VANGUARDIA Y SACRALIDAD
Por Óscar Wong
El secreto extraviado,
preludio del vértigo. Poesía. Antiguo rito, testimonio ante la hoguera, abrazo
de los sentidos, recuerdo de una fe olvidada, derrumbada por la hostilidad del
universo que nos circunda. Solitario inadaptado, el poeta es la fiera que acosa
al rebaño. A veces, hace estragos en el redil, aunque no es por hambre, sino
porque ama la libertad y la soledad le pesa como castigo. El Poeta, con su
obra, revela que es peligroso dormir sin soñar, por eso desata el terror y
limpia los pecados del mundo con la sangre del cordero, como sugiere Gonzalo
Arango. En este ceremonial terrible, el Poeta es, también, Adán en el primer
día del mundo, el druida con su bastón de mando, ordenando a la naturaleza. El
vidente, el sabio, el vate; el mago, el hechicero develando los secretos de la
existencia. Tal la imagen del Juglar que surge de esa concepción mágica tan
para los mitógrafos. Y es que no se puede concebir al Rapsoda de otra manera.
Graves explica dos clases de pensamientos que ocurren en la poesía: el
proléptico (considerado memoria del futuro, instinto o intuición) y el
analéptico (recuperación de acontecimientos perdidos); es evidente que en el
acto poético se suspende el tiempo y con frecuencia se recuperan detalles de la
experiencia futura, con lo cual se explica la presencia de la Mnemosine
o Memoria. Producto del singular matrimonio entre el Cielo y la Tierra, el
Hombre deviene en espíritu terrenal, una entidad anómala que evoca con
frecuencia sus orígenes divinos, aunque tenga bien asentados los pies sobre la
Tierra. Esta contradicción explica a todos los seres sensibles, con lo cual el
artista se vuelve un ser privilegiado. Siempre en situaciones límites, el
hombre sensible se aparta de la normalidad. Su función social consiste en cantar
una historia, trastocar el mundo, revertirlo. Develarlo. Husmear, hurgar,
expresar lo más turbio o lo más angelical de la humanidad. Octavio Paz explica que el
Poeta es una criatura caminando con los ojos vendados a la orilla del abismo (Cf, El
arco y la lira, Méx., 1970). Un artífice que desafía
riesgos y peligros, siempre en situaciones límites. Seguramente por ello una
tríada irlandesa del siglo XIII destaca esta sentencia: “Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta”[1].
La Poesía es Revelación,
sensibilidad, emoción. Pero también es producto de la inteligencia. En este
equilibrio reside, justamente, su peculiaridad y energía, su dinámica interna:
la Poesía no puede concebirse como el simple ejercicio escritural, aunque para
llegar a ella se tenga que partir de la Palabra. Una condición adámica:
designar a las cosas, proclamar las emociones. Y aquí es prudente insistir en
otro principio mítico: el mundo es creación lingüística. Con la Palabra se
hicieron los mundos, con la Palabra oramos, bendecimos, amamos. La Poesía es bendición, un buen decir. Lo contrario es adentrarse en territorios oscuros, es
descender, precipitarse a los abismos. El Poeta no es ese ángel caído, aquel
dios oscuro despeñado a las regiones densas, groseras, de la terrenalidad, aún
cuando Huidobro recuerde su viaje en paracaídas, su descenso a la Tierra (Cf. Altazor, Barcelona, 1931). El verso, ciertamente, es
el sonido armónico con significado. La cadencia rítmica se consigue con la acentuación,
las pausas y cesuras, los encabalgamientos. El Silencio habla en Poesía, representa, instaura, funda una
imagen sonora con un valor determinante. El Poeta descubre una nueva existencia
a través de la emoción profunda, y la revela -es decir, instaura la contemplación, según Heidegger- con todos los medios
verbales posibles; esta es su función
social (si queremos utilizar esta expresión más usual para los lectores);
por ende, se considera que la Poesía, la literatura por extensión, constituye
una refiguración de la realidad, sobre todo si se parte del concepto de lo
particular, según la antigua estética marxista (Lukács, principalmente)
denominada ahora ideológica. El Poeta
expresa reminiscencias emocionales a través de la Palabra, develando lo que a
los ojos profanos puede parecer oscuro e impenetrable. Sonido, representación,
significado: las palabras como entidades sonoras: símbolos, recuerdos
compartidos. Nombrar, después de todo, es el primer gesto creativo. Por lo
mismo, el Poema no es el simple conjunto de líneas resonantes, sino un estado
de ánimo profundo, una imagen develadora que condensa la conducta cotidiana. Es
decir, entramos en el ámbito de la Revelación. Pensamiento emocional, vivencia
exaltada y cántico significado asumiendo un valor, una categoría universal. He
ahí a la Poesía manifestada a través del corpus semántico-sonoro.
