miércoles, noviembre 30, 2011

EROTICA MÍA

TERRITORIO SONORAMENTE SIGNIFICATIVO



Por Óscar Wong






Desacralizar a la poesía, ahondar en la dimensión lingüística, buscando las posibilidades del lenguaje, partiendo del vínculo estrecho: expresión-contenido-intención-resolución, fue, a mediados del siglo XX, una pretensión y un logro. En este sentido, Fernando Alegría señalaba la clara orfebrería de índole ornamental en la primera etapa de Vicente Huidobro –“de raíz parnasiana y tonalidad romántica”– y el lenguaje cotidiano mezclado de fórmulas pedagógicas y sentencias de pillería popular, que unía obscuridades y claridades en Nicanor Parra.

Esta manera de enfrentar al mundo partía de dos vertientes: 1) el mundo como caos y el hombre víctima de la razón y, 2. la actitud revolucionaria, donde la realidad se mostraba en su complejidad y hondura, por lo que ante el desmoronamiento de la racionalidad establecida, el poeta buscaba redescubrir la cadencia implícita en el lenguaje y apoyarse en las asociaciones de sentido que la escritura postula (Cf. Literatura y revolución, 1971). Es evidente que la Revolución Cubana, así como los procesos sociales en Hispanoamérica –golpes de estado, gorilatos, represión, persecución y encarcelamiento, etc. –, marcó la pauta. La expresión lírica generó ese logos social, que conciliaba la ética y la estética. Literariamente hablando, México continuó con su tono crepuscular (Pedro Henríquez-Ureña dixit) y salvo algunos autores como Sergio Mondragón, Efraín Huerta y los integrantes de La espiga amotinada, no hubo pretensiones de vanguardia o de adecuación  de los contenidos versiculares.

Pero si Huidobro descubrió los ritmos internos, el valor técnico de la imagen y trabajó la zona del lenguaje con una estética basada en la fanopea (como indicaba el viejo Pound), donde la imagen, no del orden ornamental, sino como visualización dinámica, repercute en el aspecto morfosintáctico, provocada por el movimiento, la tensión interna del verso. En la poesía de Saúl Ibargoyen se advierte y se revela la presencia de la realidad sugerida a través de superposiciones, desnudando al lenguaje de su exterior retórico y devolviéndole su sentido primigenio, su preciso contenido, como se advierte en Nuevas destrucciones, publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura, en su Biblioteca Mexiquense del Bicentenario (Toluca, Edoméx., 2008, 106 pp.).

En este libro, Ibargoyen se plantea, líricamente, cómo abordar el entorno circundante a través del lenguaje, de la palabra, observada como “forma escondida” en busca de “vibraciones hálitos humedades” (p. 15), o bien como:



“un sucio núcleo de luz nunca tocada

donde cada nombre

de cada soñada muchacha o mujer

o sólo hembra

alcanza a renacer

y se disuelva”

                                                                       pp. 105-106)



Armonía racional, sí, de expresión sensorial, enfrentada al juego sonoro de los significantes –la idea generando el ritmo, como advertía Huidobro–; prosaísmo, frente a un lenguaje acaso violentado. Pero siempre la radicalidad: borde y reborde del Yo poético, desplazando lo externo. Previamente, en un poemario triunfador en los XXXIV Juegos Florales de San Juan del Río, Querétaro en 2004, denominado precisamente ¿Palabras? (Edic. Tintanueva, Méx., 2004, 98 pp.), el poeta uruguayo, ahora nacionalizado mexicano, se asume como escriba, como un cronista que testimonia las “iluminaciones/ de energía congelada”, aunque finalmente “penetra las fibras o raíces/ del polvo extranjero” (p. 50). Aquí también la preocupación social se establece como una firme mojonera lírica, así como la desacralización metonímica:



                        El sol de esta tarde

                        camina ente el polvo

                        que otros soles viejos

                        pisotearon.

                        Hay cenizas

                        renovándose en las calles

calientes de Ensenada.

