domingo, diciembre 23, 2012


FOBIAS Y TEMORES: HACIA EL NUEVO FIN DEL MUNDO

 

Por Óscar Wong

 

Miedos, fobias, terrores ante lo desconocido. Arquetipos que vuelven de manera recurrente ante un cambio de ciclo. La humanidad, la misma y distinta, enfrentada a su destino. El miedo al fin del mundo es periódico, reiterado. Ayer, por ejemplo, 21 de diciembre, inicio del solsticio de invierno, según algunos iluminados, debió concluir el ciclo del planeta Tierra. Pese al adelanto tecnológico de nuestra época, a los descubrimientos científicos, el paralelismo entre el año 1000 y el siglo XXI persiste: miedo a la miseria, a los seres que se diferencian del común de los individuos, temor a las epidemias, a la violencia. La sociedad sin comprender aún el por qué de su presencia en la Tierra. Seres endebles, temerosos y hostiles ante lo que no se entiende. Temores contemporáneos como surgidos del medioevo. Hombres de la pos modernidad ante una visión medievalista.

            Georges Duby, a través de la entrevista, responde a una serie de preocupaciones en el volumen denominado Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos (Edit. Andrés Bello, Santiago, Chile, 1995, 141 pp.). El libro, significativo por su lenguaje accesible, surge luego de una serie de conversaciones con los reporteros Michael Faure, de L Express, y Francois Clauss, de Europa I, respectivamente. Ahí radica, precisamente, lo valioso del texto, porque el autor reflexiona a partir de la serie de interrogantes y cuestionamientos que los periodistas le plantean. Conocimiento y expresión se concilian para darnos una visión del mundo muy clara. El bagaje cultural no es impedimento para que disfrutemos de lo que aquí se aborda.

La interrogante que precisan los editores es exacta: "¿Para qué escribir Historia si no ayudamos con ella a nuestros contemporáneos a confiar en el porvenir y a encarar mejor armados las dificultades cotidianas? Explorar las mentalidades de antaño os permite afrontar con mayor lucidez los peligros de hoy". Porque es evidente que diferencias y semejanzas entre las concepciones del mundo de las sociedades contemporáneas y las de la época medieval no sólo contrastan, sino que además repercuten directamente en los comportamientos presentes. Quizá el marco religioso haya cambiado, tal vez la manera de observar la realidad cambien, pero la realidad persiste: la supervivencia del ser humano es la misma, las necesidades de conseguir el alimento, la salud y la vivienda continúan. Siglos de buscar la comodidad de la civilización no han servido para destrabar al individuo de los miedos y fobias que aún subyacen en lo más profundo de nosotros mismos. Por algo el anómalo matrimonio del Cielo y la Tierra ha producido a un ente extraño, con sus raíces en la tierra y su mente en los altos parajes. El hombre es, continúa siendo, un contrasentido, un ente contradictorio. Endeble y sumiso, poderoso y rebelde.

No ha bastado salir de un marco religioso, donde la Iglesia ofrecía los parámetros para que el ser social se desenvolviera. La libertad, aparentemente conseguida por los actuales seres humanos, se contrapone a la terrible soledad que embarga a la humanidad occidental. Los paralelismos se advierten en los grandes apartados en que se divide el libro que me ocupa: El miedo a la miseria, El miedo al otro, El miedo a las epidemias, El miedo a la violencia y El miedo al más allá. La introducción es determinante, puesto que busca reflexionar brevemente sobre los "Miedos medievales, miedos de hoy, ¿un paralelismo legítimo?". En efecto: de acuerdo con la vieja concepción de que la historia es la gran maestra de la vida, podemos concluir que los seres humanos somos pésimos estudiantes. El conocimiento, la experiencia de las sociedades, nada nos han ofrecido. Continuamos tropezando con las terribles piedras de la mente humana, de lo que algunos denominan superestructura, inamovible porque guarda los miedos y temores.

La peste embargada de terror a los hombres medievales. El Sida y otras enfermedades nos paralizan. Un leproso era un hombre marcado por el dedo divino. Un seropositivo es, ahora, producto de la perversión sexual. Tabúes, esquemas mentales inamovibles, al concluir el siglo XX y que se extiende a las primeras décadas del siglo XXI, agregaría. El miedo a no tener un pan qué llevarse a la boca persiste. Aunque la gran diferencia es la solidaridad, según Duby, del señor feudal, quien compartía sus graneros con sus hombres, frente a la indiferencia de los grandes hombres de negocio de la actualidad. Muchos empresarios y productores prefieren derramar litros de leche por un problema de precios a obsequiarlos a las comunidades marginadas.

El temor al otro no solamente responde a las diferencias de pensamiento y de modos de ser. Herejes y judíos frente a los cristianos, quienes abusaron de su condición de fieles seguidores de una fe, precisamente en nombre de un Dios celoso y de una Iglesia represora. El hombre del siglo XXI mantiene su actitud vejatoria, y muchas veces persecutoria, de quienes se muestran diferentes o diversos. Homosexuales vejados, negros y amarillos, aspectos sociales y hasta intelectuales, partidistas, confluyen para ejercer un grado sumo de intolerancia discriminatoria. Georges Duby, con lenguaje sencillo, da pelos y señales. Aborda nombres, esquemas sociales, da pormenores de una mentalidad medieval que persiste hasta nuestros días. Las actitudes son las mismas, porque no sabemos seres transitorios, concatenados al tiempo y al espacio, a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. Eso, muchas veces, dispara los miedos y fobias.

La humanidad, pese a lo que se pretende, no tiene memoria colectiva. Hay algo, siempre, extraviado. Por eso la insistencia en buscar una referencia, un dato para archivar. Para que nos ofrezca una raíz, aunque esta raigambre sea endeble. Datos, cifras, estadísticas. Pero el hombre no avanza. Siente, en el fondo de sí mismo, que hay algo inamovible: el sentido de transitoriedad. Una actitud paradójica: cúmulo documental frente a lo etéreo de su raíz. Georges Duby lo precisa: "Nuestra sociedad está inquieta. Lo prueba el hecho mismo de que se vuelva decididamente hacia su memoria. Nunca hemos conmemorado tantas cosas. Todas las semanas se festeja aquí y allá el aniversario de algo. Este apego al recuerdo de los acontecimientos o de los grandes hombres de nuestra historia también ocurre para recuperar la confianza. Hay una inquietud, una angustia, crispada al fondo de nosotros".

La violencia citadina de nuestras urbes, las violaciones a mujeres y niños, son recurrentes. Las hordas de jovenzuelos en el medioevo, buscando ocupar en algo su tiempo nos remiten a las bandas juveniles. Las sectas religiosas y satánicas frente al terror al más allá. ¿Y dónde queda, entonces, la aplicación de la enseñanza científica en nuestras escuelas? Dios no es el centro del Universo ni la Iglesia su servidora y ejecutora. Y el esquema religioso de nuestra concepción del mundo permite ciertas libertades, pero en el fondo hay un pensamiento oscuro, terrible, de miedo pánico: el futuro del alma.

"De tiempo en tiempo, una catástrofe natural nos recuerda que el hombre, a pesar de todo el poder que ha conseguido con el desarrollo de las ciencias y las técnicas, sigue siendo impotente ante las fuerzas de la naturaleza" (p.138). Tal vez no importe tanto la amenaza de excomunión, pero continúa la injerencia de las iglesias cristianas ante el aborto y las preferencias sexuales. Incluso sobre la manera de concebir nuestro derecho a elegir a los gobernantes. Lo interesante, e inquietante, de Año 1000, año 2000, es que ofrece el origen de muchas de nuestros problemas, como el de la violencia, originada en los siglos XI y XII, cuya deporte era la guerra, incluso los simulacros a través e los torneos: Pero también nos permite advertir algunas imprecisiones, ideas equivocadas que se tiene, sobre todo al enfrentar el final de siglo mil. Algunas historias literarias nos remiten al terror ante el nuevo siglo.