“Una realidad iluminada por un poeta tiene al menos la
novedad de una iluminación nueva. Porque el poeta nos descubre un matiz fugaz, aprendemos a imaginar todo matiz
como un cambio. Sólo la imaginación
puede ver los matices; los capta al paso
de un color a otro. ¡Acontece que en este mundo viejo había flores que no
supimos ver! Las vimos mal, porque no las vimos cambiar de matices. Florecer es
desplazar matices, es siempre un movimiento matizado. El que observa en su
jardín todas las flores que se abren y se colorean tiene ya mil modelos para la
dinámica de las imágenes”, asienta con justicia Gastón Bachelard (El
aire y los sueños, Méx., 1958: 13).
La Poesía en tanto conocimiento sensible para descubrir los matices, para
reencontrar el cambio fugaz, la transformación, la metábolé. No el simple ordenamiento de palabras apoyándose en la
dinámica interna provocada por la emoción –sonido y ritmo, percepción y
concepto- sino Revelación, esa profunda serie de símbolos que el corazón
reconoce como memoria y que condensa la esencia de la vida misma. Poesía:
asombro, terror, exaltación. Pero también salmo, conjuro, invocación. O el
musitar del ritmo contemplativo, el balbuceo del místico, el Silencio del
asceta; instantes insospechados que cobran presencia, relieve, sacralidad. La
Gracia misma. Aunque también la mirada ásperamente dulce del profeta, del vate
que entrega por medio de imágenes el conocimiento terrible, transformador. “La poesía es, después de
todo, una especie de religión en la que los hombres anotan sus intuiciones
sobre el universo y el significado de las cosas”, sostiene Richard Aldington[2].
Instinto, sensibilidad, intuición, emoción combinándose con el intelecto.
Sentimiento y pensamiento en perfecto equilibrio. Substancia transformada,
esencia, hálito del alma humana: Revelación poética. Bagaje emotivo,
arquetípico, presente en cada uno de los individuos que pueblan los territorios
de esta nueva dimensión sagradamente emotiva, espiritual, cargada de
significados múltiples. Poesía. Aunque César Pavese señala con precisión que
este acervo de símbolos no es un privilegio del Poeta, sino que constituye un
cúmulo de conocimiento “soberanamente humano”, vital por lo mismo para mantener
y defender, y acaso definir, la conciencia de sí mismo.
Ofrendar el conocimiento,
fundar la contemplación, comenzar el cántico de la verdad: Poesía. “El
campesino o la mujer del pueblo no nos dicen gran cosa, pero también ellos
hablan, y por lo tanto transmiten y crean la realidad. Bajo la palabra, tiene
vigencia también para ellos una inmóvil eternidad de símbolos que, si bien no
los fatiga con su enigma, los satisface sin que ellos lo sepan en su realidad
instintiva” (Cf, El oficio de poeta,
1994: 62). En
la Poesía lo primero que preocupa es el lenguaje, la Palabra, pero no es, de
ninguna manera, el lenguaje mismo. La Poesía deviene de la emoción y ésta
determina el ritmo, la representación gráfica. Para expresar el sentimiento
mediante signos convencionales, las palabras deben relacionarse o encadenarse
de tal modo que conformen una estructura perfecta, pero respetando el aspecto
sensorial de las cosas, tomando su infalibilidad, su indubitabilidad, su
brevedad incluso. “El verdadero poema –insiste Bachelard– despierta un deseo
invencible de ser releído. Se tiene enseguida la impresión de que la segunda
lectura dirá más que la primera. Y la segunda –muy al contrario que en una
lectura intelectualista- es más lenta que la primera. Es recogida. No se acaba
nunca de soñar el poema, no se acaba nunca de pensarlo. La Poesía percibe la
esencia del saber. Sabiduría sensible, perceptible. Instauración de la
transformación de la substancia en una nueva realidad. “Y a veces viene un gran
verso, un verso cargado de tal dolor o de tal pensamiento que el lector –el
lector solitario- murmura: y ese día no será leído más” (Cf, Gastón Bachelard, El
aire y los sueños, ibid: 310). El poema auténtico es, de
hecho, un movimiento lingüístico creador, basado en la experiencia y en la
imaginación dinámica, en el sentimiento que lo configura. Por supuesto que hay
modos de poetizar, diversas expresiones de lirismo. Graves precisa dos métodos
de pensamiento: el prosaico, inventado por los griegos, y el poético, basado en
imágenes y ritmos originales; el primero ensarta de manera mecánica grupos de
palabras lógicas, estereotipadas, sin considerar las imágenes, mientras que el
segundo actúa en varios planos de pensamiento simultáneo, provocando lo que se
denomina en tanto polisemia. Por otra parte, Gustavo Adolfo Bécquer revela la
existencia de una poesía magnífica y sonora, hija del arte y de la meditación
que asume la riqueza de la lengua y nos conduce por senderos desconocidos.
Expresa también la presencia de otra Poesía, “natural,
breve y seca”, que emerge del espíritu como una chispa eléctrica que lacera el
sentimiento con una palabra, “y huye, desnuda de artificio, desembarazada
dentro de una forma libre, despierta, con una que les toca, las mil ideas que
duermen en el océano sin fondo de la fantasía. La una es el fruto divino de la unión del arte y de la
fantasía, la otra es la centella inflamada que brota al choque de sentimiento y de la pasión” (Cf Rimas, leyendas y narraciones, apud. Juana de Ontañón, Méx., 1967.
