LA PASIÓN EN LA LITERATURA
Por Óscar Wong
Charlar
sobre literatura sacra, concretamente sobre el episodio de La Pasión de Jesús,
llamado El Cristo (“El Ungido”) exige, de entrada, algunas consideraciones: mi
enfoque de estas expresiones religiosas parte de la perspectiva cultural, no de
un devoto, por lo cual mi óptica será evidentemente objetiva, abordando los
textos populares producidos al derredor del mismo tema, ver su estructura y
validez estética.
A partir de lo anterior,
preciso que si el término literatura deviene del latín littera (letra), todo escrito puede considerarse como tal. El
ámbito sagrado, o sacro, involucra el culto divino. Así que literatura sagrada
son todos aquellos libros que se refieren a la teología y la adoración de la
Divinidad. La Torah, El Zohar, El Corán, La Biblia, El libro de Mormón,
Doctrina y Convenios, La Perla de Gran Precio, por ejemplo, corresponden a este
rubro. Podemos agregar las escrituras sagradas del Hinduismo (los
Vedas y los
Upanishad). Todos, insisto,
se atribuyen a la inspiración divina.
Para los cristianos, la trama bíblica se origina en el amor, se
desarrolla en el amor y persigue una meta de amor. Por eso Evangelio significa
La Buena nueva: trata de la gozosa noticia de la salvación. Pero si revelar es
descubrir, descorrer el velo, la resurrección de Cristo significa, para los
creyentes, el imperio total sobre la vida y la muerte. El Verbo de Dios –La Revelación–
fue entregado como palabra y como acontecimiento.
En el libro Amor y Occidente
(1938), Denis de Rougemont
analiza a los cátaros o perfectos y su relación con los trovadores provenzales
del siglo XII, en el sur de Francia. Ahí, el autor suizo es meticuloso al
indicar: “Amor es pasión y pasión
significa sufrimiento”. Entonces entendemos que la Pasión de Jesús se refiere
al padecimiento de ese hombre, que inicia después de la Última cena con su
aprehensión, proceso, martirio y crucifixión.
Es importante reconocer
que en este episodio concurren varias vertientes:
·
en
principio la relación madre e hijo, un vínculo que deviene desde la antigüedad,
como lo han señalado Robert Graves, James Frazer, Rianne Eisler, Anne Baring y Jules Cashford,
entre otros autores
·
la concepción de María sin cópula humana
previa (como la antigua Diosa Madre, no necesita de varón para concebir); por
otra parte, la fertilidad en las mujeres se renueva después del parto, de ahí
el aspecto de pureza renovada, perenne: “La virginidad era para la gente de la
antigüedad, en su sabiduría, una gracia que no se perdía, sino que se renovaba
eternamente; de ahí la doncellez inmortal de Afrodita” (Cf. Anne Baring/Jules Cashford,
El mito de la diosa. Evolución de una imagen, 2005: 407),
·
Asumir
a María Virgen como la madre de Dios: el movimiento cátaro, esa gran herejía
que culminó en la hoguera, después de la caída de Montsegur la noche del 16 de enero de 1244 y que culminó en la hoguera, postulaba, pese a la
oposición del canon de la iglesia oficial, la concepción sin mácula de María.
Curiosamente el Papa Pío IX, el
8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus acepta esta postura e instituye
esta festividad.
·
la
resurrección de Jesús: recordemos que los cultos secretos de muerte y resurrección
en el Mediterráneo oriental concebía al héroe como “el hombre que podía
ir al mundo de los espíritus, al mundo de los muertos, y regresar vivo (...) Y
como sabemos hoy día por la investigación de los mitos y los rituales antiguos,
el mismo cristianismo fue un competidor de los cultos secretos y triunfó (entre
otras razones) porque también presentó a un curandero con poderes
sobrenaturales que había resucitado entre los muertos”. (Cf. Ernest Becker, El eclipse de la muerte, Méx., 1977: 32-33). Y, por supuesto
·
El
cáliz, donde algunos consideran que Pedro de Arimatea recogió la sangre de El
Ungido y otros postulan que sirvió para el sacramento en La ultima cena y
metamorfoseado en El Grial (San Grial,
en provenzal, sangre real) y que ha
concebido especulaciones, mitos, etc.