                        Y en ti se produce

la levedad de una sombra

que tal vez

no acabe de pasar”

                                   (p. 13)



            Coincidencias, territorialidad del lenguaje y la visión cotidiana, con una estética que pretende establecer, apropiarse de la realidad inmediata con un lenguaje desacralizante. Lo discursivo frente a la exaltación lírica –entendida como emotividad cuasi desbordada y, por tanto, centrada en el sujeto–, que genera reflexiones lingüísticas, puesto que la analogía fónica genera una analogía de sentido. Y lo que el chileno Huidobro manejaba –abandono de la métrica y la puntuación, manejo metonímico no como ornamento, sino como un aspecto incorporado a la sonoridad versicular–, también se advierte en Erótica mía (Edic. del Ermitaño, Colec. Minimalia, Méx., 2010, 77 pp.), poemario de Saúl Ibargoyen, que ahora celebramos. Amor, como deseo de completud, ciertamente. El erotismo manifestado en imágenes terrenales, cotidianas, aunque no exentas de lirismo.

Erótica mía puede considerarse, en su conjunto, como blasón, como un canto férvido a la mujer, a la dómina, a la dueña, como anhelaban los trovadores provenzales del siglo XII. Aunque la exaltación del amor desgraciado, que significa a la poesía trovadoresca; el amor perpetuamente insatisfecho, no se presenta en Ibargoyen. La mujer es real y concreta, no idealizada... aunque se le canta de manera sensible, emocionada. Esa es la gran diferencia entre la visión contemporánea y la de los trovadores y troberos. Por eso el poeta Ibargoyen es capaz de salmodiar eróticamente lo siguiente:



                        Besar es oficio

                        que a veces nos pierde

                        en bocas de bestias oscuras

                        en grietas dolorosas

                        que el sudor ilumina”.

                                                           (p. 7)



            O bien establecer los límites entre la realidad literaria y la realidad del entorno:



                        “A toda voz claman por ti

                        los timbres del teléfono

                        y tus orejas se acuestan

                        sobre el cable blanco

                        por donde corre el susurro

                        de mis dedos

                        que marcan y destruyen

                        una cifra de incansable impaciencia”.

                                                                       (p. 17)



            La propuesta estética, discursiva, es reveladora. Se canta al amor humano, mundano, agregaría, puesto que la pasión remite a la sexualidad, que indudablemente debe ser saciada. Aquí la pasión asume la forma del deseo, “y ese deseo, a su vez –Rougemont dixit–, se disfraza de fatalidad”. Es válido recordar lo que en Amor y Occidente precisa Denis de Rougemont: “El ardor amoroso espontáneo, premiado y no combatido, es por esencia poco duradero. Es una llamarada que no puede sobrevivir al resplandor de su consumación. Pero su quemadura continúa siendo inolvidable y los amantes quieren prolongarla y renovarla hasta el infinito” (op. cit.).

Pero si arqueológica y míticamente el lenguaje, la palabra misma, extravió su primera substancia, su transparencia, en virtud de la dispersión que ocurrió en la Torre de Babel, es válido buscar ese secreto que la palabra contiene en sí misma, no en la superficie, y recuperar los huecos léxicos, esa significación que subyace petrificada en la palabra, como observaba Héctor A. Murena en. La metáfora y lo sagrado). Originalmente los nombres denotaban aquello que designaban; aunque aún persiste un fragmento silencioso, un saber que tiene esas propiedades inmóviles que subyacen en ese espacio que la similitud, la analogía, dejó en la nada, en el vacío. La semejanza de las cosas se ha extraviado. Y más de una lengua a otra, revela Foucault (Cf. Las palabras y las cosas).

            Este extravío substancial, lírico, ha sido abordado por Ibargoyen en Erótica mía donde la expresión asume una doble vertiente: escritura y lectura y, además, una visión del mundo contemporánea. Hay, desde luego, un perenne cuestionamiento sobre los modos de poetizar, soslayando los rígidos cánones tradicionales –métrica y rima– y concibiendo al verso como un código ritmo, un ámbito sonoro donde la respiración y la tensión interna juegan un papel determinante, puesto que pretende abordar las posibilidades que el lenguaje ofrece para entregar el contenido del poema. Se advierte el fraseo prosódico, la oralidad que se entroniza en la grafía.

Previamente hubo, desde luego, que subvertir el orden, el statu quo de la expresión lírica para generar un logos social, por lo que ahora la poesía significa testimonio y conciencia, praxis e ideología. Logos social, sí, sensualmente amoroso, donde ética, estética y erótica pretenden conciliarse en ese espacio textual del poema, en ese territorio sonoramente significativo.