Las cursivas son mías), aunque para Jorge Guillén, la Poesía no requiere un especial lenguaje
poético. Ninguna palabra está de antemano excluida. Todo depende
del contacto, donde cada palabra es un
elemento de valor funcional decisivo
e imprescindible (Cf. Jorge
Guillén, Lenguaje y poesía, Madrid, 1972). Según el poeta español, la
poesía señala cuestiones fundamentales de la vida. Al “hacer poesía”, manifestamos un lenguaje
comunicador de valores o esencias, si seguimos a José Gorostiza. También
constituye un movimiento de espejos en el que las palabras “se reflejan unas en
otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el
poeta se adueña de los poderes escondidos
del hombre y establece contacto con
aquel o aquello que está más allá” (Cf.
José Gorostiza, “Notas sobre poesía”, en Poesía, Méx., 1977: 11. Las cursivas
son mías). Gastón Bachelard, insiste: “Hay
palabras que, apenas pronunciadas, apenas murmuradas, apaciguan en nosotros los
tumultos. Cuando sabe unirlas en su verdad aérea, el poema es a veces un
maravilloso calmante. El verso áspero y heroico, sabe conservar también una
reserva de aliento. Da a la voz breve que manda una duración vibrante, al
exceso de fuerza de la continuidad” (Cf.
Gastón Bachelard, El aire y los sueños, ibid.:
294). La Poesía refleja la realidad correcta y objetivamente; es decir, el
contenido se entrega, según Lukács, de
una manera nueva, puesto que el poema aspira a generar imágenes basadas en
la percepción. “El que una obra de arte sea capaz de ejercer un efecto
perdurable o sólo efímero depende de la corrección y de la fuerza abarcante del
reflejo de la realidad, de la profundidad de la pasión en la captación de lo
esencialmente nuevo, en la elaboración del contenido ideal” (Cf. Georg Lukács, Prolegómenos a una estética
marxista. Obras completas, t. XIX, Barcelona, 1969). En la poesía hay
una respiración, un aliento onírico que revela, de otra manera, la existencia. La memoria es básica en esto. Pero la
experiencia es primordial. Ningún verso viene de nada.
Hay, previamente, una
emoción, un estremecimiento profundo, que explota y se apodera y otorga nuevo
significado a la Palabra. La Poesía es, evidentemente, la expresión rítmica,
acertada, de esa emoción primaria. Percepción y emoción se dan la mano para
reflejar este pensamiento original
determinado como Poema y enriquecer la realidad. Por eso siempre hay un Poeta
para cada período histórico. “En la Poesía, los hombres se reúnen sobre la base
de su existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo
de la inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en que están
en actividad todas las energías y todas las relaciones” (Cf. Martin Heidegger,
Arte y poesía, Méx., 1973). Ludismo, sonoridad que revela el sentido, la multiplicidad de
significados. Comprender el poema significa aprehender de manera sensitiva la
totalidad del sentido. Es obvio considerar que la Poesía es el centro de la
literatura, está en el centro mismo de la Palabra. Sin Poesía no hay reflexión
ni ensayo ni novela. Es ahí donde vive el Logos, el Verbo que habita en la
Poesía y se manifiesta en la narrativa. El Logos es el principio, la Palabra;
sentido y significado múltiples, sagrados. Es el Silencio mismo que florece y
que libera. La imagen literaria, la expresión poética, revive y reivindica la
dimensión espiritual. La verdadera Poesía tiene varios registros, diversas
vertientes y expresiones, pero por sobre todas las cosas es la memoria
anticipada, una evocación de alegría; significa la dicha evidente de respirar. La imagen
poética tiene, en cierta forma, una doble función: por un lado se enriquece
con un onirismo nuevo y por el otro
ofrece otra significación lúdica. Ahí reside, justamente, lo que se denomina
originalidad. Después de todo, como refería Hölderlin, poetizar es la más inocente de todas las ocupaciones. La Poesía
–conviene resaltarlo- no se enseña: se disfruta. Y ahí yerran quienes
preconizan la funcionalidad de los
talleres literarios como si fuese la panacea. Sin orden ni concierto, sin métodos
efectivos, la Poética de la barbarie prevalece en estas fábricas casi
instantáneas de autores. En doce sesiones aprehendemos el secreto del verso; en
un diplomado adquirimos el certificado de calidad literaria. Pero es evidente
que un ciego no puede guiar a otros ciegos. Y la Poesía exige disciplina,
conocimiento, entrega. Me atrevo a sugerir que también requiere de una
iniciación.