Aparte de lo que se
precisa en los Evangelios y las cartas de Pablo, se describe la pasión en al
menos dos de los evangelios apócrifos: el de Nicodemo y el de Pedro. En La Leyenda Dorada, Santiago de Vorágine
tiene unos apartados sobre La Pasión, la Invención de la Cruz y la Exaltación
de la Cruz. Gibrán Khalil Gibrán también toca el tema en "Jesús, el hijo del hombre" y Juvencio
en "La historia evangélica",
libro IV. Como novelas, en formas más o menos alejadas del relato de la Biblia,
están: Nikos Kazantakis, La última
tentación; José Saramago: El
evangelio según Jesucristo; Robert Graves, Rey Jesús; Pär Lagerkvist, Barrabás.
Por otra parte, Ernest
Hemingway, en el cuento Hoy es viernes,
del libro "Hombres sin Mujeres"
(1927) trata de unos soldados romanos comentando en una taberna lo que pasó
durante el Viernes Santo. En cuento para niños, aunque es sólo a modo de
referencia, estaría "Marcelino pan y
vino". En el caso de Sor Juana, El
Divino Narciso sí trata en gran medida sobre la Pasión. Y la famosa Carta Atenagórica (aunque es más bien
una polémica teológica, tiene mucho que ver con el sentido de la Pasión).
También El divino Orfeo, de Calderón
de la Barca. Miguel de Unamuno: Tiene muchos poemas religiosos, algunos
centrados en la Pasión, en especial en el poemario "El Cristo de Velázquez". Vale la pena recordar el siguiente
poema de Antonio Machado (Sevilla, 1875-Francia, 1939):
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!
¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!
Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!
¡Oh, no
eres tú mi cantar!
¡No puedo
cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
Volviendo a Unamuno, en el
ensayo "Del sentimiento trágico de
la vida" y "La agonía del
cristianismo" hay varias referencias a la Pasión, pero distribuidas a
lo largo de los textos.
Dice, por ejemplo: "El Cristo de Velázquez no acaba de morir
para darnos vida" (Cf. Del
sentimiento trágico de la vida), o bien el aserto siguiente: "La Pasión de Cristo fue el centro del culto
cristiano" (Cf. La agonía del
cristianismo). Sören Kierkegaard en "La enfermedad mortal" presenta dos capítulos que reflexionan
sobre la Pasión. En "El concepto de
la angustia" hay constantes referencias al pecado, pero no hay nada
directamente relacionado con la Pasión. En la Biblia, en el libro de Isaías,
están los tres cantos del Siervo de Dios, que son interpretados como proféticos
(Is 49,1-6, Is 50,4-9 e Is 52,13-53,12), sobre todo el tercero, que es el
anuncio de la Pasión. Y ya que volvimos al Libro de los Libros (73, en la Nacar
Colunga), vale la pena destacar a los cuatro amanuenses: Mateos, Marcos, Lucas
y Juan, quien es el único testigo de la crucifixión.