Saúl Ibargoyen, Erótica mía, Edic. del Ermitaño, Colec. Minimalia, Méx., 2010, 77 pp.







lunes, septiembre 26, 2011

LA FLAMA EN EL ESPEJO


La búsqueda de la realidad sensible a través de la Gracias y los misterios inusitados que la existencia entrega. Tono grave, solemne, acentuación clásica, encabalgamientos para determinar un ritmo más ágil, sin tanta sujeción a la métrica.. Diez instancias de un canto único, elaborado en eneasílabos y endecasílabos (9 y 11 sílabas), hacen de La flama en el espejo, una travesía espiritual. De manera que el despertar se vuelve ave de presa que desciende en círculos crueles, mientras que el amor se revela como fuego que trasmuta a la materia. El silencio, desde luego, está consagrado al canto.
El tiempo, envejecido (segundo canto), crece y se encamina hacia su forma. De manera que, paulatinamente, se funden “los cánticos futuros”. La palabra se crea, transparente:

Y evoca la flama en el espejo.
y en el territorio ennegrecido
de raíces primitivas, pone
los cimientos músicos del fuego
a la ciudad oro...
     (p. 19).

            El amor (tercer canto) hace que resuenen vivientes los metales del alma, aunque en la palabra asoma la sabiduría. Ante la dicha, el corazón tiembla hasta incendiarse.
            El cántico cuarto reitera la presencia de la palabra antigua, invocada desde el origen, desde las bocas no saciadas, Por supuesto que el silencio s derrama sobre las casas y hace leve a la “gravísima roca”. El amor siempre es la respuesta:

                        Desde su nudo a ciegas, suena
                        su armazón violeta, suena
                        encogida en su hervor la sola
                        fuente del conjuro que te llama”.
                                                                   (p. 33)
            El clamor metafísico (canto cinco) cobra relevancia:

                        ¿Dónde la salvación? ¿Delante
                        de qué trono en sombras me consumo?
                                                                             (p. 41)

                        ... bestia
                        con trenza de hombre, el ángel vierte
                        su absorto cántaro atmosférico.
                                                                        (Ibíd.)

La luminosidad desnuda, el alma, el seseo del amor (canto seis). La luz vela los umbrales del espíritu. También es plegaria o “remotos murmullos de tormenta” (p. 55).
Es evidente que la amada reina (canto siete) y
                        ... la mesa de bodas
                        se goza en carne viva, en fuego
                        de perfectos dientes. Sol de espinas.
                                                                        (p. 59)

            En el canto ocho se establece un parangón entre la materia y el canto:
                        La lengua
                        se desnuda comprensible
    (p. 67)
            En el canto nueve hay elementos suficientes como para hablar del En-Sof hebreo, puesto que se refiere al silencio previo a la voz, al mutismo sacro que se articula para modular al logos:

                        ¿Soy alguien yo?, te preguntabas
                        dentro de lo oscuro, en el silencio
                        anterior a la palabra oculta...

            En este único poema, que sirve de umbral y pórtico (canto diez) la visión se clarifica y la muerte ofrece remota la memoria. Ante la resurrección se vislumbra “la ternura del alba” (p. 67)
            La flama en el espejo representa una travesía, un conjuro, donde la tradición fluye y confluye para reflexionar líricamente sobre la existencia, que cobra realidad mediante la palabra.

Rubén Bonifaz Nuño, La flama en el espejo, FCE, Letras Mexicanas, No. 104, Méx., 1971, 87 pp.


sábado, agosto 20, 2011

La Cultura, antídoto contra la violencia

Exclusivo para Presidencias Municipales, Universidades, Institutos, Consejos Estatales, Secretarías y Consejos Ciudadanos de Cultura 
"Si deseas que te recuerden y te amen, enseña al pueblo a cultivar la tierra.
Pero si deseas ser inmortal, ofrécele sabiduría". 
Confucio 

* La poesía sensibiliza en grado sumo
* Siembra sabiduría entre los tuyos
* La oportunidad de ser inmortal
"

La revelación poética", "Vanguardia y experimentación", "Del mito a la metáfora", "La magia del lenguaje" y Mujer y mito" -ver archivos- son los cursos intensivos de apreciación y creación literaria al alcance de cualquier institución o grupo cultural independiente que se impartirán durante cinco días o bien en fines de semana, de acuerdo a la programación que se establezca en este 2011.
Requerimientos básicos:
* Transportación aérea, alimentos y hospedaje
* Pago de Honorarios $ MN libres de impuestos, o bien $ USD (dólares americanos) en Centro y Sudamérica.
Si esta propuesta es de tu interés, escribe o llama de inmediato. También puedes recomendarla a otras personas e instituciones educativas y culturales.

