A CONTRACORRIENTES
BEGUINAS Y BEGARDOS
Por Óscar Wong
Cuando el papa-monje Gregorio VII instituye el celibato obligatorio
de los sacerdotes, a pesar de la protesta de San Bernardo de Claraval, fundador
de la orden del Cister, en la abadía occitana de Fontevrault las monjas leen y
comentan el Cantar de Cantares. Durante ese siglo XII tuvieron lugar las
cruzadas, nacimiento, apogeo y desaparición de la Orden del Temple, y donde
prospera la herejía albigense; surge el culto mariano (Regina Coeli)
y el ajedrez se modifica con la figura de la Reina, con libertad de
movimientos. A comienzos del siglo XIII surgen las beguinas, una corriente
mística-literaria que tiene singular importancia en la cultura occidental: las
beguinas, esas mujeres que, a través de la revelación, consiguieron lo que
muchos teólogos realizaron a través del estudio y la meditación.
Desde el ámbito
social, es el primer movimiento feminista en Europa, puesto que monjas y
seglares fueron quienes establecieron las primeras casas de asistencia para
mujeres. Perseguidas por la Inquisición, benedictinas y beguinas fueron
llevadas a la horca y a la hoguera, pese a ello "Dios manifestó su poder
por medio del sexo débil, en aquellas siervas a las que coló con espíritu
profético". El nombre cátaro dado a las místicas errantes (la Crónica
de Morosini, de 1429, indica que incluso Juana de Arco fue una beguina),
señala que “el término beguina proviene de beguin, palabra que
designaba un gorro de lana usado por los místicos errantes de la Iglesia del
Amor de los herejes cátaros” (Cf.
Luis G. de la Cruz, op. cit.:17).
“La figura
femenina ocupa el centro de los altares como objeto de culto y devoción;
desarrolla una intensa vida espiritual como religiosa ortodoxa o como mística
heterodoxa, tanto en los conventos como por libre; se convierte en la Domina
del juego de ajedrez y en la clave del misterio que rodea al Santo Grial” (op.
cit.: 19) [“... en provenzal la palabra Grasal designa a un vaso de
piedra y este significado del término en la lengua de Oc funde los dos sentidos
antes mencionados del término Grial –la piedra caída del cielo y el vaso o
recipiente– en un único objeto mágico”]
(op. cit., ibid.). Denis de
Rougemont, en El amor y Occidente, encuentra temas comunes a los
trovadores provenzales del siglo XII: la mística unitiva (fusión del
alma y de la divinidad) y la mística epitalámica (matrimonio del alma y
de Dios).
El autor
observa que el misticismo, en primera instancia, es una desviación del amor
humano, puesto que la pasión mortal remite a la sexualidad. “La primera mirada
de los amantes, la que cambiará toda su vida, corresponde al primer toque del
amor divino, a la conversión del cristiano” (Cf. El amor y Occidente, 1984: 342). Luego explica la
Encarnación del Verbo, precisando: “La herejía de los cátaros consistía en
idealizar todo el Evangelio y en considerar a todo el amor, bajo todas sus
formas, como un impulso exterior al mundo creado. Esa huida hacia lo divino –o
<<entusiasmo>>– esa transgresión de los límites de lo humano, finalmente
irrealizable, debía traducirse y traicionarse de una manera fatal en una
exaltación en términos divinos del amor sexual” (op. cit.: 157).
Según el
maestro Johann Eckhart (Turingia, Alemania, ca. 1260-1327), el hombre encuentra
a Dios en la parte íntima del alma. En su Doctrina del desasimiento o
renunciación (dejarlo todo para poseer todas las cosas: poseer nada
equivale a tenerlo todo), demanda la individualidad espiritual de las creaturas
y de Dios: “Sólo renunciando al sí mismo se puede acceder al otro, tanto a Dios
como al prójimo” (Maestro Eckhart, Tratados y sermones, 1998: 14). Las
reflexiones del maestro Eckhart –podemos ser Dios, o Dios con Dios– pusieron en
riesgo el pensamiento de las místicas medievales Hildegarda de Bingen
(1098-1179), Matilde de Magdeburgo (1207/1210-1282/1294), Beatriz de Nazaret
(1200-1268), Hadewijch de Amberes (hacia 1240) y Margarita Porete o Margarita
de Hainaut (quemada viva en París en 1310).