Los siglos de Oro español tienen muchas muestras de poemas religiosos con dicha
temática, así como leyendas que hablan sobre este acontecimiento narrado por
Mateo (27: 51-53). Plantas y pájaros tienen una participación en estos
acontecimientos. Las golondrinas aún guardan señales del luctuoso suceso: “las
manchas rojizas de su pecho son huellas de la sangre de Cristo cuando
intentaron quitarle las espinas de la frente, procedentes de la áspera corona
(que, unas veces, se nos dice que está hecha con espinas y en alguna ocasión
con juncos marinos, tal como ocurre en el poeta barroco Enríquez de Arana)”. [Cf. Antonio Cruz Casado, Los
pájaros en la Pasión de Cristo]
Alguna saeta andaluza recuerda la leyenda:
Ya vienen las
golondrinas
con su pico tan
sereno
a quitarle las
espinas
En los cantares
populares de Andalucía –sigue Antonio Cruz Casado– que en momentos pueden
asimilarse a la saeta, hay referencias cotidianas de las aves con referencias a
la Pasión:
Al negar San Pedro a Cristo
cantó el gallo por tres veces,
cuantas lo habrás tú negao
que tu gallo canta siempre
“El mismo motivo
–sigue Antonio Cruz Casado– aparece en otra composición popular:
En el patio de Caifás
cantó el gallo y dijo Pedro:
Yo no conozco este hombre,
En momentos, la poesía culta
pretende enlazarse con esta tradición, como ocurre con el poeta andaluz
Francisco Villaespesa, quien evoca “la tradición piadosa de la golondrina en
varios versos de un poema que recita Sybila en la obra teatral El rey Galaor,
tragedia inspirada en el portugués Eugenio de Castro. Se trata –dice Antonio
Cruz Casado– de una composición en la que una hermana pregunta a diversos
elementos de un paisaje claramente interiorizado, como el peregrino o la luna,
por su hermano perdido: también se dirige a la golondrina indagando noticias
del ausente. Es la melancólica composición que empieza diciendo "
En tierras lejanas / tengo yo una hermana. La estrofa
completa indica que el pájaro no da respuesta:
Y a la golondrina
que en sus rejas trina
dice con dulzura:
"¡Por aquella espina
que arrancaste a Cristo,
dime si le has visto
cruzar la llanura!"
El ave su queja
lanza temerosa,
y en la tarde rosa
bajo el sol se aleja.
El
mismo Villaespesa, en una de las composiciones tituladas "Saetas",
del libro Andalucía (1910), asocia a la golondrina con la paloma:
Tinta en sangre una paloma
en mi huerto se ha parado.
Yo le dije: "¿Por qué sangras,
blanca paloma del campo?"
"Vi pasar al Nazareno
con el madero arrastrando,
y con mis alas la sangre
de sus sienes he enjugado".
Le dije a la golondrina
que en mis rejas se ha parado:
"¿Qué rama de coral traes
entre tu pico colgando?"
"No es coral. Es una espina
que en la cumbre del Calvario
he arrancado de las sienes
de Jesús crucificado".
¡Golondrinas y palomas,
nadie debiera mataros,
porque enjugasteis la sangre
“El motivo –concluye Cruz Casado– vuelve a aparecer de nuevo en el poema
titulado "La saeta" (Ibid., II: 840-841), de la serie "Semana
Santa", perteneciente al libro
Panderetas
sevillanas, del mismo autor almeriense, con el que queremos terminar,
incluyéndolo completo, como homenaje a ese cante dulce y amargo de nuestra
tierra, en el que también las golondrinas han dejado su grácil sombra negra y
rojiza
:
Bajo la clara comba del firmamento,
más azul que los cielos de
Palestina,
la procesión del Jueves Santo,
camina,
ondulando en las calles con paso
lento.
Sobre la sien de un Cristo, para un
momento
su vuelo fugitivo la golondrina.
Redoblan los tambores, a la
sordina,
y el oro de los cirios tiembla en
el viento.
Un treno funerario solloza el
coro...
La matraca su ronco gemir acalla...
La multitud medrosa se oprime
inquieta...
¡Y en el azul del cielo, bordado en
oro,
cual cohete de angustia, de pronto
estalla
la voz desgarradora de una saeta!
