viernes, agosto 24, 2012


TODO SE TRANSFIGURA Y ES  SAGRADO

 

Por Óscar Wong

 

 

Como experiencia de vida, que se transmite a través de un código, de un discurso literario, la Poesía revela otras dimensiones más profundas o últimas. Pero aquí el sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más entera del hombre se abre a nuevos territorios, invocando y convocando la inseparable magnitud del hombre. Así, el poeta es el hombre que camina vendado a la orilla del abismo, como precisa Octavio Paz en Las peras del olmo. Percepción emocional, vínculo significativo entre el sonido y el significado, la Poesía se estremece en cada línea, en cada imagen hasta lograr lo que algunos autores determinan en tanto cópula semántica.

La lectura –y la escritura, agregaría– no es una simple vía para el conocimiento, sino una concepción de vida, puesto que reflexionar sobre la Palabra es tanto como accionar sobre el mundo. Desde esta perspectiva, la tradición judía considera el ejercicio de leer una actividad ritualista por excelencia, ya que persiste un vínculo muy profundo entre la existencia del hombre con la esfera de lo divino.

Leer no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento. La Escritura es kinética. Si estudiar a la Torah es mantener al mundo en movimiento, la lectura representa un ritual de vida, es la gestación de la historia, aborda incluso la re-creación del mundo. Leer es participar de la creación. Es decir, el Texto es un corpus simbólico mediante el cual Dios se manifiesta a los hombres, por eso la Escritura lo contiene y lo revela. "Es necesario bajar a las tinieblas para recuperar la visión de lo luminoso, es por eso que Dios crea a partir del caos, de lo negro, de <la flama oscura> de la escritura".

Pero si nombrar da sentido, significado, también representa llenar un vacío, completar un espacio. Por eso Dios, al nombrar, ordenó lo informe, puso orden en el caos. "Es así como en otro momento, anterior quizás a toda articulación lingüística, el hombre y la naturaleza hablaron la misma lengua; pero ahora, <<nuestra morada>> se ha convertido en ruinas". Ciertamente, aún resuenan las palabras primigenias: "En el principio...".

Por supuesto que en la Palabra hay conmoción, estremecimiento: asombro. Frente al vacío, el horror. Bereshit. Y es que la Palabra nombra, califica, determina. Comunión y alquimia. Fragmentos de la naturaleza y del alma humana conformando el sonido. Sacralidad de la Palabra, hieratismo de la Escritura. Por ende, todo Escriba no es más que un celebrante que invoca y convoca al mundo. Inventor de signos que hablan, el Poeta también es un oficiante que revela palabras cargadas de emoción. Eusebeia. Si la sacralidad del mundo es vivencia de los hombres, ésta también manifiesta una forma de vida, de conciencia. Octavio Paz precisaba de manera contundente: Todo se transfigura y es sagrado.

En este orden de ideas es válido reconocer al Verbo como principio. Palabra y locución, logos y mythos profundamente vinculados. Y más en las sociedades orales donde originalmente funcionaban como transmisores de cultura, servían para declarar lo que son las cosas. Indiscutiblemente aún persiste la relación entre la razón y la sensibilidad, entre el mito y la historia. Hay un sentido sacro del conocimiento a partir de la Palabra. Incluso "Heráclito discutió el logos como principio informador de la cosmología, del Kosmos. Según Heráclito, el principal nombre de Dios es Suprema Razón, Logos; y en un aspecto diferente, <<el Ser Sabio>> o aún el <<Único Ser Sabio>>".

Pero, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI aún reflexionemos sobre el sentido sacro de la Poesía?, ¿es válido examinarlo en este ámbito contemporáneo? La especulación parte de que la Poesía es creación verbal por excelencia. De ahí la importancia de la metábolé, de la modificación de una cosa en otra. Al nombrar, el poeta transforma al mundo. Por algo los griegos denominaron a este acto póieses, creación. La Poesía es, aparentemente, un conjunto de sonidos de los cuales emana un sentido, un significado. Aquí, evidentemente, el estrato fónico, sonoro, es condición previa del significado y constituye parte integrante del efecto estético. El significado no prevalece sobre el sonido ni éste sobre el sentido. Hay un equilibrio. Sin duda lo que se denomina en tanto eufonía considera dos vertientes: la ejecución (lo que algunos destinan como interpretación) y la estructura de sonido; la estructura prevalece sobre la primera.

Por otra parte, Octavio Paz en El arco y la lira acepta que el poema constituye un producto social y que responde a un modo histórico determinado, aunque sostiene que la experiencia poética es irreductible. Con una visión bastante lírica, Paz analiza la naturaleza del poema y desglosa sus componentes, como son el lenguaje, el ritmo y la imagen. Con una prosa brillante y una lucidez notable, el autor examina el decir poético y su significación, sin olvidar el aspecto, a veces espinoso, de la llamada inspiración.