Duby precisa: "Los terrores del año mil son una leyenda romántica. Los historiadores del siglo XIX imaginaron que la inminencia del milenio suscitó una especie de pánico colectivo, que la gente moría de miedo, que regalaba todas sus pertenencias. Es falso. Contamos, de hecho, con un solo testimonio. Escribe un monje de la abadía de Saint-Benoit-sur Loire: "Me han dicho que ene el año 994 había sacerdotes en París que anunciaban el fin del mundo". Este monje escribe cuatro o cinco años después, justo antes del año mil. <<Son unos locos>>, agrega. <<Basta abrir el texto sagrado, la Biblia, para ver, Jesús lo dijo, que nunca sabremos ni el día ni la hora. Predecir el futuro, afirmar que ese acontecimiento aterrador que todo el mundo espera se va a producir en tal o cual momento, es atentar contra la fe" (p.20). Magos y videntes, aún en nuestros días, pretenden abordar el futuro de la humanidad. Sectas fundamentalistas pretenden armar, o rearmar, un esquema ideológico religioso. El futuro aterroriza. Los riesgos ante una humanidad desprotegida en virtud del rompimiento de la capa de ozono; el pánico de que la hambruna posea al hombre contemporáneo, de que la contaminación rebase todo límite posible y las cucarachas se apoderen de la Tierra, como último reducto de la vida.

La peste medieval por la carencia de higiene, las falsas concepciones del mundo, los escasos conocimientos médicos quedan en el recuerdo aparente. El riesgo de una pandemia por el Sida, el temor a quienes tienen otras preferencias sexuales, los riesgos de una confrontación bélica siguen retirando el sueño a muchas personas en la actualidad. Por eso se recurre a los horóscopos.  El mundo progresa a niveles tecnológicos. La Luna no es una idea poética, sino un mundo explorado por el ser humano. "Un pequeño salta para el hombre, pero un paso gigantesco para la humanidad", según la conocida frase del primer hombre en nuestro satélite. La violencia medieval ante la violencia entre judíos y palestinos.

Nada nuevo existe bajo el sol, nos enseña el libro que comento. Tal vez modalidades, comportamientos, actitudes. Pero el pensamiento oscuro es el mismo. El miedo al fin del mundo perdura hasta hoy. El temor ante la violencia, frente a los seres diferentes persiste. ¿Dónde la enseñanza de la Historia?, ¿qué visión nos ofrece el transcurrir de los siglos? Los ritos son esquemas repetidos, reiterados. Comportamientos que una y otra vez concurren y recurren. Pensamientos medievalistas en las sociedades orgullosamente pos modernistas. Pero biológicamente el hombre es el mismo. Quizá haya modificado su manera de vestir, tal vez haya mejorado en algunos aspectos su modo de vida; las comodidades fluyan. Pero el miedo acecha. El temor a la oscuridad, pese a la racionalidad, aflora en el momento menos pensado.

Año 1000, año 2000 es la recurrente exploración del hombre frente a sí mismo. Un espejo repetido, reiterado. Haz y envés de lo mismo. Velados, o develados, el individuo es un reflejo más. Seres atados a la caverna platónica. La realidad compartida, difuminada ante la solitaria visión del mundo. El espíritu de la época retrocediendo, y coincidiendo, en las mentes del siglo XX. La red de internet nos expande el conocimiento informativo, pero no ofrece la flor luminosa del conocimiento como transformación individual. La democratización de la enseñanza-aprendizaje actual, frente a los frailes copistas, detentadores de la cultura. Pero el miedo acecha y asoma. Milenarismos, new age, fobia ante el judaísmo, desprecio ante las sectas religiosas. He ahí el vínculo del desarrollo del individuo. Origen y Torre de babel. Génesis y dispersión. Tal vez en el siglo 3000 continuemos buscando el espejo oscuro que continuará reflejando la mueca del hombre medieval ante la inminencia del fin. La historia, como gran maestra de la vida nos enseña que el hombre se encuentra extraviado en sus miedos y terrores.

 

 

jueves, noviembre 22, 2012


LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS

HADA REFULGENTE

 

Óscar Wong

 

 

Con gracia etérea, con sutil delicadeza, Ella mueve sus manos como las hadas cuando agitan sus alas. Hay una cadencia luminosa en sus brazos y manos que se activan como un vuelo circular  Y sus dedos largos, finos, se mueven rítmicamente e imitan el boxeo celestial. Ligera, grácil, su voz es un gorjeo transparente, una gota sonora, humedecida, que fertiliza el corazón del Hechicero. Si existen seres maravillosos, Ella, definitivamente, tiene su origen en ese territorio mágico, fantástico, lejos del ámbito terregno.

            Su clara resonancia dialoga de la vida, de la lluvia, del dolor en racimo superado, de su entereza ante los obstáculos que se presentan. Puntillosa, argumenta, define, clarifica. Su conciencia lunar creadora, vuelve a gestar, y a parir, la renovada sabiduría solar femenina.

            Yo me adentro en sus ojos, en sus labios, en su esbelta figura. Me estremezco cuando toma mis manos con húmeda delicadeza. Luego acaricia mis mejillas. Entonces simplemente la contemplo. Ella también me observa largamente. Y, sin advertirlo, de pronto levitamos.

 


 

miércoles, noviembre 21, 2012


LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS

TRAS LA LLUVIA, EL MUTISMO

 

Óscar Wong

 

Desnuda, desprotegida, el alma empieza a tomar la condición de frágil. Y empiezan los embates. Y el dolor se vuelve pesadilla. “Efialtes”, precisa Borges, conocedor del griego, o “incubus” según el latín. La vieja yegua de la noche empieza a dar de coces, oprimiendo el aliento. La “Nightmare” también se vuelca a pleno día, a todas horas. Y el Corazón del Hechicero se debilita porque esa “interminable aspiración irreductible de lo absoluto”, el vacío, acecha como angustia existencial.

“Quien lo probó, lo sabe”, alcanza a murmura el viejo Quevedo. Y el “hielo abrasador”, el “fuego helado” arremete como búsqueda trágica en ese húmedo torbellino, en esa vorágine lluviosa en que se metamorfosea la vida, “como una nota que florece en las alturas del vacío”, según Huidobro.

            Oquedad luminosa, reverberante, la absurda nada que pretende ser henchida por la oralidad divina, por ese Logos resonante que interpola el vértigo cósmico, el preciso infinito que –en apariencia– cobra realidad, ahora simplemente se me niega. Sí, definitivamente el Amor, como la pesadilla, se vuelve grieta del infierno. Y por eso ahora enmudezco.

 


 

 

domingo, noviembre 18, 2012


LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS

¿UNA MORDIDITA?

 

Óscar Wong

 

 

Desde su dinámica inmovilidad, las palabras estallan con sencillez: “Oh, sí. Sí lo soy”, mientras los finos dedos, largos, atrapan con delicadeza una manzana gala. Y la interrogante brota inmisericorde: “¿Una mordidita?”. La picara serenidad destaca en ese rostro luminosamente bello. El sombrero de pico –negro, por supuesto–, resalta la cabellera que simula el ala de un cuervo. Bruja, maga o hechicera, la mujer se eleva desde su caracola, transformada en sirena o lamia, acaso valkiria que revela su antigua iniciación. De Héva o Chavah, de Aggarath a Mochlat y Aisa, las dos reinas de las astregas –Lilith y Nehema– se concilian en Ella. Las esferas celestes son sus místicos dominios, el ámbito infernal representa el escenario ideal para sus rituales y el territorio terregno conforma el linaje cotidiano para sus encantamientos. ¿Quién desea, entonces, soportar un gramo de sus tinieblas?

Si la Bleaudewed “despedaza” hombres, la yegua y la cerda hacen realidad sus hechizos y conjuros. La Nighmare asedia en sus dibujos. El graznido de Hécate viene y apacigua a las brujas de Tesalia; no obstante, dicen los estudiosos, el Amor instaura el Orden y la Belleza, manifestado en la explosión sexual. De manera que la mirada de MiBru roba el alma, seduce, provoca la muerte, arroja al abismo a los que caen perturbados por sus encantos.