El Poeta nace, pero también
se hace con trabajo, lecturas y una profunda, sensible experiencia, forjada en
el dolor y la alegría, en la reflexión y en el conocimiento. Un Poeta es un
hombre sabio, en el más exacto de los sentidos. No es aquel que suma libros,
que tiene un acervo de lecturas academizantes. Léxico lírico, tradición léxica:
lengua literaria en tanto revelación del Poeta, según esta apreciación. Pero la
Poesía surge de una experiencia profunda, vital, reveladora, y se transmite a
través de un corpus, de un discurso
denominado Poema. Este código –lo que propiamente se denomina en tanto
versificación- sí es factible de enseñarse. El Poema se expresa a través de una
técnica y un contenido, lo que antiguamente se conocía como forma y fondo. La
manera de acercarse al poema asume tres formas o aspectos: la vertiente
filosófica, el aspecto mítico y la circunstancia lingüística. La Poesía es
creación verbal por excelencia. De ahí la importancia de la metábolé, de la transformación de una
cosa, de la substancia, en otra. Al nombrar, el poeta transforma al mundo (metamórfosis). Por algo los griegos
denominaron a este acto póieses:
Creación.
Aparentemente, la Poesía es un conjunto de sonidos de
los cuales emana un sentido. Aquí el estrato fónico, sonoro, es condición
previa del significado y constituye parte integrante del efecto estético. El
verso representa un sonido armónico con una acepción emotiva determinada. Hay,
por supuesto, equilibrio: el significado no prevalece sobre el sonido, ni éste
sobre el sentido. Lo que se considera eufonía
(buen sonido) considera dos elementos: la ejecución (interpretación) y estructura de sonido. Ésta última prevalece sobre
la primera. Conviene reconsiderar que los elementos intrínsecos de la calidad
sonora son: el metro, el acento, la repetición, los encabalgamientos, las
pausas, las cesuras, las metáforas. Cierto: la cualidad fónica es primordial,
no sólo desde el punto de vista lingüístico, sino desde la perspectiva
filosófica, incluso mítica. Según Eduardo Nicol, el ritmo conlleva la emoción,
por lo que la musicalidad es prominente en la génesis del acto poético. No hay
expresión verbal sin sentido, hay metamórfosis, traslación, metábolé. El Logos
es sonoro, tiene sentido porque tiene sonido. Cuando el Poeta canta hay más ser
en el mundo, de acuerdo con el filósofo citado. El cántico revela en el hombre su condición
de “ser en el cosmos” (Octavio
Paz, El arco y la lira, Méx.,
1967). Pero Nicol va más allá,
insiste en que la metábolé, la metamórfosis,
es básica en el logos, de ahí la importancia de la metáfora, que se sustenta en
la transformación, en la alteración de la substancia verbal. Por eso el símil,
la metáfora, modifican el sentido, trastocan significados, son imprescindibles
para calificar y cuantificar la emoción, la atmósfera del Poema. Y si
consideramos que el Poeta es un vidente o revelador de los planos divinos
superiores –de ahí el término de vate,
profeta- la idea del aspecto mítico se completa. También conviene resaltar que
evidentemente el plano lingüístico es primordial; en la Palabra descansa el
Poema, pero no es la Poesía. Quienes consideran que la Poesía es un adiestramiento
lingüístico, un ejercicio de escritura, caen finalmente en lo que Octavio Paz
determina como “artefactos semánticos”, estructuras convencionales sin emoción,
especies de fórmulas líricas, pero nunca Poesía (Cf. Octavio Paz, El arco y la lira, Méx.,
1967). Al respecto, la experiencia poética puede observarse con
detenimiento si se parte del análisis de un texto conocido, pero que de alguna
manera sustenta y demuestra lo que se ha señalado a lo largo de estas páginas:
la Poesía como experiencia y Revelación. Las recientes propuestas estéticas que
insisten en soslayar el ritmo y las imágenes para caer en un metro contrario al
verso isosilábico y amétrico, ignoran el aspecto lingüístico-filosófico que postulan Nicol y el
propio Válery (Teoría poética y estética,
Madrid, 1998); incluso se rebelan y se oponen a las concepciones míticas de
la Poesía. En este contexto cobra mayor actualidad la revisión de la teoría
creacionista de Huidobro y su máxima expresión lírica, puesto que Altazor
(Barcelona, 1931) concilia ambas actitudes. Cántico revelador, este poema
cumbre exterioriza las particularidades de un discurso lírico que oscila entre
el mito y la expresión contundente.
El Prefacio, así como los siete cantos determinan la
estructura que
Huidobro ofrece para exaltar el nacimiento, la caída (muerte) y resurrección
del hombre, el balbuceo previo al Silencio ante el sentido sacro del mundo. Un
poema único, trágico y terrible por sus planteamientos mítico-existenciales,
donde el sentido de la imagen revela, y devela, las preocupaciones estéticas,
formales, de este autor chileno, que pugnó por establecer nuevos vínculos entre
la percepción poética y el paisaje circundante. Huidobro es el eslabón
indispensable para comprender las presentes corrientes líricas. Su propuesta
aún continúa vigente. Altazor: revolución y revelación
metonímica, que va de la imaginación dinámica a la contundencia de las
representaciones, de su reanimación hasta llegar, paradójicamente, a su mínima
expresión. Alfa y omega, haz y envés de la substantividad que se pretende crear, independientemente de la
naturaleza; símiles y metáforas se recrudecen y forjan otra condición, otra
dimensión más enriquecedora, como propone esta teoría lírica que busca
entronizar el desplazamiento de matices.