En determinados momentos, algunos
escritores han provocado perturbación en los creyentes y algunas expectativas
entre quienes vuelven los ojos a la antigua sabiduría, al conocimiento de la
Diosa madre, entronizada desde el Paleolítico. Un caso reciente: la novela de José Saramago: El evangelio según Jesucristo (1991) y el Código Da
Vinci (2003), de Dan Brown, donde se toca el origen de la
religión y sus vínculos con algunos mitos y ritos, donde se cuestionan algunos
elementos del canon, como son la figura de María Magdalena. Para entender
algunos guiños que sugieren estos autores, recomendaría la lectura de María Magdalena. La diosa prohibida del
cristianismo, de Lynn Picknett (Edit. Océano, Méx., 2005). Un párrafo puede
ser esclarecedor:
“La conocida fusión de María
Magdalena, María de Betania (la hermana de Lázaro) y la <pecadora
anónima> que unge a Jesús en el Evangelio de Lucas siempre ha sido
calurosamente debatida. La Iglesia Católica decidió, en fechas muy tempranas,
que esos tres personajes eran uno solo, aunque cambió de posición en época
reciente, en 1999. La identificación de María como prostituta procede de la Homilía 33 del papa Gregorio I,
pronunciada en 591, en la que declaró:
“La que Lucas llama pecadora y Juan,
María, creemos que es la María de la que según Marcos fueron echados siete
demonios. ¿Y qué sino todos los vicios significan esos siete demonios?... Es
claro, hermanos, que esa mujer usó antes el ungüento para perfumar su carne en
actos ilícitos. “La Iglesia ortodoxa siempre ha distinguido entre María
Magdalena y María de Betania”. Hay, por supuesto, otros elementos y otros
autores que buscan referentes y conexiones con la antigua sabiduría, en esos ritos
que algunos denominan paganos y que yo simplemente designo como pre-cristianos.
Por eso, la pregunta del poeta inglés Robert Graves es vital: “¿Cuál será el
porvenir de la religión en Occidente?”. Y responde: los “defectos” de la
civilización europea es determinar que la comunión del alma con Dios y su
salvación eterna es la finalidad de la existencia, lo único “por los que vale
la pena vivir” (Cf. La diosa blanca:
646). Sin embargo, si a esto se agrega la subordinación del individuo al
bienestar del Estado, el asunto se agrava:
“los gentiles
cristianos primitivos tomaron de los profetas hebreos los dos conceptos
religiosos, hasta entonces desconocidos en Occidente, que se han convertido en
las causas principales de nuestra inquietud: el de un Dios patriarcal, que se
niega a tener trato alguno con diosas y pretende ser autosuficiente y
sapientísimo, y el de una sociedad teocrática, desdeñosa de las pompas y
glorias de este mundo, en la que todo el que cumple debidamente sus deberes
cívicos es un <<hijo de Dios>> con derecho a la salvación,
cualquiera que sea su categoría o su fortuna, en virtud de su directa comunión
con el Padre”
(op.
cit.: 648).
La discusión que plantea el poeta
inglés es interesante, porque el cristianismo se basa en un complejo de decisiones
jurídicas tomadas bajo presión política de un antiguo litigio acerca de los
derechos religiosos entre los seguidores de la Diosa Madre y los del
dios Padre Usurpador, precisa Graves. Pero eso ya es motivo de otra charla más
amplia.
México,
D. F. abril 10 de 2014
Nuevo Testamento, trad. Eloíno Nácar Fuster y Alberto
Colunga Cueto, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970: 127-128. Los
restantes evangelios canónicos son especialmente parcos en este tipo de
noticias; el de San Marcos sólo indica que "el velo del templo se partió
en dos partes de arriba abajo", 15, 38; el de San Lucas que "las
tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona, obscurecióse el sol y
el velo del templo se rasgó por medio", 23, 44-45, en tanto que el de San
Juan nada dice al respecto.
Apud Juan Alberto Fernández Bañuls y José María Pérez
Orozco, en La poesía flamenca lírica en
andaluz, Sevilla, Consejería de Cultura, 1983: 251. Los versos son
octosilábicos, con rima asonante en el 2º y 4o vv. y 1º y 3º, libres.
Ibid.: 334.
Los octosílabos, con rima asonante en 2º y 4º vv., son más adecuados para cantar una historia, como ocurre en los
romances españoles y corridos mexicanos.
Cf. Vicente García de Diego, Antología de leyendas de la literatura universal, Barcelona, Labor,
1958, vol. I: 22.