Gracias anticipadas
Óscar Wong
(01-55) 55-59-62-03

miércoles, junio 15, 2011

30 Años de nombrar al Mundo

“El poeta es un solitario inadaptado, lobo hambriento que odia al rebaño, y si hace estragos en el redil no es por hambre, sino porque el lobo ama la libertad, y la soledad le pesa como castigo. Entonces aúlla, espanta y extiende el terror para recordarle al rebaño que existe, que la tierra gira y la vida pasa, que es peligroso dormir sin soñar, y que ahí está él como un centinela de la noche para desatar el terror y limpiar los pecados del mundo con la sangre del Cordero”.
Las palabras de Gonzalo Arango aún resuenan en mi conciencia como una turbulencia reveladora, acosándome, revitalizándome, incitándome desde que decidí adentrarme en este denso territorio de palabras, trazando signos, descifrándolos, nombrando una y otra vez al mundo. De cuando en cuando abandono el Wongnasterio para hostigar al rebaño timorato, para recordarle que “las máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres,/ al hombre de sí mismo” son ficticias, pero que ellos las construyen para llenar el vacío que los acoge, que los sobrecoge, aunque esa sea su naturaleza.
En verdad que me siento agradecido con la vida por mi linaje, por mis orígenes dinásticos, sobre todo porque tuve un padre que veía al mundo no con la óptica burda y hasta grosera del occidental, sino con la milenaria sabiduría de los ancestros chinos, con la constancia y disciplina que forjan universos y descubren la infinita multiplicidad de las diez mil cosas que integran al Cosmos:   
Mi padre fue un incrédulo rey mago que llegó a nuestro sur siguiendo la otra cara de su estrella.  Vino de mar en mar,  desde una isla donde se entrecruzan terremotos, dinastías y vientos,  y fundó unas colonias de secretas nostalgias y traicionera sal  que absorbieron un día y otro día las ávidas arenas.   
Los versos de la argentina Olga Orozco son exactos para cantar esta insólita raigambre de la que provengo y que desde luego ha marcado mi expresión lírica. Pero también debo decir que tengo una madre chiapaneca quien a pesar de su estatura material, y más ahora disminuidas por la fragilidad de la vejez, supo enseñarme a visualizar que lo más diminuto e imperceptible contiene más relevancia que la ordinaria desmesura. Después supe que esa sensible visión maternal era la misma que está presente en Whitman cuando canta el misterio de la existencia que persiste en una hoja de hierba. O en Sabines, cuando invoca al Amor como el silencio más fino. Comprendí que los poetas descubren la fugaz permanencia de lo eterno, la profundidad fugitiva de lo sacro, los múltiples aspectos de la kratofanía. La piedra sagrada está ahí, develándonos el Nombre, su Nombre:   
Aun la palabra roca no viene de las rocas.  La palabra es más densa que la roca,  resquebraja la roca,  es el cardillo armado, que sabe de su imagen,  el agua enternecida con lo que refleja.   
Eduardo Lizalde lo ha dicho muy bien y por eso lo cito. En estos 30 años he sabido y a veces he padecido a la perfección de los accidentes de la substancia aristotélica, aunque el infaltable Quevedo lo exterioriza de manera más convincente: No sentí resbalar, mudos, los años. Treinta años adentrándome en el laberinto existencial, reencontrándome a veces con mis inicios, entrelazándome a punto de la asfixia. Del oroburus al caduceo he descubierto que la Poesía es terriblemente celosa, melosa: amarga como la miel del libro que degustó Juan de Pathmos a instancias del Ángel. Y esta Revelación me perturba, me empequeñece, me hace enmudecer. El Vibrante Haz Luminoso que desciende durante la Eucaristía me obliga a arrodillarme. Y me sé un simple ser humano atento a la resonancia del Cosmos, tratando de balbucear algunas palabras. Estas palabras. 
El lenguaje prosaico -lo sabemos- con toda su carga lógica, conceptual, se opone al lenguaje poético, que se devela por el ritmo, las imágenes y la multiplicidad de significados simultáneos. Pero también es primordial su dimensión mágica, mítica, sagrada.
Robert Graves me susurra la famosa tríada irlandesa del siglo XIII:   
Es mortal mofarse de un poeta,  amar a un poeta,  ser un poeta.   
(Palabras de Óscar Wong expresadas durante el evento conmemorativo de sus 30 años como poeta, realizado en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes el miércoles 10 de noviembre de 2004 en la Ciudad de México, D. F.).     