La estructura del poema es sencilla: un prefacio en
verso corrido (lo que algunos denominan poema en prosa) explica el origen del
mundo; en la preexistencia el poema testimonia la creación del universo. En el
primer canto se advierte la presencia terrenal, la caída del Jardín del Edén,
con toda su secuela trágica. El amor, la presencia de la Musa se observa en el
canto segundo, mientras que el tercero busca la visualización de la imagen. El
cuarto, la expresión rítmica repercute en la imagen en tanto el quinto se
observa la experimentación sonora. El sexto canto prefigura el final, el canto
onomatopéyico, puesto que empiezan a diluirse la cadencia musical y las
imágenes. Insisto: Altazor postula una propuesta singular: incorporar a la imagen
la precisión efectista, la adjetivación novedosa, inusitada, e incluso desatar
el ritmo, la musicalidad. A lo largo del cántico se observa el deseo de
concentrar expresiones de la industria, de la existencia circundante, para
conformar un texto vivo, actuante pero además independiente de la misma
naturaleza. Por algo el autor pretende despuntar su proposición, denominada en
tanto Creacionismo.
El poema creado, reflexionaba el poeta chileno. En
cada parte constitutiva muestra un hecho nuevo, independiente del mundo
exterior, desligado de cualquier realidad que no sea la propia. Huidobro alude
a la realidad literaria; el sonido con un significado representativo, partiendo
de un concepto previo; puesto que toma su puesto en el mundo como un fenómeno
singular, amplía su horizonte semántico a través del adjetivo revelador, de las
imágenes y de la simultaneidad de planos significativos. Es decir, destaca el
uso artístico del lenguaje. Al hacerse realidad a sí mismo, el poema forja lo
maravilloso y le proporciona vida propia; hay, por lo mismo, modificación de la
substancia lingüística, porque después de todo, agrego, sonido, forma y
contenido son lo mismo. El alcance del poema es tal que sus aportaciones son,
todavía, contemporáneas. En el Prefacio, Huidobro instala las mojoneras líricas
de lo que pretende. Visualización de la expresión, contundencia en la imagen,
incorporación de un ritmo aparentemente apoyado en la prosa, aunque la
respiración es musical: se advierte, entonces, la acentuación particular que el
autor imprime a sus versículos. La inocencia primigenia del Origen es el asunto
del Prefacio. Es un tema cosmogónico, genésico, puesto que el rapsoda es
testigo del nacimiento del cosmos. Del fortalecimiento de la imagen, con
adjetivaciones insólitas, a la visualización del sentimiento; del sentido
mítico, estético, a la negación misma del significado. He ahí la revelación, y
la revolución expresiva de Huidobro, aún vigente y, por lo mismo, actual. Las
manifestaciones líricas mexicanas en las postrimerías del siglo XX, parten de esta
propuesta estética, muchas veces de manera inconsciente. A los 33 años, escribe
Huidobro al inicio del poema, nace la Palabra original “bajo las hortensias y los aeroplanos del calor”. Guiños míticos,
postulados y conceptos que de ninguna manera se oponen al lirismo desatado: “Los verdaderos poemas son incendios. La
poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con
estremecimientos de placer o de agonía”, puntualiza (Op. cit.: 11). La doctrina huidobriana descansa en el uso y
fortalecimiento de la representación lírica. La fanopea de que habla Pound
irrumpe determinando su sentido visual, sus posibilidades semánticas, sus
esquemas novedosos, los signos que van desde un hálito simbólico, lógico,
estético, incluso cinemático:
Mis miradas son un alambre en el horizonte para el
descanso de las golondrinas (Op.
cit.: 12)
El Poeta asiste al nacimiento del Universo; es un
cronista, un testigo real de este acontecer. Después viaja al mundo terrenal, pero su caída, en
paracaídas, es vertiginosa. La cosmogonía es impactante. Huidobro observa todo
lo que le rodea, busca la densidad de la materia, pero sin soslayar su papel
primordial: cantar la realidad, y pretende ofrecer, fortalecida, esa otredad lírica. Un Padre Espiritual que
sonríe en la advocación del padre terrenal. Vicente Huidobro lo sabe. Y canta:
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables
que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días (Op. cit.:9)
La memoria de la piedra se
apoya en este punto inicial. El poeta es lanzado al planeta, luego de ser
ungido con los dones y privilegios del espíritu, de la Palabra. Adán en el
primer día de la creación es el mago, el bardo, el hombre divinizado por los
instrumentos de la doble articulación lingüística. Tiene el privilegio de los
dioses: nombrar a las cosas. Canta y testifica la realidad crudelísima del
orbe. La terrenalidad, la transitoriedad de la existencia no puede, de ninguna
manera, ser superada por el amor. Nadie, a la fecha, ha vencido a la muerte,
salvo el Jesús cristiano. Vicente Huidobro lo sabe, por eso expresa con trágica
contundencia:
... la tumba tiene más poder que los ojos de la amada.