Recordemos que
en la Edad Media la disputa ideológica-filosófica se presenta entre la razón y
la fe, aunque las monjas benedictinas (Hildegarda de Bingen y Beatriz de
Nazaret) y las beguinas (Matilde de Magdeburgo, Hadewijch de Amberes y
Margarita Porte), frente a teólogos y filósofos escolásticos exponen esa
primacía del amor sobre el intelecto, cuya voluntad está íntegramente
impregnada de contemplación. La mística del amor o Minnemystik, es
diferente a la mística del ser o mística especulativa (Wesenmystik), que
parte de la tradición agustiniana.
En la obra Mujeres
trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Georgette
Epiney-Burgard y Emilie Zum Brunn reflexionan sobre dos temas fundamentales:
1.- “la historia perdida de la cristiandad femenina” y 2.- la operación
alquímica por medio de la cual las beguinas transmutan el amor cortés en una
esencia más valiosa: la del Amor eterno. Abadesas y beguinas supieron conservar
la herencia mística –la supremacía del amor– olvidada o desnaturalizada por
teólogos y escolásticos.
La pugna no es
entre la razón y fe, que se vuelven una, sino entre razón y amor. Es
interesante la visión que presenta Peter Dronke pues las fuentes que utiliza
–escritos y testimonios– van desde c. 200 hasta c. 1300 d C. Textos anónimos en
latín (siglo III), provenzal (siglos XII-XIII), catalán (siglo XIII) e incluso
poemas en francés antiguo, enriquecen el volumen, que va “desde Perpetua,
mártir e el circo de Cartago en el año 201, hasta Margarita Porete, ejecutada
en París en 1310”
y se ocupa de algunos procesos inquisitoriales contra los cátaros [siglo XII] (Cf. Las escritoras de la Edad Media,
1994)
Para las
beguinas “como para todo contemplativo auténtico, lo importante es, ante todo,
ser pasivo y no activo respecto a Dios. Es esta pasividad la que simplifica el
alma, liberándola de sus deseos múltiples –por santos y espirituales que puedan
ser– y uniéndolas a Dios, en el no querer que es el querer de él solo. Ésta nos
parece la característica más profunda –a veces desconocida– de la mística
occidental, tal como fue transmitida, de eslabón a eslabón, a partir de los
Padres griegos hasta Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Éste último, que cantó
el encuentro del alma con Dios en la noche de Amor, nos pone en guardia contra
la ilusión de las <<buenas>> acciones, en tanto el alma no es verdaderamente
receptiva a Dios y se ha transformado en él (Cf. Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la
Europa medieval, 1988: 216).
Frente
a la Mística del Ser, o mística especulativa (Wesenmystik), que a
través de la razón procura determinar los predicados de Dios, la Mística del
Amor (Minnemystik), exalta el simbolismo del amor cortés que se
fusiona con la expresión metafísica del amor a Dios (En esencia, Aristóteles y
el primer motor inmóvil –teoría de la substancia– subyacen en estos argumentos
ontológicos. La escolástica y la metafísica están presentes). Hay un lirismo
erótico en las relaciones del alma con el >Verbo Divino. La revolución
espiritual de la época se explica por la conciencia de la soledad del alma con
Dios y de su libertad intangible. Por eso las beguinas –auténticas poetas o trobairitz–
crean una lengua para traducir sus expresiones apasionadas. El amor se
convierte en conocimiento y el alma llega a <<ser Dios en Dios>>,
pese a la amenaza de la hoguera.