martes, mayo 24, 2011

Mayo 21, 2011

EL FIN DEL MUNDO

Hoy me enteré que ayer ocurrió el fin del mundo. Y la verdad es que me entusiasmé por tan magno acontecimiento, porque después de todo, dije, las cuestiones místicas y míticas dejaron de tener sentido. Esa es una realidad. A quién diablos le importa si existe el cielo o el infierno o si la izquierda mexicana está, ahora, en manos de expriístas (o mejor dicho: de priístas arrepentidos, porque finalmente los colores del sol azteca son una verdadera metáfora pragmática-ideológica: propuestas amarillas, intenciones negras. Se amparan en la democracia, pero sus actitudes y acciones son intolerantes).
Sí, ante el fin del mundo que sobrevino ayer 21 de mayo de este 2011, la presencia del PAN en la Presidencia de la República se vuelve inocua, aunque la debacle es inicua no sólo para el PRI o para el PRD sino para los ciudadanos. Sin ideología, sin la sensibilidad social del partido azul y blanco, México es el gran perdedor. Con este escenario, en el 2012 los mexicanos pasaremos otra vez del sufragio al naufragio.
         Ante el fin del mundo que ayer sucedió, la situación política imperante en este país llamado México o, en su versión reducida denominada el Estado de México, se llega al sin sentido, pues ¿a quién carambas le importa el Santa Claus pejerredista o el Manso Mena? El fin del mundo acaeció ayer. Y puso las íes bajo los puntos porque a quién diablos le interesa el asunto de los ninis españoles, o mexicanos (que ni canchan ni pichan ni dejan batear, aunque la primera frase que balbucean es: “no estoy de acuerdo”, o “yo creo”, como si estar o no acordes ante la realidad fuese importante), mientras la despistada mujer mexicana aún sigue pensando “escaparse del falocentrismo”, como invocaban las viejas feministas angloestadounidenses.
Hoy me enteré, decía, que el mundo concluyó ayer, pese a que la ciudadanía ignora las normas más elementales, mientras que la palabra “prohibir” se vuelve letra muerta. Pero tampoco los políticos y dirigentes sindicales han sabido hablarle a la sociedad mexicana y ésta desconfía del gobierno y de los partidos políticos; aunque algunas voces postulan un nuevo pacto social o reconfigurar al país a través de una reforma constitucional, política, fiscal, etc.
¿Esta es, en verdad, la solución?, ¿para qué carajos firmar manifiestos y participar en marchas que sólo sirven para arrojar la presión e impedir que la caldera social estalle? Las huestes –iba a escribir “mafias”– sicilianas sin querer queriendo le hacen el juego al sistema político mexicano. Ningún discurso medianamente bien articulado ha surgido de los plumíferos cooptados por el Sistema Nacional de Creadores del Fonca o de quienes han sido maniatados con los Premios Bellas Artes del INBA, dependiente –por supuesto– del CNCA.
Cierto. Como segmento de un rito mediático, aburrido e intransigente, ayer aconteció el fin del mundo a pesar de que muchas féminas despistadas siguen rumiando en una posible teoría sobre la psiquis o el ser femenino configurada por el cuerpo, el desarrollo del lenguaje y el papel del sexo en la sociedad, para gloria de la humanidad giratoria, como decía López Velarde.
Y aunque hoy me enteré que ayer el mundo se fue al carajo, supe que con él también se fue este México nuestro que se debate entre la violencia y la impunidad, entre el desconsuelo y el desamparo, entre la demagogia y el tejido social que se descompone.