La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando
sonríes haces pensar en el comienzo del mundo (Op cit.: 11)
El primer canto es la
expulsión del Paraíso primordial. El Poeta recuerda su salida, luego de la
caída desafortunada en virtud de la tentación que asumió un ser proscrito por
las iglesias judeocristianas, un nombre oculto que, pese a todo, cobra relevancia.
El secreto de aquel Tenebroso se esconde en la rosa de la muerte, en la falta
de sonrisas (por algo estar “contento” significa estar con Theos, con Dios).
Las leyes divinas y terrenales se cumplen, parece expresar el Poeta. No hay un
pronunciamiento ético ni estético. La naturaleza ocurre, persiste. Pero no hay
que servirla. La materialidad del globo ocurre sencillamente. El hombre se
encuentra solo. El Poeta es rotundo al evocar esa salida del Jardín del Edén:
¿Qué ángel malo se paró en la
puerta de tu sonrisa
con la espada en la mano?
¿Quién sembró
la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser? (Op. cit.: 17)
Contundencia, certeza de que
todo continúa igual, al ritmo que la ley terrenal impone. El terror de ser, y
estar, en el mundo es real. La muerte ha entrado al planeta, ciertamente, con
la trasgresión adámica. Envejecimiento, enfermedad, muerte. El deterioro físico
llega. El deseo, las aspiraciones e ideales a nada conducen. Ni el amor ni la
religión. El caos, la nada, aguardan. La fatalidad irrumpe siempre:
Soy yo Altazor
Altazor
Encerrado en la jaula de su destino
En vano me aferro a los barrotes de la evasión
imposible (Op. cit.:.20)
Según Gastón Bachelard, la
poesía más que una tradición representa un sueño primitivo, el despertar de las
imágenes primordiales, primigenias (Cf. El aire y
los sueños, Méx., 1958). El mismo autor reitera que
para merecer el título de imagen
literaria, se requiere de un elemento fundamental: la originalidad. “Una imagen literaria –acota Bachelard–, es un sentido en estado naciente: la palabra
–la vieja palabra– viene a recibir allí un significado nuevo. Pero esto no
basta: la imagen literaria debe
enriquecerse con un onirismo nuevo.
Significar otra cosa y hacer soñar de otro modo, tal es la doble función de la
imagen literaria” (Op. cit.: 306).
Onirismo, aspectos lúdicos que en Huidobro alcanzan una única categoría
estética. Altazor se inscribe
en el principio del Cosmos y llega al balbuceo final frente a lo sagrado. Del
sentido único, sustancial, que revela el sentido previo a la cultura (la parte
ágrafa, mágica-mítica-simbólica del hombre), al sentido
sacro de la Palabra. La Poesía como expresión de la existencia, partiendo de
los recursos estilísticos, apoyándose en el ritmo y la acentuación, pero
modificando la substancia. La Poesía como refiguración de la realidad, como
Iluminación. Huidobro es contundente al respecto. Algunos versos son
vectoriales por cuanto destacan la dirección, el sentido expresivo: Quememos nuestra carne en los ojos del alba,
exclama de manera precisa (Ib., op. cit.:
23). La raíz original vuelve a cobrar dimensiones trágicas: “Canta el caos al caos que tiene pecho de
hombre/Llora de eco en eco por todo el universo/Rodando con sus mitos entre
alucinaciones”. En Altazor se advierte de manera
relevante la comparación elíptica, a diferencia del símil, en tanto relación
analógica parcial. Hay visualización, sí, pero también mayores posibilidades
semánticas, a manera de sinécdoque, cuya figura lingüística es más ágil, por
cuanto provoca la representación de la parte esencial. La metonimia es,
incluso, más contundente puesto que no sólo sustituye los atributos o rasgos
semánticos, sino que consigue un hálito numinoso. Acaso por lo mismo el segundo
cántico es incisivo. El amor desemboca en esta salmodia. La figura de la mujer
–como Musa y Creadora– se manifiesta de manera perentoria, mientras que en el
tercero surgen versos pareados, provocando un efecto deslumbrante. Ritmos y
armonías se conjugan y se compactan. En esas atmósferas oscuras, en esa energía
interior, se advierte una frecuencia rítmica, un pulsar constante,
palpitaciones nerviosas que se erigen como una turbia reverberación.