MiBru, poeta y ama de casa, escribe ahora y yo la percibo plenamente: “Cuando yo escucho el bambú hojas de verde mar que se mueven como un cardumen bailando de un lado a otro, bajo los caprichos del viento que a veces los azota contra los troncos, otras los mece suavemente–, me detengo a disfrutar cada instante de la melodía, a veces una canción de murmuros y silbidos. A veces es un mar feroz, otras un mar alegre, otras es apenas un arroyo que va remolcando piedras en su lecho. Otras es un escándalo de pájaros que lo habitan: algunas es una batalla de espacios y otras es la persecución de los polluelos a sus padres, chillando por alimento. Pero entonces, tengo que ver... Y prefiero no ver; escuchar no me distrae y puedo ver adentro, con los ojos cerrados, las imágenes fantásticas que el bambú me da cuando es agua verde en mi ventana”.

 


 

 

LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS

LLUVIA, SENCILLAMENTE LLUVIA

 

Óscar Wong

 

“Es lluvia, gotas de lluvia”, cantaba Enrique Guzmán allá por los años 60. Los chavalillos de esa edad –llamada ahora tercera– seguramente la recuerdan. O aquel filme clásico, “Cantando bajo la lluvia”. El tema llega a la poesía: desde Bécquer a Huidobro, de Sabines a Girondo, de Neruda a Pedro Salinas. Pero en esencia, la lluvia, en tanto agua, es uno de los cuatro elementos.

Humedad, fecundidad, son, entre otras cualidades, aspectos imprescindibles. El agua devora la tierra, extingue el fuego, se eleva hasta el aire, metamorfoseada en lluvia y vuelve a la tierra para fecundarla. Si bien la tierra es la base de todos los elementos (Madre primordial, es capaz de engendrar todas las cosas pues encierra la simiente de las mismas), el fuego la purifica. Dos signos con tales características (ying y yang), se complementan: mono y rata, en el calendario chino, por ejemplo, se perfeccionan, puesto que agua y tierra producen el alma viviente.

Si las pasiones del alma tienen una gran virtud, las Palabras y los Nombres de las cosas (y de las personas, agregaría) las tienen en grado sumo, de manera similar a los discursos y a las plegarias. Por supuesto que para ello hay que recordar, según el autor de “Filosofía oculta”, que hay dos clases de logos: la palabra interior (concepción del espíritu) y la palabra pronunciada (con la cual cobra realidad el espíritu). Por lo mismo, los nombres tienen en sí las fuerzas maravillosas de las cosas.

A través de conjuros e invocaciones –“poemas apropiados”, precisa Agrippa– se atraen virtudes excelentísimas y se cambia el mundo. El Nombre es destino. Por eso, si una mujer se llama Lluvia, automáticamente su presencia se vincula a la vasta esfera del encantamiento, de su poder concentrado. Nombre arquetípico, transformador, Lluvia transfigura la naturaleza misma del poema y del poeta.

 


 

 

sábado, noviembre 17, 2012


LAS “ÍES” BAJO LOS PUNTOS

JARDÍN DE PÁJAROS

 

Óscar Wong

 

Devastación y polvo. Y después la pesadumbre. El piar de pájaros resuena desolado. Y el Edén de aves pasa a ser un simple llano, un terreno que aguarda nuevas construcciones. La civilización avanza, devastando árboles, destruyendo el entorno, abatiendo el oxígeno. Ardillas y mariposas en el olvido yacen. Y la hechicera, con el sollozo contenido, sólo atina, como esos pajarillos huérfanos de su nido, a revolotear tras los cristales de su hogar.

            Sonora rosa en plenitud, la levedad de la mañana se aloja en el corazón de la Mujer que habla con la lluvia. Y en su alma la congoja crece, la savia inútil que se pierde en cada tronco, en cada rama, en cada raíz que se derrumba. La existencia entonces se detiene reprobando el zarpazo artero, el instante más violento que una Hija del bosque puede soportar. Y el llanto se vuelve una ventana abierta a la catástrofe, por donde el dolor penetra.

            Ahora sólo se percibe el sonido del bambú, como transparencia verde que se abre a la mañana. Y entonces surge la pregunta: ¿cómo rescatar la existencia, la vida misma que se abre como una intensa flor abierta al mundo?

            Mientras la barbarie se impone en todo su esplendor, El jardín de pájaros de MiBru ahora es un recuerdo que se apaga.

 


 

 

 

miércoles, noviembre 07, 2012


LA ESTÉTICA LITERARIA: IMAGEN Y EMOCIÓN


CURSO DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICO-LITERARIA


 

*La Poesía como expresión de la realidad

* La emoción convertida en imagen

*Fantasía e inteligencia: dos formas de conocimiento.

 

Al igual que la civilización, la Poesía tiene su origen en los pueblos orientales. Como expresión estética y comunicativa, constituye un espacio, un territorio donde las palabras y las frases se transforman en sentimientos y en emociones. A través del contenido rítmico se penetra a un universo, a otra dimensión, donde el poeta, metamorfoseado en mago o hechicero –puesto que nace con ese don– extrae la realidad y la modifica. Por supuesto que se parte de los cuatro sujetos o protagonistas dentro del ciclo de la obra de arte, para advertir el fenómeno poético. En el terreno de la lírica, los temas a discutir son relevantes: voluntad estética y originalidad expresiva como acto constitutivo de valor. Lo sublime, como sentimiento de belleza profunda, acompañado de una sensación de estremecimiento y que infunde respeto: lo bello, engendra amor. Lo apolíneo frente a lo dionisíaco. La imagen emotiva, con una finalidad expresiva y estructural frente a la belleza como un juego libre e irracional. El arco y la lira, de Octavio Paz, es el libro base de este nuevo curso denominado La Estética literaria: imagen y emoción, que inicia el sábado 10 de noviembre, de 10 a 12:00 Hrs. hasta completar un trimestre (12 sesiones). Para informes e inscripciones escribir a: merddin48@hotmail.com No se repondrá ninguna sesión.

viernes, agosto 24, 2012


TODO SE TRANSFIGURA Y ES  SAGRADO

 

Por Óscar Wong

 

 

Como experiencia de vida, que se transmite a través de un código, de un discurso literario, la Poesía revela otras dimensiones más profundas o últimas. Pero aquí el sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más entera del hombre se abre a nuevos territorios, invocando y convocando la inseparable magnitud del hombre. Así, el poeta es el hombre que camina vendado a la orilla del abismo, como precisa Octavio Paz en Las peras del olmo. Percepción emocional, vínculo significativo entre el sonido y el significado, la Poesía se estremece en cada línea, en cada imagen hasta lograr lo que algunos autores determinan en tanto cópula semántica.

La lectura –y la escritura, agregaría– no es una simple vía para el conocimiento, sino una concepción de vida, puesto que reflexionar sobre la Palabra es tanto como accionar sobre el mundo. Desde esta perspectiva, la tradición judía considera el ejercicio de leer una actividad ritualista por excelencia, ya que persiste un vínculo muy profundo entre la existencia del hombre con la esfera de lo divino.

Leer no sólo significa interpretar, sino también generar movimiento. La Escritura es kinética. Si estudiar a la Torah es mantener al mundo en movimiento, la lectura representa un ritual de vida, es la gestación de la historia, aborda incluso la re-creación del mundo. Leer es participar de la creación. Es decir, el Texto es un corpus simbólico mediante el cual Dios se manifiesta a los hombres, por eso la Escritura lo contiene y lo revela. "Es necesario bajar a las tinieblas para recuperar la visión de lo luminoso, es por eso que Dios crea a partir del caos, de lo negro, de <la flama oscura> de la escritura".

Pero si nombrar da sentido, significado, también representa llenar un vacío, completar un espacio. Por eso Dios, al nombrar, ordenó lo informe, puso orden en el caos. "Es así como en otro momento, anterior quizás a toda articulación lingüística, el hombre y la naturaleza hablaron la misma lengua; pero ahora, <<nuestra morada>> se ha convertido en ruinas". Ciertamente, aún resuenan las palabras primigenias: "En el principio...".