A un año de su fallecimiento (1928-2010) Enoch Cancino Casahonda

Semántica de la Nostalgia
Vivir la existencia, detenerse ante la revelación cotidiana de las pequeñas cosas, las de siempre, las que nos sonríen y duelen y nos sobrecogen. Tal es, de facto, el sentido de la poesía. Y tal la función del poeta: entregarnos la substancia álmica del mundo, del hombre; reflejar la realidad insondable que se abre al conjunto de la mirada estricta, penetrante, del hombre sensible. También es indudable que los surcos del tiempo imprimen resonancias en la existencia, provocando sensaciones en el recuerdo. Quizá la memoria sea eso: un murmullo en el tráfago del camino. La memoria como acto volitivo, espacio de conciencia para la reconstrucción consciente donde se valúan intenciones con el mundo exterior, generando una semántica de la nostalgia.
En la expresión poética la existencia –luminosa, renovada– prevalece en el espacio de la voz. Tal vez por ello los versos buscan la transparencia significativa a través del asombro que emerge en cada línea escrita. El silencio, además, expresa más que la Palabra misma: constituye un valor fónico y determina el horizonte semántico. El mutismo como ámbito oracular, con una expresión de sentido, de capacidad primordial, provoca una imagen sonora y, por lo mismo, de vectorial significado. Desde luego que a lo largo de las instancias, se trasmina la percepción del origen compartido; el mundo constituye ese juego voraz que nombra un destino, que postula satisfacciones, soslayando los procesos sociales. El sujeto lírico, el Yo poético, se revela como el centro del mundo.
Es interesante advertir cómo las imágenes revelan la emoción del instante; la función emotiva con una existencia propia y alcanza categorías nominales y verbales. Por ende, en la poesía se registra la voraz transitoriedad del mundo y su repercusión inmediata en la existencia, de manera que emotivamente hablando, todo se vuelve testamento, testimonio, y conforman este universo de sonoridades. El ritmo, la intención, el verso ajustado, fijan una función ritualista, un ceremonial lúdico de palabras que recobran su vitalidad, su uso primigenio.
LEER MÁS

martes, mayo 03, 2011

Según El poema seminal


En la literatura mexicana, el nombre de Óscar Wong es sinónimo de persistencia, de constancia. Durante 30 años ha luchado contra todo para forjar una escritura que se sostiene por sí misma, fiel al lenguaje, a la búsqueda de la poesía y a sus propias leyes internas. Sus raíces, la china y la chiapaneca, están plenamente amalgamadas en su trabajo creador, sin mostrarse aparatosamente. De ahí que su poesía es un continuo triunfo sobre la armazón idiomática de que está hecha. Además, el magisterio casi silencioso y la continua indagación crítica de que ha hecho alarde, sostiene a Wong como alguien que ha podido superar con creces las limitaciones del capillismo y el sectarismo, tan marcado en estas lides.
Todas las cosas arden si te miro.
Todas las piedras germinan si te amo.
Óscar Wong


lunes, febrero 28, 2011

RUBOR DE LA CENIZA

Por Lizbeth Padilla

Primer acto. Dios hizo a la mujer
Desde los primeros poemas de esta antología poética que estamos celebrando, la mujer es el chorro de luz que colma al poeta. Es ella el pretexto inicial para cantar, pues se podría llamar Mirthea, Urania o Daphne, siempre que tenga labios que no cambien.
Para Óscar Wong el mundo es una constante batalla, donde todo se confabula contra la paz y los enamorados. Sin embargo, él desplegará todas sus amorosas armas para combatir el desamor y prender el deseo en todo momento. Cito: “Sé que más allá de los puños apretados se abre una calle de ternura”.
Uno de estos demonios, la inarmonía, toma la forma de gorgona. También la muerte es otro enemigo para la realización del amor, pero éste se torna un escudo ante la muerte. Cito: “Destello de sol sobre la cresta de la ola/ esta canción es para ti. / Esta semilla reverbera en tu regazo. Esta raíz se aferra a los espejos. / Espantada la muerte retrocede. / No más dolor”.
A pesar de escribir algunos poemas donde se indigna ante el dolor del hombre debido a las injusticias, antepondrá siempre el cuerpo de una mujer a cualquier otra cosa: “¿qué espera el mundo cuando cambio/ la Historia por tu vientre?”.
Y se me antoja imaginar a este poeta amigo en la época del medioevo, luchando lanza enristre contra los enemigos de su doncella. No en balde escribió en un poema que como unicornio arremetería contra la doncella. ¿Hay algo más encantador y misterioso dentro de los animales medievales que un unicornio?
El poeta ama, sabe deletrear el cuerpo femenino y nos entrega poemas de ardiente contemplación a lo largo de este volumen.