Las imágenes sonoras, el sentido plástico, son claras
mojoneras de esta geografía visual, de este espacio espiritual que caracteriza
la dimensión lírica del poeta chileno, la acrecentada existencia sensible
metamorfoseada en experiencia estética (3er. Canto). Todas las lenguas están muertas/ Muertas en manos del vecino trágico/
Hay que resucitar las lenguas/ Con sonoras risas/ Con vagones de carcajadas/
Con cortacircuitos en las frases/ Y cataclismos en la gramática... (Op. cit., ibid.: 58). Cuarto y quinto
cantos agilizan, e inmovilizan, al lenguaje. Los juegos rítmicos, cadenciosos,
apresurados, manifiestan otros ordenamientos, nuevos atributos. Eslabones de
una cadena lírica que nos conducen de manera inequívoca a la caverna platónica,
nos aherrojan de espaldas a la Luz del precepto lírico, nos entregan
rabiosamente al concepto rítmico, eufónico. Significantes que tropiezan,
significados que se metamorfosean en aras de la emoción, de lo que se pretende
decir:
“Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Ya viene la golontrina
Que tiene un nido en cada uno de los dos calores
Como yo los tengo en los cuatro horizontes
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en la punta de los pies
Viene la golonniña
Y siente un vahido la cabeza de la montaña
Viene la golongira
Y el viento se hace parábola de sílfides en orgía
Se llenan de notas los hilos telefónicos
Se duerme el ocaso con la cabeza escondida
Y el árbol con el pulso afiebrado” (Op. cit.: 69)
Altazor concluye con el simple
deslumbramiento, el balbuceo mismo ante la revelación sagrada. Por eso la serie
de onomatopeyas, como un lejano cántico tribal, gutural. El Silencio da paso,
de nueva cuenta, al reinicio del ciclo. En el principio era el Verbo, canta el
Evangelista. Y esta Verdad, inmutable por lo mismo, emprende el regreso, la
vuelta al origen. Después de todo, lo reconoce el propio Huidobro, el Logos, la
Poesía misma, testimonia el principio del hombre y testificará el fin del
mismo. La Poesía externa el lenguaje de Adán; es la lengua que se hablaba en el
Paraíso. Y por si fuera poco, es el lenguaje del Juicio Final. Poesía y
eternidad se fusionan en el origen mismo del Origen[3].
Tabú y veneración, territorios de lo sacro. Grito inarticulado, imprecisión
significativa, onomatopeya mística, expresión pura del significante, mantra
lírico:
i i
i o
ai a i ai a i i i i o ia (Op.
cit., ibidem : 111)
En la misma conferencia
impartida en el Ateneo de Madrid en 1921, Vicente Huidobro puntualizó: “La
Poesía es el lenguaje de la Creación. Por eso sólo los que llevan el recuerdo
de aquel tiempo, sólo los que no han olvidado los vagidos del parto universal
ni los acentos del mundo en su formación, son poetas. Las células del poeta
están amasadas en el primer dolor y guardan el ritmo del primer espasmo. En la
garganta del poeta el universo busca su voz, una voz inmortal” (Vicente Huidobro,
Poética y estética creacionistas, Méx.,
1994: 127). He
aquí el sentido de Altazor: la expresión del cántico sagrado que prefigura y
llega al Silencio mismo. Antes del hombre y después de su caída. Los extremos
se tocan. Del Silencio primordial al enmudecimiento que provoca el terror ante
lo Sagrado. Tabú y recogimiento. Después, nada. La Nada. Por eso el sonido
puro, la afasia significativa, expresiones mínimas del canto. La raigambre
telúrica, cosmogónica, que se enhebra en esta parte última del cántico,
constituye una alegoría de la naturaleza mítica de la humanidad, muchas veces
contradictoria, aberrante y profundamente espiritual. Visión desgarradora, Altazor
pervive a pesar de su condición sublime, insertada en una dimensión pétrea,
terrenal; un poema apocalíptico, en su sentido de revelación, donde lo terrible logra ser sublimado por la precisión
y contundencia metafóricas. Las visiones fulgurantes que prefiguran una Torre
de Babel lingüística, son indicativas de esa energía soterrada que pugna por
emerger a la superficie de la emoción hasta provocar un estallido rítmico: la
vibración única, el Silencio.
Desde 1919, Huidobro dio el salto a esta expresividad
plena, puesto que buscó la transformación de la substancia, la denominada
metábolé. Al nombrar con la Palabra, el Poeta transforma la naturaleza del
mundo (metamórfosis). Hay más ser,
indudablemente, por eso los griegos denominaron a este acto póieses (creación). De este conjunto de
sonidos de los cuales emana un significado, el estrato fónico es condición
previa y constituye la parte integrante del efecto estético. Aquí persiste el
equilibrio: el significado no prevalece sobre el sonido ni éste sobre el
sentido. Por ende, la propuesta de Huidobro estriba no sólo en la calidad
sonora, en los silencios como cualidad fónica esencial, no sólo desde el punto
de vista lingüístico, sino desde la perspectiva filosófica, incluso mítica: el
ritmo, reitero junto con Nicol, conlleva la emoción. El Logos, ciertamente, es
sonoro, y tiene sentido porque tiene sonido. He aquí el logro del poeta chileno
con su teoría creacionista. El rompimiento del ritmo, e incluso del aspecto
metonímico que en la actualidad se pretende, no tiene razón de ser, puesto que
Huidobro lo demostró en su momento. Si
existe la metamórfosis, el cambio
substancial; si el ritmo está supeditado a la emoción, la trasgresión acentual
es invalidada. Huidobro revitaliza el verso, agiliza la imagen y la lleva hasta
su mínima expresión: el sonido puro, la onomatopeya, la metáfora en su nivel
mismo de significante. Imagen expresiva, traslación de ésta a la insonoridad.
