que observa al
mundo con profundidad. Y le duele. Por lo tanto advierte que no hay víctima ni
verdugo, puesto que en el mundo todo sucede: amores, frustraciones, incestos,
sodomía, castidad, etc.
Las
tragedias, los hechos sangrientos de la Historia no tienen sentido puesto que todo se
transfigura y es sagrado. Pero, en verdad ¿nada tiene sentido? Paz se
cuestiona: ¿no son nada los gritos de los
hombres?/ ¿no pasa nada cuando pasa el tiempo? (vv. 487-488). Por supuesto que la realidad responde
con su crudeza: todo es un simple parpadeo del sol, los muertos no pueden
morirse de otra muerte. Las leyes, las cárceles, las iglesias, la política, la
economía, la democracia son: “máscaras
podridas/ que dividen al hombre de los hombres/ al hombre de sí mismo” (vv.359-360).
En cambio Pasado en claro
(1975) es un recorrido por el interior del poeta, un atisbar por las diversas
instancias álmicas a través, siempre, del lenguaje, considerado como “senda de piedras y de calores”
La búsqueda
es no sólo en su nivel referencial y técnico (el discurso lírico como
información, de ahí que la expresividad del contenido se bifurque “entre lo presentido y lo sentido”); en
este orden de ideas el escritor asume sus diversas intenciones analógicas;
metáforas y reiteraciones crean un sistema de espejos que revelan otro texto, como ocurre en El mono gramático (1975). Paz va al
encuentro de sí mismo; ahí, justamente, “donde
le lenguaje se desdice”. En este adentrarse por la memoria, el poeta
observa su infancia. La vuelta hacia atrás es, desde luego, inaprensible (“es
todas partes y ninguna parte, /las cosas son las mismas y son otras”), una
paradoja resuelta por el transcurrir del tiempo, aunque este concepto, esta
dimensión, no se haya inventado todavía (según la expresión utilizada por el
poeta). Aquí se da “la identidad entre
sus semejantes,/ la diferencia en sus contradicciones”, pero ¿qué es el
tiempo sino “luz filtrada”? Paz se
adensa y se transfigura en este instante para contemplar el paso de la
historia, del mito, de las lecturas y se instala en ese país de nubes: la
adolescencia. Esta visión, nostálgica, es fugaz pero intensa; las descripciones
del tendejón, por ejemplo, crean una atmósfera melancólica, como el sepia de un
daguerrotipo. Se advierte, además, otra visión desgarrada: la casa familiar.
El poeta
descubre sus interioridades, sus raíces (¿la Raíz del hombre?); la madre e un “pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día”. La tía y el
abuelo son referencias contenidas, frases hechas (“al hecho, pecho”, “blanda te
sea”). En cambio la figura paterna se vuelca en un ritmo trepidante,
quebrantada por el dolor:
“Del
vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
Una tarde juntaos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos”.
(pp.
29-30)
A raíz de
esta percepción desgarradora, la zona que recuerda el poeta es otra; inmerso en
la soledad se vuelve un extraño “entre
las vasta ruinas de la tarde”. Luego la reflexión sobre la existencia y la
transitoriedad del ser humano (“el agua
es fuego y en su tránsito/ nosotros somos sólo llamaradas”). Fantasmas,
mensajeros, fragmentos de un discurso inacabado: eso son los hombres inmersos
en la historia. El poeta ha dicho: “Túneles,
galerías de la historia /¿sólo la muerte es puerta de salida? /El escape,
quizás, es hacia adentro” (p. 38). Pero si existe la vida y la muerte,
también sucede un tercer estado, que es la quietud misma, disuelta, “la plenitud vacía”, acaso una palabra “de dos filos, palabra entre dos huecos”.
Esta revelación lleva al poeta a colegir que “Es Dios: /habita nombres que lo niegan”.
En 18
estrofas, que son igual número de zonas o estancias vitales, el poeta recorre
su interioridad, determinando con precisión su actitud con respecto a su
historia personal y la
Historia (más objetiva). Todo es pleno y luminoso, como la
mirada de la memoria que busca observando el pretérito, un pasado transparente
que estimula al poema. Hay imágenes intensas, brillantes; descripciones que van
más allá de la simple enumeración referencial; atmósferas internas, movimiento
que dinamiza la potencialidad del espíritu: un recorrido a través de esa cadena
lingüística que arroja sombras. Sí, otra vez la falibilidad del lenguaje, un
discurso que se esculpe y se disipa. El poeta se reencuentra con el murmullo
interior: el silencio. La conclusión es contundente: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”.
[1] Mixcoac,
D. F. 1914–abril 19 de 1998. Durante el centenario de su natalicio (marzo 31 de
2014) el gobierno federal y otras instancias culturales abordaron su obra desde
distintas perspectivas. La relectura del poeta provocó una serie de libros y
ensayos que sin duda enriquecerán la discusión sobre su obra lírica,
ensayística y política.
1
Véase Formas de hablar sublimes. Poesía y
filosofía, Méx., 1990. Para el aspecto rítmico, El arte de la poesía, de Ezra Pound, Méx., 1970.
[2] El
aspecto mítico se advierte con claridad: Circe que transforma a los hombres en cerdos o el hada Melusina de las
historias medievales que se transformaba en serpiente durante la noche, Cf. Pere Gimferrer, Lecturas de Octavio Paz, Barcelona,
1980: 44-46