Segundo acto. El poeta quiere tocar a Dios
Cuando nombramos, salvamos el vacío. Del caos hacemos surgir la creación del poema. Escribimos para nombrar lo innombrable e intentar definir lo inefable. Ahí radica la magia del oficio del poeta. La Verdad la revelan los poetas. La poesía y el arte son portadores del resplandor del ser y camino al conocimiento. Jacques Maritain considera la experiencia poética como una vivencia análoga a la experiencia mística. Toda civilización comienza a explicarse el porqué de la existencia al intuir la presencia de otro mundo paralelo al nuestro, llamémosle el mundo espiritual. No es una coincidencia que los libros más antiguos con un profundo contenido místico utilicen un lenguaje poético, cargado de imágenes poéticas y metáforas, entre otras figuras retóricas.
Óscar Wong, poeta de fin del siglo XX abre ventanas a la otredad en el magnífico poema El conjuro del druida. De pronto nos deslumbra diciendo: “Veo a los hombres sucumbir, desvanecerse: marionetas que rompen sus amarras”. Estos versos bien pueden aplicarse a lo que vivieron las tribus perdidas en alguna selva africana, a los israelitas luchando contra los cananitas muchos años antes de Cristo o a la desventajosa guerra que actualmente se libra en el Medio Oriente. Wong musita que cual ángel ignora si camina entre los vivos o los muertos. Además se atreve a escudriñar en aquellos parajes de la historia y del mito a donde el hombre difícilmente podría acceder si no fuera iniciado o poeta: “Yo sé que Adán cayó para que el hombre tuviera gozo y alegría”.
Y a modo de mantra, grita tres veces entre el zureo de las aves, eleva las palmas de sus manos, unge su cabeza con ceniza y trementina. El número tres es un número sagrado, además de significar en las creencias cristianas la trinidad, también apela a los Tres tiempos de los espiritualistas trinitarios marianos: el Primer tiempo, Moisés; el segundo, Jesús; y el tercero, el Espíritu Santo.
Comulgo con Óscar cuando escribe: el ayer es sagrado para quienes cantan.

Tercer acto. Solo frente a la caverna
En el principio fue el Verbo y seguro que ese verbo fue: cantar. La poesía es oral en su génesis, hermanada a la danza del cuerpo y al ritmo de las cosas. Óscar Wong cierra esta bella antología con un poema de largo aliento cuyo título es sublime. Ya desde el título, Espuma negra, nos previene de la sensación de soledad que el hombre vive ante ciertas maravillas de la naturaleza.
Me recordó al poema Idilio salvaje, de Othón, pero en vez de desiertos y sequedad de ambiente, aquí sucede todo lo contrario: hay manantiales. Donde ambos poemas se tocan es en la presencia de lo majestuoso y lo inconmensurable: “Estériles abismos sin columnas/ los severos rincones de las grietas crujen/... Qué alboroto en el risco, qué manantial aterrador/... Mientras la veta sube/ desgranando la aridez en copos negros/ el vacío se carcome/... el silencio es de barro/ Todo es peñasco, opacidad,/ el vasto asombro de metales negros”.
El poeta inscribe sobre la piedra: “La caverna es mi casa/ Y las piedras mi historia sordomuda”. Pero aquí estamos contigo, Óscar, para acompañarte a poblar esta caverna llamada Rubor de la ceniza, y esperamos que no sólo sea por hoy.