Por supuesto que en la Palabra hay conmoción, estremecimiento: asombro. Frente al vacío, el horror. Bereshit. Y es que la Palabra nombra, califica, determina. Comunión y alquimia. Fragmentos de la naturaleza y del alma humana conformando el sonido. Sacralidad de la Palabra, hieratismo de la Escritura. Por ende, todo Escriba no es más que un celebrante que invoca y convoca al mundo. Inventor de signos que hablan, el Poeta también es un oficiante que revela palabras cargadas de emoción. Eusebeia. Si la sacralidad del mundo es vivencia de los hombres, ésta también manifiesta una forma de vida, de conciencia. Octavio Paz precisaba de manera contundente: Todo se transfigura y es sagrado.

En este orden de ideas es válido reconocer al Verbo como principio. Palabra y locución, logos y mythos profundamente vinculados. Y más en las sociedades orales donde originalmente funcionaban como transmisores de cultura, servían para declarar lo que son las cosas. Indiscutiblemente aún persiste la relación entre la razón y la sensibilidad, entre el mito y la historia. Hay un sentido sacro del conocimiento a partir de la Palabra. Incluso "Heráclito discutió el logos como principio informador de la cosmología, del Kosmos. Según Heráclito, el principal nombre de Dios es Suprema Razón, Logos; y en un aspecto diferente, <<el Ser Sabio>> o aún el <<Único Ser Sabio>>".

Pero, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI aún reflexionemos sobre el sentido sacro de la Poesía?, ¿es válido examinarlo en este ámbito contemporáneo? La especulación parte de que la Poesía es creación verbal por excelencia. De ahí la importancia de la metábolé, de la modificación de una cosa en otra. Al nombrar, el poeta transforma al mundo. Por algo los griegos denominaron a este acto póieses, creación. La Poesía es, aparentemente, un conjunto de sonidos de los cuales emana un sentido, un significado. Aquí, evidentemente, el estrato fónico, sonoro, es condición previa del significado y constituye parte integrante del efecto estético. El significado no prevalece sobre el sonido ni éste sobre el sentido. Hay un equilibrio. Sin duda lo que se denomina en tanto eufonía considera dos vertientes: la ejecución (lo que algunos destinan como interpretación) y la estructura de sonido; la estructura prevalece sobre la primera.

Por otra parte, Octavio Paz en El arco y la lira acepta que el poema constituye un producto social y que responde a un modo histórico determinado, aunque sostiene que la experiencia poética es irreductible. Con una visión bastante lírica, Paz analiza la naturaleza del poema y desglosa sus componentes, como son el lenguaje, el ritmo y la imagen. Con una prosa brillante y una lucidez notable, el autor examina el decir poético y su significación, sin olvidar el aspecto, a veces espinoso, de la llamada inspiración.

 


 

 

martes, junio 26, 2012


VANGUARDIA Y SACRALIDAD



Por Óscar Wong





El secreto extraviado, preludio del vértigo. Poesía. Antiguo rito, testimonio ante la hoguera, abrazo de los sentidos, recuerdo de una fe olvidada, derrumbada por la hostilidad del universo que nos circunda. Solitario inadaptado, el poeta es la fiera que acosa al rebaño. A veces, hace estragos en el redil, aunque no es por hambre, sino porque ama la libertad y la soledad le pesa como castigo. El Poeta, con su obra, revela que es peligroso dormir sin soñar, por eso desata el terror y limpia los pecados del mundo con la sangre del cordero, como sugiere Gonzalo Arango. En este ceremonial terrible, el Poeta es, también, Adán en el primer día del mundo, el druida con su bastón de mando, ordenando a la naturaleza. El vidente, el sabio, el vate; el mago, el hechicero develando los secretos de la existencia. Tal la imagen del Juglar que surge de esa concepción mágica tan para los mitógrafos. Y es que no se puede concebir al Rapsoda de otra manera. Graves explica dos clases de pensamientos que ocurren en la poesía: el proléptico (considerado memoria del futuro, instinto o intuición) y el analéptico (recuperación de acontecimientos perdidos); es evidente que en el acto poético se suspende el tiempo y con frecuencia se recuperan detalles de la experiencia futura, con lo cual se explica la presencia de la Mnemosine o Memoria. Producto del singular matrimonio entre el Cielo y la Tierra, el Hombre deviene en espíritu terrenal, una entidad anómala que evoca con frecuencia sus orígenes divinos, aunque tenga bien asentados los pies sobre la Tierra. Esta contradicción explica a todos los seres sensibles, con lo cual el artista se vuelve un ser privilegiado. Siempre en situaciones límites, el hombre sensible se aparta de la normalidad. Su función social consiste en cantar una historia, trastocar el mundo, revertirlo. Develarlo. Husmear, hurgar, expresar lo más turbio o lo más angelical de la humanidad. Octavio Paz explica que el Poeta es una criatura caminando con los ojos vendados a la orilla del abismo (Cf, El arco y la lira, Méx., 1970). Un artífice que desafía riesgos y peligros, siempre en situaciones límites. Seguramente por ello una tríada irlandesa del siglo XIII destaca esta sentencia: “Es mortal mofarse de un poeta, amar a un poeta, ser un poeta”[1].

La Poesía es Revelación, sensibilidad, emoción. Pero también es producto de la inteligencia. En este equilibrio reside, justamente, su peculiaridad y energía, su dinámica interna: la Poesía no puede concebirse como el simple ejercicio escritural, aunque para llegar a ella se tenga que partir de la Palabra. Una condición adámica: designar a las cosas, proclamar las emociones. Y aquí es prudente insistir en otro principio mítico: el mundo es creación lingüística. Con la Palabra se hicieron los mundos, con la Palabra oramos, bendecimos, amamos. La Poesía es bendición, un buen decir. Lo contrario es adentrarse en territorios oscuros, es descender, precipitarse a los abismos. El Poeta no es ese ángel caído, aquel dios oscuro despeñado a las regiones densas, groseras, de la terrenalidad, aún cuando Huidobro recuerde su viaje en paracaídas, su descenso a la Tierra (Cf. Altazor, Barcelona, 1931). El verso, ciertamente, es el sonido armónico con significado. La cadencia rítmica se consigue con la acentuación, las pausas y cesuras, los encabalgamientos. El Silencio habla en Poesía, representa, instaura, funda una imagen sonora con un valor determinante. El Poeta descubre una nueva existencia a través de la emoción profunda, y la revela -es decir, instaura la contemplación, según Heidegger- con todos los medios verbales posibles; esta es su función social (si queremos utilizar esta expresión más usual para los lectores); por ende, se considera que la Poesía, la literatura por extensión, constituye una refiguración de la realidad, sobre todo si se parte del concepto de lo particular, según la antigua estética marxista (Lukács, principalmente) denominada ahora ideológica. El Poeta expresa reminiscencias emocionales a través de la Palabra, develando lo que a los ojos profanos puede parecer oscuro e impenetrable. Sonido, representación, significado: las palabras como entidades sonoras: símbolos, recuerdos compartidos. Nombrar, después de todo, es el primer gesto creativo. Por lo mismo, el Poema no es el simple conjunto de líneas resonantes, sino un estado de ánimo profundo, una imagen develadora que condensa la conducta cotidiana. Es decir, entramos en el ámbito de la Revelación. Pensamiento emocional, vivencia exaltada y cántico significado asumiendo un valor, una categoría universal. He ahí a la Poesía manifestada a través del corpus semántico-sonoro.

