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ELIXIRES DE LA EMBRIAGUEZ, UNA FORMA DE CONOCER

Por Óscar Wong















Escribo de lo que vivo, señalaba contundente el poeta chileno Pablo Neruda. Parafraseándolo, Dulce Chiang bien puede argumentar: Escribo de lo que bebo. En efecto: Elíxires de la embriaguez, es una muestra de lo que una poeta puede generar a través de la investigación, incluso de campo, y de la experiencia directa. En tres etapas o instancias, que determinan las diversas formas de gestación de las bebidas espiritosas, la autora va enhebrando su obra: Fermentados, Aguardientes (o destilados) y Licores se vuelven territorios donde cualquier conocedor debe abrevar, o escanciar, la sabiduría etílica. Es evidente que la substancia se altera, puesto que la fermentación genera un vínculo indisoluble con los procesos de los viejos alquimistas. La autora puede precisar de manera inmediata:
                        Dejar que el disperso se infiltre,
arder uno.
Pasar de la alquimia al químico perfecto.
Dar con el secreto en la textura.
                                                                       (p. 13)
            El secreto en la textura, He ahí la piedra filosofal, la materia primordial para la bebida, por eso el recorrido que hace Dulce Chiang va desde la copa, concebida como el útero de la diosa, a la cerveza y al brandy, hecho de uva (pulpa de la vulva). De la absenta, o absintio, muy usado por los poetas malditos en el siglo pasado, al amaretto, la travesía se vuelve, evidentemente, embriagadora.
Simbólica y míticamente, por su color y por su carácter de esencia de la planta (la vid), el vino se asocia a la sangre. Constituye un elixir de vida o de inmortalidad y, según Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, en las tradiciones de origen semítico, en razón de la embriaguez que provoca, es símbolo de conocimiento y de iniciación. En el taoísmo es importante: “En las sociedades secretas chinas el vino (de arroz) se mezcla con la sangre del juramento, y como bebida de comunión permite alcanzar la edad de ciento noventa y nueve años” (Cf. Diccionario de los símbolos: 1072). El simbolismo judeocristiano (beber la sangre de Cristo, la sangre de la alianza) también es capital. En el Cantar de los Cantares aparece el elogio a esta bebida. Para los musulmanes contemplativos es el nabulisi (la bebida del amor divino).
Un místico persa sentencia: “Yo soy el bebedor, el vino y el escanciador” (Bāyāzid de Bisthām). Por lo que en un tratado de sufismo se advierte que la bebida <<representa el amor, el deseo ardiente y la embriaguez espiritual>>. Gonzalo de Berceo disfruta de un vaso de bon vino antes de generar en román paladino lo que el pueblo suele fablar a su vecino (cito de memoria). Robert Graves, en La diosa blanca, recuerda que los certámenes de poesía eran gratificados con una barrica de vino (hasta que llegó un imbécil y solicitó el pago en efectivo. Y desde entonces, acota el poeta inglés, nadie es lo suficientemente poeta como para solicitar el premio original). No obstante, señores poetas, debo alertarlos: el vino es prohibitivo no sólo para los dioses, sino para la Mnemosyne y a las Musas porque turba la memoria. Dulce Chiang habla de la musa Crisol, cuyo nombre nos remite de inmediato a la Alquimia.

Pero volvamos de lleno al poemario Elíxires de la embriaguez. Inicia al amparo de Li Bai o Li Tai Po (mejor conocido como Li Bo, nacido en el 701 de nuestra era y muerto a los 61 años.), el famoso “ermitaño del loto azulado” o “inmortal desterrado”, como lo llamó su amigo He Zhizhang por la brillantez de sus ojos. Es válido recordar que el poeta formó un grupo de eruditos borrachines llamados “los ocho inmortales del vino”; aunque Dulce Chiang en el poema “Jiu” (V. El apartado “Aguardientes”) se ocupa apenas de tres poetas Yuanming, Huang Jiu y Su Dongpo–, amigos del vate:


Jiu


Toma Tao Yuanming putao jiu

y sábese señor de los cinco sauces.

Huang Jiu liban LiBo, la luna y su sombra,
vagos vástagos que la vía láctea vacilantes,
vuelta y vuelta vincula.

Genio gozoso,
al siseo divino del dulce rocío
su sesera sucumbe.

Su Dongpo, su bai jiu bebe.
No tiene el camino de la embriaguez sentido
si no conduce a la libertad.
(p. 33)
            Hay una verdad, casi sentencia, en este poema: la embriaguez no tiene sentido si no conduce a la libertad. Y así deben tomarlos los afiliados a la doble A. Para continuar con el tono de la poesía china, cabe insistir que dos versos del famoso poema “Bebiendo solo bajo la luna I (Yue Xia Du Zhuo)” abren el poemario:

                    “Levanto mi copa e invito a la Luna,
y, con mi sombra, somos tres”

            A partir de ahí, se suceden juegos verbales, paronomasias, aliteraciones, que indudablemente repercuten en el sentido y en la sonoridad, generando una imagen sonora. La inexistencia de la substanciabilidad del vino, del aguardiente, se recupera:

                        Los cuerpos no son y no existen, sino en el
momento en que se perciben destilados”,
precisa la poeta sinomexicana.
A lo largo del poemario, Dulce Chiang estira el idioma. Después de todo, más que un ejercicio de escritura, la Poesía constituye una profunda experiencia existencial. A veces un giro del lenguaje, la intención misma de las palabras y hasta el sentido visual de las metáforas traduce en el poema la personalidad del escritor. Conviene resaltar que el arte y la Poesía lo es representa una forma de conocer. El aspecto formal se fundamenta, necesariamente, en una categoría estética. Sin ella, los versos son simples palabras, contenidos sonoros que buscan un centro vital. La emoción, desde los tiempos aristotélicos, como establece Eduardo Nicol, determina el ritmo. Por eso hay ritmos pausados, contemplativos. Pero también existe la expresión contundente, reveladora, como el mar frente a las rocas. O un ritmo rutilante, juguetón, embriagador, como la obra que nos ocupa y convoca. Elíxires de la embriaguez es más que esa dimensión, ese espacio donde la vida acaso disipada cobra relieve y dimensión. He aquí los territorios de lo etílico, reveladores de la esencia de lo poético.

Dulce Chiang, Elixires de la embriaguez, El Golem Editores, Col. Ars embriagante, Méx., 2011, 72 pp.
Óscar Wong (agosto 26 de 1948) es poeta, narrador y ensayista. Sus títulos más recientes: Razones de la voz (CNCA, Colec. Práctica Mortal, Méx., 2000), Rubor de la ceniza (Edit. Praxis, Méx., 2002), Poética de lo sagrado. El lenguaje de Adán (Edic. Coyoacán, Méx., 2007) y Jaime Sabines. Entre lo tierno y lo trágico (Edit. Praxis, Méx., 2008) Radica en la ciudad de México e imparte cursos y talleres de creación literaria de manera independiente.