En estos niveles transcurre el creacionismo, el cual ahora se revela en las
expresiones de los poetas del México del siglo XXI. Una expresión más cercana a
la respiración de la prosa, sin la acentuación armónica necesaria, sin
imágenes, prácticamente, como si estas condiciones connaturales al verso fuesen
superfluas y por lo tanto imprescindibles. Si la existencia es aleatoria e
imprevisible, arguye este presente lírico, es válido entonces utilizar sonidos
similares y desinencias, esmaltes sonoros que van a extraviarse entre el
dislocamiento y el deslizamiento de la forma; se apoyan más en la reflexión
discursiva, en la eliminación de la función metonímica original y pretenden ser
la avanzada, el canon novedoso como fractura del sentido y cuya experiencia
abismal postula ignorar las propuestas estéticas de los cantores de antaño,
como es el caso de Huidobro. Al cuestionar las bases de la tradición literaria
hispanoamericana, al oponerse al Yo poético como generador del texto lírico y
concebir al Poema como una “interferencia” independiente del sentido, se busca
tajantemente invalidar la expresión como unidad estética. Poética de la antiforma,
pretenden crear confusión al negar las corrientes evolutivas con el disfraz de
criterio novedoso.
Si la Poesía expresa el sentido sacro del mundo y a
través de la Palabra hay modificación de la substancia, es evidente que no se
puede invalidar ni el ritmo como catalizador emotivo ni las metáforas como
necesidad expresiva. De alguna manera puede concluirse lo que postula Válery:
“hay que querer lo que se debe querer para que el pensamiento, el lenguaje y
sus convenciones, que están tomados de la vida exterior, el ritmo y los acentos
de la voz que son directamente cosas del ser, concuerden, y ese acuerdo exige
sacrificios recíprocos siendo el más notable aquel que debe consentir el
pensamiento” (Paul Válery, op. cit.,
ibid.: 126) . Huidobro supo que el lenguaje no es el simple instrumento de
comunicación sino que además involucra la dimensión semántica; nombrar es un
acto sagrado, ritualista, puesto que crea y recrea al universo mismo y la
naturaleza es doblegada. Con la Palabra los hombres, y los objetos, existen, de
ahí la contundencia de su propuesta estética. Por otra parte, los oficiantes de
la Poesía pueden conciliar el aspecto revelador con la fascinación por lo
nuevo. Precursor y epígono, el Poeta busca el Misterio, la Inspiración, y la
posibilidad de dar esa visión primigenia a través del Poema como expresión de
la materia ardiente.
Por razones expositivas es
oportuno observar el presente esquema, que de alguna manera clarifica la
propuesta del actual capítulo.
El siguiente cuadro refleja
con claridad lo que aquí se ha planteado
ASPECTO SAGRADO DE LA POESÍA
Poeta
Druida (héroe)
Mago, hechicero,
sabio
|
Musa
La Mujer, La Luna
La triple diosa triple
|
Expresión
Poema
El alfabeto de
los árboles
(Lengua de Og)
|
Inspiración
(Mito de Cerridwen)
|
Mundo Celta
Rituales estacionales
|
La
Musa, símbolo de la mujer, representación de la Luna:
1.- Luna en cuarto creciente = la niña, la
núbil, la virgen, la doncella
2.- Luna llena = mujer fértil
3.- La luna en cuarto menguante = la anciana
sabia, la enferma, la muerte
FUENTES: El arte de la poesía, de Ezra Pound; Filosofía y Poesía, de
Eduardo Nicol; La diosa blanca, de Robert Graves; El arco y la lira, de Octavio Paz; El silencio del nombre.
Interpretación y pensamiento judío, de Esther Cohen, Edit.
Anthropos/Fundación Cultural Eduardo Cohen, Méx., 1999.
[1] La evocación es fundamental en la poesía (Cf,
Robert Graves, La diosa blanca,
Barcelona, 1986)
[2] Notas personales sobre
poesía, Poesía y poética No. 27, Universidad. Iberoamericana, Méx.,
1997.
[3] Resulta
interesante cómo el poeta chileno llega, luego de expresar sus emociones a
través de las imágenes, al sonido mismo, como un balbuceo místico; como si la
naturaleza misma enmudeciera. Al respecto, conviene citar a Esther Cohen:
"Walter Benjamín habló del lamento de la naturaleza, de su tristeza por haber
sido sometida a la sobrenominación indefinida de los hombres y subordinada a un
lenguaje caído en la arbitrariedad del signo, lenguaje rebajado a mero
instrumento de comunicación", Cf. El silencio del nombre: 22
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