“Una realidad iluminada por un poeta tiene al menos la novedad de una iluminación nueva. Porque el poeta nos descubre un matiz fugaz, aprendemos a imaginar todo matiz como un cambio. Sólo la imaginación puede ver los matices; los capta al paso de un color a otro. ¡Acontece que en este mundo viejo había flores que no supimos ver! Las vimos mal, porque no las vimos cambiar de matices. Florecer es desplazar matices, es siempre un movimiento matizado. El que observa en su jardín todas las flores que se abren y se colorean tiene ya mil modelos para la dinámica de las imágenes”, asienta con justicia Gastón Bachelard (El aire y los sueños, Méx., 1958: 13). La Poesía en tanto conocimiento sensible para descubrir los matices, para reencontrar el cambio fugaz, la transformación, la metábolé. No el simple ordenamiento de palabras apoyándose en la dinámica interna provocada por la emoción –sonido y ritmo, percepción y concepto- sino Revelación, esa profunda serie de símbolos que el corazón reconoce como memoria y que condensa la esencia de la vida misma. Poesía: asombro, terror, exaltación. Pero también salmo, conjuro, invocación. O el musitar del ritmo contemplativo, el balbuceo del místico, el Silencio del asceta; instantes insospechados que cobran presencia, relieve, sacralidad. La Gracia misma. Aunque también la mirada ásperamente dulce del profeta, del vate que entrega por medio de imágenes el conocimiento terrible, transformador. “La poesía es, después de todo, una especie de religión en la que los hombres anotan sus intuiciones sobre el universo y el significado de las cosas”, sostiene Richard Aldington[2]. Instinto, sensibilidad, intuición, emoción combinándose con el intelecto. Sentimiento y pensamiento en perfecto equilibrio. Substancia transformada, esencia, hálito del alma humana: Revelación poética. Bagaje emotivo, arquetípico, presente en cada uno de los individuos que pueblan los territorios de esta nueva dimensión sagradamente emotiva, espiritual, cargada de significados múltiples. Poesía. Aunque César Pavese señala con precisión que este acervo de símbolos no es un privilegio del Poeta, sino que constituye un cúmulo de conocimiento “soberanamente humano”, vital por lo mismo para mantener y defender, y acaso definir, la conciencia de sí mismo.

Ofrendar el conocimiento, fundar la contemplación, comenzar el cántico de la verdad: Poesía. “El campesino o la mujer del pueblo no nos dicen gran cosa, pero también ellos hablan, y por lo tanto transmiten y crean la realidad. Bajo la palabra, tiene vigencia también para ellos una inmóvil eternidad de símbolos que, si bien no los fatiga con su enigma, los satisface sin que ellos lo sepan en su realidad instintiva” (Cf, El oficio de poeta, 1994: 62). En la Poesía lo primero que preocupa es el lenguaje, la Palabra, pero no es, de ninguna manera, el lenguaje mismo. La Poesía deviene de la emoción y ésta determina el ritmo, la representación gráfica. Para expresar el sentimiento mediante signos convencionales, las palabras deben relacionarse o encadenarse de tal modo que conformen una estructura perfecta, pero respetando el aspecto sensorial de las cosas, tomando su infalibilidad, su indubitabilidad, su brevedad incluso. “El verdadero poema –insiste Bachelard– despierta un deseo invencible de ser releído. Se tiene enseguida la impresión de que la segunda lectura dirá más que la primera. Y la segunda –muy al contrario que en una lectura intelectualista- es más lenta que la primera. Es recogida. No se acaba nunca de soñar el poema, no se acaba nunca de pensarlo. La Poesía percibe la esencia del saber. Sabiduría sensible, perceptible. Instauración de la transformación de la substancia en una nueva realidad. “Y a veces viene un gran verso, un verso cargado de tal dolor o de tal pensamiento que el lector –el lector solitario- murmura: y ese día no será leído más” (Cf, Gastón Bachelard, El aire y los sueños, ibid: 310). El poema auténtico es, de hecho, un movimiento lingüístico creador, basado en la experiencia y en la imaginación dinámica, en el sentimiento que lo configura. Por supuesto que hay modos de poetizar, diversas expresiones de lirismo. Graves precisa dos métodos de pensamiento: el prosaico, inventado por los griegos, y el poético, basado en imágenes y ritmos originales; el primero ensarta de manera mecánica grupos de palabras lógicas, estereotipadas, sin considerar las imágenes, mientras que el segundo actúa en varios planos de pensamiento simultáneo, provocando lo que se denomina en tanto polisemia. Por otra parte, Gustavo Adolfo Bécquer revela la existencia de una poesía magnífica y sonora, hija del arte y de la meditación que asume la riqueza de la lengua y nos conduce por senderos desconocidos.

Expresa también la presencia de otra Poesía, “natural, breve y seca”, que emerge del espíritu como una chispa eléctrica que lacera el sentimiento con una palabra, “y huye, desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que les toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía. La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía, la otra es la centella inflamada que brota al choque de sentimiento y de la pasión” (Cf Rimas, leyendas y narraciones, apud. Juana de Ontañón, Méx., 1967. Las cursivas son mías), aunque para Jorge Guillén, la Poesía no requiere un especial lenguaje poético. Ninguna palabra está de antemano excluida. Todo depende del contacto, donde cada palabra es un elemento de valor funcional decisivo e imprescindible (Cf. Jorge Guillén, Lenguaje y poesía, Madrid, 1972). Según el poeta español, la poesía señala cuestiones fundamentales de la vida. Al “hacer poesía”, manifestamos un lenguaje comunicador de valores o esencias, si seguimos a José Gorostiza. También constituye un movimiento de espejos en el que las palabras “se reflejan unas en otras hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquel o aquello que está más allá” (Cf. José Gorostiza, “Notas sobre poesía”, en Poesía, Méx., 1977: 11. Las cursivas son mías). Gastón Bachelard, insiste: “Hay palabras que, apenas pronunciadas, apenas murmuradas, apaciguan en nosotros los tumultos. Cuando sabe unirlas en su verdad aérea, el poema es a veces un maravilloso calmante. El verso áspero y heroico, sabe conservar también una reserva de aliento. Da a la voz breve que manda una duración vibrante, al exceso de fuerza de la continuidad” (Cf. Gastón Bachelard, El aire y los sueños, ibid.: 294). La Poesía refleja la realidad correcta y objetivamente; es decir, el contenido se entrega, según Lukács, de una manera nueva, puesto que el poema aspira a generar imágenes basadas en la percepción. “El que una obra de arte sea capaz de ejercer un efecto perdurable o sólo efímero depende de la corrección y de la fuerza abarcante del reflejo de la realidad, de la profundidad de la pasión en la captación de lo esencialmente nuevo, en la elaboración del contenido ideal” (Cf. Georg Lukács, Prolegómenos a una estética marxista. Obras completas, t.  XIX, Barcelona, 1969). En la poesía hay una respiración, un aliento onírico que revela, de otra manera, la existencia. La memoria es básica en esto. Pero la experiencia es primordial. Ningún verso viene de nada.

Hay, previamente, una emoción, un estremecimiento profundo, que explota y se apodera y otorga nuevo significado a la Palabra. La Poesía es, evidentemente, la expresión rítmica, acertada, de esa emoción primaria. Percepción y emoción se dan la mano para reflejar este pensamiento original determinado como Poema y enriquecer la realidad. Por eso siempre hay un Poeta para cada período histórico. “En la Poesía, los hombres se reúnen sobre la base de su existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo de la inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en que están en actividad todas las energías y todas las relaciones” (Cf. Martin Heidegger, Arte y poesía, Méx., 1973). Ludismo, sonoridad que revela el sentido, la multiplicidad de significados. Comprender el poema significa aprehender de manera sensitiva la totalidad del sentido. Es obvio considerar que la Poesía es el centro de la literatura, está en el centro mismo de la Palabra. Sin Poesía no hay reflexión ni ensayo ni novela. Es ahí donde vive el Logos, el Verbo que habita en la Poesía y se manifiesta en la narrativa. El Logos es el principio, la Palabra; sentido y significado múltiples, sagrados. Es el Silencio mismo que florece y que libera. La imagen literaria, la expresión poética, revive y reivindica la dimensión espiritual. La verdadera Poesía tiene varios registros, diversas vertientes y expresiones, pero por sobre todas las cosas es la memoria anticipada, una evocación de alegría; significa la dicha evidente de respirar. La imagen poética tiene, en cierta forma, una doble función: por un lado se enriquece con un onirismo nuevo y por el otro ofrece otra significación lúdica. Ahí reside, justamente, lo que se denomina originalidad. Después de todo, como refería Hölderlin, poetizar es la más inocente de todas las ocupaciones. La Poesía –conviene resaltarlo- no se enseña: se disfruta. Y ahí yerran quienes preconizan la funcionalidad de los talleres literarios como si fuese la panacea. Sin orden ni concierto, sin métodos efectivos, la Poética de la barbarie prevalece en estas fábricas casi instantáneas de autores. En doce sesiones aprehendemos el secreto del verso; en un diplomado adquirimos el certificado de calidad literaria. Pero es evidente que un ciego no puede guiar a otros ciegos. Y la Poesía exige disciplina, conocimiento, entrega. Me atrevo a sugerir que también requiere de una iniciación.