Wong Óscar, Rubor de la ceniza, Edit. Praxis, Colec. Dánae, 2002, 92 pp.

martes, enero 11, 2011

CONVERSACIÓN CON ÓSCAR WONG

ECOS DEL WONGNASTERIO*
En la literatura mexicana, el nombre de Óscar Wong es sinónimo de persistencia, de constancia. Durante estos 30 años ha luchado contra todo para forjar una escritura que se sostiene por sí misma, fiel al lenguaje, a la búsqueda de la poesía y a sus propias leyes internas. Sus raíces, la china y la chiapaneca, están plenamente amalgamadas en su trabajo creador, sin mostrarse aparatosamente. De ahí que su poesía es un continuo triunfo sobre la armazón idiomática de que está hecha. Además, el magisterio casi silencioso y la continua indagación crítica de que ha hecho alarde, sostienen a Wong como alguien que ha podido superar con creces las limitaciones del capillismo y el sectarismo, tan marcados en estas lides. Elpoemaseminal, del cual forma parte, y que fue acogido con tanto entusiasmo por él, se suma a la merecida celebración por todos estos años de trayectoria, en la que cada libro es fruto de la intensa vivencia poética que lo caracteriza. De esta manera se expresó en noviembre del 2004 la revista electrónica Elpoemaseminal, para festejar al poeta sinomexicano en sus 30 años de nombrar al mundo, como denominó el Instituto Nacional de Bellas Artes su presentación por dicho motivo en el Palacio de Bellas Artes. La revista Acequias de la Universidad Iberoamericana Torreón se suma a estos festejos por las tres décadas de nombrar al mundo. Ahora, ante la aparición de su nuevo poemario, En el corazón de la memoria (Edit. Jus, Méx., 2010), y su regreso al D. F. después de 4 meses de laborar en Chiapas, tierra de su madre fallecida, charlamos con el poeta:
1.¿Por qué comenzaste a escribir? ¿Cuándo y dónde?

Creo que llegué a la literatura, a la Poesía, como una forma de reivindicación: mi padre, Arturo Wong Cinco, originario de Cantón, China, jamás consiguió ser un buen hablante del español. Nunca fue a la escuela: aprendió por sí mismo lo poco que sabía de la nueva lengua. Presupongo que por eso me volqué en el ámbito estético-lingüístico. A través de mí habla mi padre. Y sospecho que lo hago mejor que mucha gente torpe, inculta. En una población costera, en el sur de México, a dos horas y media de Guatemala, patria chica de mi madre, doña Isabel Ovando Lara, conocí a una niña, rubia, a quien le dediqué mis primeros escarceos líricos y narrativos. Terminó en un convento dominico. Mi poema “Cantiga para la hermana Esther” es real: lo escribí cuando sor Fidelina tomó los hábitos. Si preciso que en 1974 publiqué mi primer libro en la colección “Abrapalabra”, de la Casa de la Cultura de Toluca, sabrán los lectores cuántos años tengo en el medio.
2. Cuál es el compromiso del poeta con la historia?
–Ignoro si haya algún compromiso como gestador de textos líricos. Creo que el poeta debe tener compromiso con él mismo para exteriorizar sus sentimientos de la forma más conveniente posible, conciliando expresión y contenido. La historia, ciertamente, no perdona (independientemente del gusto, que por otra parte es social y responde a modos históricos determinados). Socialmente hablando, quien habla al mundo, el "descifrador de signos", es un individuo, un ciudadano que no puede darle la espalda a los movimientos sociales
3. Poesía es "romper las cadenas que nos atan al mundo de las apariencias y sumergirnos en esencias", definiste una vez; ¿Cómo se hace si supuestamente estamos atados al impreso y a la hoja, cómo se moldean esos entramados simbólicos de la sociedad, desde el hecho poético?
–No, jamás estaremos atados al impreso ni a la página electrónica o a la página en blanco (a la antigüita). El verso es un sonido armónico con significado, es un código rítmico que debe conciliar expresión y contenido, pero básicamente es la voz humana. Lo que observamos en la hoja es la representación de esa voz. No hay que confundir. He descubierto que la Poesía es terriblemente celosa, melosa, y amarga como la miel del libro que degustó Juan de Pathmos a instancias del ángel. Y esta Revelación me perturba, me empequeñece, me hace enmudecer. El Vibrante Haz Luminoso que desciende durante la Eucaristía –el hecho poético– me obliga a arrodillarme. Y me sé un simple ser humano atento a la resonancia del Cosmos, tratando de balbucear algunas palabras.

* En la hoja de Ecos del Wongnasterio puedes encontrar la entrevista completa.