El Poeta nace, pero también se hace con trabajo, lecturas y una profunda, sensible experiencia, forjada en el dolor y la alegría, en la reflexión y en el conocimiento. Un Poeta es un hombre sabio, en el más exacto de los sentidos. No es aquel que suma libros, que tiene un acervo de lecturas academizantes. Léxico lírico, tradición léxica: lengua literaria en tanto revelación del Poeta, según esta apreciación. Pero la Poesía surge de una experiencia profunda, vital, reveladora, y se transmite a través de un corpus, de un discurso denominado Poema. Este código –lo que propiamente se denomina en tanto versificación- sí es factible de enseñarse. El Poema se expresa a través de una técnica y un contenido, lo que antiguamente se conocía como forma y fondo. La manera de acercarse al poema asume tres formas o aspectos: la vertiente filosófica, el aspecto mítico y la circunstancia lingüística. La Poesía es creación verbal por excelencia. De ahí la importancia de la metábolé, de la transformación de una cosa, de la substancia, en otra. Al nombrar, el poeta transforma al mundo (metamórfosis). Por algo los griegos denominaron a este acto póieses: Creación.

Aparentemente, la Poesía es un conjunto de sonidos de los cuales emana un sentido. Aquí el estrato fónico, sonoro, es condición previa del significado y constituye parte integrante del efecto estético. El verso representa un sonido armónico con una acepción emotiva determinada. Hay, por supuesto, equilibrio: el significado no prevalece sobre el sonido, ni éste sobre el sentido. Lo que se considera eufonía (buen sonido) considera dos elementos: la ejecución (interpretación) y estructura de sonido. Ésta última prevalece sobre la primera. Conviene reconsiderar que los elementos intrínsecos de la calidad sonora son: el metro, el acento, la repetición, los encabalgamientos, las pausas, las cesuras, las metáforas. Cierto: la cualidad fónica es primordial, no sólo desde el punto de vista lingüístico, sino desde la perspectiva filosófica, incluso mítica. Según Eduardo Nicol, el ritmo conlleva la emoción, por lo que la musicalidad es prominente en la génesis del acto poético. No hay expresión verbal sin sentido, hay metamórfosis, traslación, metábolé. El Logos es sonoro, tiene sentido porque tiene sonido. Cuando el Poeta canta hay más ser en el mundo, de acuerdo con el filósofo citado. El cántico  revela en el hombre su condición de “ser en el cosmos” (Octavio Paz, El arco y la lira, Méx., 1967). Pero Nicol va más allá, insiste en que la metábolé, la metamórfosis, es básica en el logos, de ahí la importancia de la metáfora, que se sustenta en la transformación, en la alteración de la substancia verbal. Por eso el símil, la metáfora, modifican el sentido, trastocan significados, son imprescindibles para calificar y cuantificar la emoción, la atmósfera del Poema. Y si consideramos que el Poeta es un vidente o revelador de los planos divinos superiores –de ahí el término de vate, profeta- la idea del aspecto mítico se completa. También conviene resaltar que evidentemente el plano lingüístico es primordial; en la Palabra descansa el Poema, pero no es la Poesía. Quienes consideran que la Poesía es un adiestramiento lingüístico, un ejercicio de escritura, caen finalmente en lo que Octavio Paz determina como “artefactos semánticos”, estructuras convencionales sin emoción, especies de fórmulas líricas, pero nunca Poesía (Cf. Octavio Paz, El arco y la lira, Méx., 1967). Al respecto, la experiencia poética puede observarse con detenimiento si se parte del análisis de un texto conocido, pero que de alguna manera sustenta y demuestra lo que se ha señalado a lo largo de estas páginas: la Poesía como experiencia y Revelación. Las recientes propuestas estéticas que insisten en soslayar el ritmo y las imágenes para caer en un metro contrario al verso isosilábico y amétrico, ignoran el aspecto lingüístico-filosófico que postulan Nicol y el propio Válery (Teoría poética y estética, Madrid, 1998); incluso se rebelan y se oponen a las concepciones míticas de la Poesía. En este contexto cobra mayor actualidad la revisión de la teoría creacionista de Huidobro y su máxima expresión lírica, puesto que Altazor (Barcelona, 1931) concilia ambas actitudes. Cántico revelador, este poema cumbre exterioriza las particularidades de un discurso lírico que oscila entre el mito y la expresión contundente.

El Prefacio, así como los siete cantos determinan la estructura que Huidobro ofrece para exaltar el nacimiento, la caída (muerte) y resurrección del hombre, el balbuceo previo al Silencio ante el sentido sacro del mundo. Un poema único, trágico y terrible por sus planteamientos mítico-existenciales, donde el sentido de la imagen revela, y devela, las preocupaciones estéticas, formales, de este autor chileno, que pugnó por establecer nuevos vínculos entre la percepción poética y el paisaje circundante. Huidobro es el eslabón indispensable para comprender las presentes corrientes líricas. Su propuesta aún continúa vigente. Altazor: revolución y revelación metonímica, que va de la imaginación dinámica a la contundencia de las representaciones, de su reanimación hasta llegar, paradójicamente, a su mínima expresión. Alfa y omega, haz y envés de la substantividad que se pretende crear, independientemente de la naturaleza; símiles y metáforas se recrudecen y forjan otra condición, otra dimensión más enriquecedora, como propone esta teoría lírica que busca entronizar el desplazamiento de matices.

La estructura del poema es sencilla: un prefacio en verso corrido (lo que algunos denominan poema en prosa) explica el origen del mundo; en la preexistencia el poema testimonia la creación del universo. En el primer canto se advierte la presencia terrenal, la caída del Jardín del Edén, con toda su secuela trágica. El amor, la presencia de la Musa se observa en el canto segundo, mientras que el tercero busca la visualización de la imagen. El cuarto, la expresión rítmica repercute en la imagen en tanto el quinto se observa la experimentación sonora. El sexto canto prefigura el final, el canto onomatopéyico, puesto que empiezan a diluirse la cadencia musical y las imágenes. Insisto: Altazor postula una propuesta singular: incorporar a la imagen la precisión efectista, la adjetivación novedosa, inusitada, e incluso desatar el ritmo, la musicalidad. A lo largo del cántico se observa el deseo de concentrar expresiones de la industria, de la existencia circundante, para conformar un texto vivo, actuante pero además independiente de la misma naturaleza. Por algo el autor pretende despuntar su proposición, denominada en tanto Creacionismo.

El poema creado, reflexionaba el poeta chileno. En cada parte constitutiva muestra un hecho nuevo, independiente del mundo exterior, desligado de cualquier realidad que no sea la propia. Huidobro alude a la realidad literaria; el sonido con un significado representativo, partiendo de un concepto previo; puesto que toma su puesto en el mundo como un fenómeno singular, amplía su horizonte semántico a través del adjetivo revelador, de las imágenes y de la simultaneidad de planos significativos. Es decir, destaca el uso artístico del lenguaje. Al hacerse realidad a sí mismo, el poema forja lo maravilloso y le proporciona vida propia; hay, por lo mismo, modificación de la substancia lingüística, porque después de todo, agrego, sonido, forma y contenido son lo mismo. El alcance del poema es tal que sus aportaciones son, todavía, contemporáneas. En el Prefacio, Huidobro instala las mojoneras líricas de lo que pretende. Visualización de la expresión, contundencia en la imagen, incorporación de un ritmo aparentemente apoyado en la prosa, aunque la respiración es musical: se advierte, entonces, la acentuación particular que el autor imprime a sus versículos. La inocencia primigenia del Origen es el asunto del Prefacio. Es un tema cosmogónico, genésico, puesto que el rapsoda es testigo del nacimiento del cosmos. Del fortalecimiento de la imagen, con adjetivaciones insólitas, a la visualización del sentimiento; del sentido mítico, estético, a la negación misma del significado. He ahí la revelación, y la revolución expresiva de Huidobro, aún vigente y, por lo mismo, actual. Las manifestaciones líricas mexicanas en las postrimerías del siglo XX, parten de esta propuesta estética, muchas veces de manera inconsciente. A los 33 años, escribe Huidobro al inicio del poema, nace la Palabra original “bajo las hortensias y los aeroplanos del calor”. Guiños míticos, postulados y conceptos que de ninguna manera se oponen al lirismo desatado: “Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía”, puntualiza (Op. cit.: 11). La doctrina huidobriana descansa en el uso y fortalecimiento de la representación lírica. La fanopea de que habla Pound irrumpe determinando su sentido visual, sus posibilidades semánticas, sus esquemas novedosos, los signos que van desde un hálito simbólico, lógico, estético, incluso cinemático:



Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas (Op. cit.: 12)



El Poeta asiste al nacimiento del Universo; es un cronista, un testigo real de este acontecer. Después viaja al mundo terrenal, pero su caída, en paracaídas, es vertiginosa. La cosmogonía es impactante. Huidobro observa todo lo que le rodea, busca la densidad de la materia, pero sin soslayar su papel primordial: cantar la realidad, y pretende ofrecer, fortalecida, esa otredad lírica. Un Padre Espiritual que sonríe en la advocación del padre terrenal. Vicente Huidobro lo sabe. Y canta:



Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

Amo la noche, sombrero de todos los días (Op. cit.:9)



La memoria de la piedra se apoya en este punto inicial. El poeta es lanzado al planeta, luego de ser ungido con los dones y privilegios del espíritu, de la Palabra. Adán en el primer día de la creación es el mago, el bardo, el hombre divinizado por los instrumentos de la doble articulación lingüística. Tiene el privilegio de los dioses: nombrar a las cosas. Canta y testifica la realidad crudelísima del orbe. La terrenalidad, la transitoriedad de la existencia no puede, de ninguna manera, ser superada por el amor. Nadie, a la fecha, ha vencido a la muerte, salvo el Jesús cristiano. Vicente Huidobro lo sabe, por eso expresa con trágica contundencia:



... la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo (Op cit.: 11)



El primer canto es la expulsión del Paraíso primordial. El Poeta recuerda su salida, luego de la caída desafortunada en virtud de la tentación que asumió un ser proscrito por las iglesias judeocristianas, un nombre oculto que, pese a todo, cobra relevancia. El secreto de aquel Tenebroso se esconde en la rosa de la muerte, en la falta de sonrisas (por algo estar “contento” significa estar con Theos, con Dios). Las leyes divinas y terrenales se cumplen, parece expresar el Poeta. No hay un pronunciamiento ético ni estético. La naturaleza ocurre, persiste. Pero no hay que servirla. La materialidad del globo ocurre sencillamente. El hombre se encuentra solo. El Poeta es rotundo al evocar esa salida del Jardín del Edén:



¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa

con la espada en la mano?

¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un dios?

¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser? (Op. cit.: 17)



Contundencia, certeza de que todo continúa igual, al ritmo que la ley terrenal impone. El terror de ser, y estar, en el mundo es real. La muerte ha entrado al planeta, ciertamente, con la trasgresión adámica. Envejecimiento, enfermedad, muerte. El deterioro físico llega. El deseo, las aspiraciones e ideales a nada conducen. Ni el amor ni la religión. El caos, la nada, aguardan. La fatalidad irrumpe siempre:



Soy yo Altazor


Altazor

Encerrado en la jaula de su destino

En vano me aferro a los barrotes de la evasión imposible (Op. cit.:.20)



Según Gastón Bachelard, la poesía más que una tradición representa un sueño primitivo, el despertar de las imágenes primordiales, primigenias (Cf. El aire y los sueños, Méx., 1958). El mismo autor reitera que para merecer el título de imagen literaria, se requiere de un elemento fundamental: la originalidad. “Una imagen literaria –acota Bachelard–, es un sentido en estado naciente: la palabra –la vieja palabra– viene a recibir allí un significado nuevo. Pero esto no basta: la imagen literaria debe enriquecerse con un onirismo nuevo. Significar otra cosa y hacer soñar de otro modo, tal es la doble función de la imagen literaria” (Op. cit.: 306). Onirismo, aspectos lúdicos que en Huidobro alcanzan una única categoría estética. Altazor se inscribe en el principio del Cosmos y llega al balbuceo final frente a lo sagrado. Del sentido único, sustancial, que revela el sentido previo a la cultura (la parte ágrafa, mágica-mítica-simbólica del hombre), al sentido sacro de la Palabra. La Poesía como expresión de la existencia, partiendo de los recursos estilísticos, apoyándose en el ritmo y la acentuación, pero modificando la substancia. La Poesía como refiguración de la realidad, como Iluminación. Huidobro es contundente al respecto. Algunos versos son vectoriales por cuanto destacan la dirección, el sentido expresivo: Quememos nuestra carne en los ojos del alba, exclama de manera precisa (Ib., op. cit.: 23). La raíz original vuelve a cobrar dimensiones trágicas: “Canta el caos al caos que tiene pecho de hombre/Llora de eco en eco por todo el universo/Rodando con sus mitos entre alucinaciones”. En Altazor se advierte de manera relevante la comparación elíptica, a diferencia del símil, en tanto relación analógica parcial. Hay visualización, sí, pero también mayores posibilidades semánticas, a manera de sinécdoque, cuya figura lingüística es más ágil, por cuanto provoca la representación de la parte esencial. La metonimia es, incluso, más contundente puesto que no sólo sustituye los atributos o rasgos semánticos, sino que consigue un hálito numinoso. Acaso por lo mismo el segundo cántico es incisivo. El amor desemboca en esta salmodia. La figura de la mujer –como Musa y Creadora– se manifiesta de manera perentoria, mientras que en el tercero surgen versos pareados, provocando un efecto deslumbrante. Ritmos y armonías se conjugan y se compactan. En esas atmósferas oscuras, en esa energía interior, se advierte una frecuencia rítmica, un pulsar constante, palpitaciones nerviosas que se erigen como una turbia reverberación.

Las imágenes sonoras, el sentido plástico, son claras mojoneras de esta geografía visual, de este espacio espiritual que caracteriza la dimensión lírica del poeta chileno, la acrecentada existencia sensible metamorfoseada en experiencia estética (3er. Canto). Todas las lenguas están muertas/ Muertas en manos del vecino trágico/ Hay que resucitar las lenguas/ Con sonoras risas/ Con vagones de carcajadas/ Con cortacircuitos en las frases/ Y cataclismos en la gramática... (Op. cit., ibid.: 58). Cuarto y quinto cantos agilizan, e inmovilizan, al lenguaje. Los juegos rítmicos, cadenciosos, apresurados, manifiestan otros ordenamientos, nuevos atributos. Eslabones de una cadena lírica que nos conducen de manera inequívoca a la caverna platónica, nos aherrojan de espaldas a la Luz del precepto lírico, nos entregan rabiosamente al concepto rítmico, eufónico. Significantes que tropiezan, significados que se metamorfosean en aras de la emoción, de lo que se pretende decir:



“Ya viene la golondía

Y la noche encoge sus uñas como el leopardo

Ya viene la golontrina

Que tiene un nido en cada uno de los dos calores

Como yo los tengo en los cuatro horizontes

Viene la golonrisa

Y las olas se levantan en la punta de los pies

Viene la golonniña

Y siente un vahido la cabeza de la montaña


Viene la golongira

Y el viento se hace parábola de sílfides en orgía

Se llenan de notas los hilos telefónicos

Se duerme el ocaso con la cabeza escondida

Y el árbol con el pulso afiebrado” (Op. cit.: 69)



Altazor concluye con el simple deslumbramiento, el balbuceo mismo ante la revelación sagrada. Por eso la serie de onomatopeyas, como un lejano cántico tribal, gutural. El Silencio da paso, de nueva cuenta, al reinicio del ciclo. En el principio era el Verbo, canta el Evangelista. Y esta Verdad, inmutable por lo mismo, emprende el regreso, la vuelta al origen. Después de todo, lo reconoce el propio Huidobro, el Logos, la Poesía misma, testimonia el principio del hombre y testificará el fin del mismo. La Poesía externa el lenguaje de Adán; es la lengua que se hablaba en el Paraíso. Y por si fuera poco, es el lenguaje del Juicio Final. Poesía y eternidad se fusionan en el origen mismo del Origen[3]. Tabú y veneración, territorios de lo sacro. Grito inarticulado, imprecisión significativa, onomatopeya mística, expresión pura del significante, mantra lírico:



i i i o

ai a i ai a i i i i o ia (Op. cit., ibidem : 111)



En la misma conferencia impartida en el Ateneo de Madrid en 1921, Vicente Huidobro puntualizó: “La Poesía es el lenguaje de la Creación. Por eso sólo los que llevan el recuerdo de aquel tiempo, sólo los que no han olvidado los vagidos del parto universal ni los acentos del mundo en su formación, son poetas. Las células del poeta están amasadas en el primer dolor y guardan el ritmo del primer espasmo. En la garganta del poeta el universo busca su voz, una voz inmortal” (Vicente Huidobro, Poética y estética creacionistas, Méx., 1994: 127). He aquí el sentido de Altazor: la expresión del cántico sagrado que prefigura y llega al Silencio mismo. Antes del hombre y después de su caída. Los extremos se tocan. Del Silencio primordial al enmudecimiento que provoca el terror ante lo Sagrado. Tabú y recogimiento. Después, nada. La Nada. Por eso el sonido puro, la afasia significativa, expresiones mínimas del canto. La raigambre telúrica, cosmogónica, que se enhebra en esta parte última del cántico, constituye una alegoría de la naturaleza mítica de la humanidad, muchas veces contradictoria, aberrante y profundamente espiritual. Visión desgarradora, Altazor pervive a pesar de su condición sublime, insertada en una dimensión pétrea, terrenal; un poema apocalíptico, en su sentido de revelación, donde lo terrible logra ser sublimado por la precisión y contundencia metafóricas. Las visiones fulgurantes que prefiguran una Torre de Babel lingüística, son indicativas de esa energía soterrada que pugna por emerger a la superficie de la emoción hasta provocar un estallido rítmico: la vibración única, el Silencio.

Desde 1919, Huidobro dio el salto a esta expresividad plena, puesto que buscó la transformación de la substancia, la denominada metábolé. Al nombrar con la Palabra, el Poeta transforma la naturaleza del mundo (metamórfosis). Hay más ser, indudablemente, por eso los griegos denominaron a este acto póieses (creación). De este conjunto de sonidos de los cuales emana un significado, el estrato fónico es condición previa y constituye la parte integrante del efecto estético. Aquí persiste el equilibrio: el significado no prevalece sobre el sonido ni éste sobre el sentido. Por ende, la propuesta de Huidobro estriba no sólo en la calidad sonora, en los silencios como cualidad fónica esencial, no sólo desde el punto de vista lingüístico, sino desde la perspectiva filosófica, incluso mítica: el ritmo, reitero junto con Nicol, conlleva la emoción. El Logos, ciertamente, es sonoro, y tiene sentido porque tiene sonido. He aquí el logro del poeta chileno con su teoría creacionista. El rompimiento del ritmo, e incluso del aspecto metonímico que en la actualidad se pretende, no tiene razón de ser, puesto que Huidobro lo demostró en su momento. Si existe la metamórfosis, el cambio substancial; si el ritmo está supeditado a la emoción, la trasgresión acentual es invalidada. Huidobro revitaliza el verso, agiliza la imagen y la lleva hasta su mínima expresión: el sonido puro, la onomatopeya, la metáfora en su nivel mismo de significante. Imagen expresiva, traslación de ésta a la insonoridad. En estos niveles transcurre el creacionismo, el cual ahora se revela en las expresiones de los poetas del México del siglo XXI. Una expresión más cercana a la respiración de la prosa, sin la acentuación armónica necesaria, sin imágenes, prácticamente, como si estas condiciones connaturales al verso fuesen superfluas y por lo tanto imprescindibles. Si la existencia es aleatoria e imprevisible, arguye este presente lírico, es válido entonces utilizar sonidos similares y desinencias, esmaltes sonoros que van a extraviarse entre el dislocamiento y el deslizamiento de la forma; se apoyan más en la reflexión discursiva, en la eliminación de la función metonímica original y pretenden ser la avanzada, el canon novedoso como fractura del sentido y cuya experiencia abismal postula ignorar las propuestas estéticas de los cantores de antaño, como es el caso de Huidobro. Al cuestionar las bases de la tradición literaria hispanoamericana, al oponerse al Yo poético como generador del texto lírico y concebir al Poema como una “interferencia” independiente del sentido, se busca tajantemente invalidar la expresión como unidad estética. Poética de la antiforma, pretenden crear confusión al negar las corrientes evolutivas con el disfraz de criterio novedoso.

Si la Poesía expresa el sentido sacro del mundo y a través de la Palabra hay modificación de la substancia, es evidente que no se puede invalidar ni el ritmo como catalizador emotivo ni las metáforas como necesidad expresiva. De alguna manera puede concluirse lo que postula Válery: “hay que querer lo que se debe querer para que el pensamiento, el lenguaje y sus convenciones, que están tomados de la vida exterior, el ritmo y los acentos de la voz que son directamente cosas del ser, concuerden, y ese acuerdo exige sacrificios recíprocos siendo el más notable aquel que debe consentir el pensamiento” (Paul Válery, op. cit., ibid.: 126) . Huidobro supo que el lenguaje no es el simple instrumento de comunicación sino que además involucra la dimensión semántica; nombrar es un acto sagrado, ritualista, puesto que crea y recrea al universo mismo y la naturaleza es doblegada. Con la Palabra los hombres, y los objetos, existen, de ahí la contundencia de su propuesta estética. Por otra parte, los oficiantes de la Poesía pueden conciliar el aspecto revelador con la fascinación por lo nuevo. Precursor y epígono, el Poeta busca el Misterio, la Inspiración, y la posibilidad de dar esa visión primigenia a través del Poema como expresión de la materia ardiente.

Por razones expositivas es oportuno observar el presente esquema, que de alguna manera clarifica la propuesta del actual capítulo.

El siguiente cuadro refleja con claridad lo que aquí se ha planteado











ASPECTO SAGRADO DE LA POESÍA

Poeta
Druida (héroe)
Mago, hechicero,
sabio

Musa

La Mujer, La Luna
La triple diosa triple

Expresión
Poema
El alfabeto de los árboles
(Lengua de Og)


Inspiración
(Mito de Cerridwen)

Mundo Celta
Rituales estacionales



































La Musa, símbolo de la mujer, representación de la Luna:

1.- Luna en cuarto creciente = la niña, la núbil, la virgen, la doncella

2.- Luna llena = mujer fértil

3.- La luna en cuarto menguante = la anciana sabia, la enferma, la muerte



FUENTES: El arte de la poesía, de Ezra Pound; Filosofía y Poesía, de Eduardo Nicol; La diosa blanca, de Robert Graves; El arco y la lira, de Octavio Paz; El silencio del nombre. Interpretación y pensamiento judío, de Esther Cohen, Edit. Anthropos/Fundación Cultural Eduardo Cohen, Méx., 1999.








[1] La evocación es fundamental en la poesía (Cf, Robert Graves, La diosa blanca, Barcelona, 1986)
[2] Notas personales sobre poesía, Poesía y poética No. 27, Universidad. Iberoamericana, Méx., 1997.
[3] Resulta interesante cómo el poeta chileno llega, luego de expresar sus emociones a través de las imágenes, al sonido mismo, como un balbuceo místico; como si la naturaleza misma enmudeciera. Al respecto, conviene citar a Esther Cohen: "Walter Benjamín habló del lamento de la naturaleza, de su tristeza por haber sido sometida a la sobrenominación indefinida de los hombres y subordinada a un lenguaje caído en la arbitrariedad del signo, lenguaje rebajado a mero instrumento de comunicación", Cf. El silencio del nombre: 22