lunes, abril 21, 2014


 

A LA ORILLA DEL ABISMO

 

Por Óscar Wong

 

Percepción emocional, vínculo significativo entre el sonido y el significado, la Poesía se estremece en cada línea, en cada imagen hasta lograr lo que algunos autores determinan en tanto cópula semántica. Como experiencia de vida, que se transmite a través de un código, de un discurso literario, la Poesía revela otras dimensiones más profundas o últimas. Por supuesto que en este territorio el sentimiento es básico, no la razón. Más que ejercicio escritural, la voz más entera del hombre se abre a nuevos territorios, invocando y convocando la inseparable magnitud del hombre. Así, el poeta es el hombre que camina vendado a la orilla del abismo, como revela Octavio Paz[1] en Las peras del olmo (Méx., 1984: 32).

Por otra parte, en El arco y la lira Paz (1955), acepta que el poema constituye un producto social y que responde a un modo histórico determinado, aunque sostiene que la experiencia poética es irreductible. Con una visión bastante lírica, Paz analiza la naturaleza del poema y desglosa sus componentes, como son el lenguaje, el ritmo y la imagen. La Palabra nombra, califica, determina. En este orden de ideas es válido reconocer al Verbo como principio. Palabra y locución, logos y mythos profundamente vinculados. Y más en las sociedades orales donde originalmente funcionaban como transmisores de cultura, servían para declarar lo que son las cosas. Indiscutiblemente aún persiste la relación entre la razón y la sensibilidad, entre el mito y la historia. Hay un sentido sacro del conocimiento a partir de la Palabra. Por ende, todo Escriba no es más que un celebrante que invoca y convoca al mundo. Inventor de signos que hablan, el Poeta también es un oficiante que revela palabras cargadas de emoción. Eusebeia. Si la sacralidad del mundo es vivencia de los hombres, ésta también manifiesta una forma de vida, de conciencia. Octavio Paz precisaba de manera contundente: Todo se transfigura y es sagrado. A partir de este hermoso endecasílabo se articula toda la obra poética del poeta.

El mundo –retomo el mito hebreo– es creación lingüística. De acuerdo con este aspecto mitográfico, el primer acto de la historia fue la creación verbal del universo: “Las cosas nombradas son pobladoras del mundo”, puntualiza Eduardo Nicol1. De acuerdo con lo señalado, considero que la condición esencial para escribir poesía es percibir al universo con toda su carga profunda de sonoridades y significados para descorrer el velo de la realidad, tan inasible para muchos. El poeta nace con esa predisposición para las palabras y los sentidos significativos (el vocat, llamado, que a su vez viene del verbo latino vocare, es muy fuerte) y se hace con la experiencia vital, con las lecturas. Finalmente la poesía es una revelación espiritual, consecuentemente no todos están dotados para conseguirlo.

El poema, reflexiona Paz, es un conjunto de signos que buscan un significado, de ahí también que cada forma lírica exteriorice una idea. El fluir del discurso, la cristalización visionaria del poema, desemboca en el texto, en el poema-objeto, en el poema-exploración (Cf. Maya Schäver-Nussherger, Octavio Paz. Trayectorias y visiones, Méx., 1989). La experiencia vital, la manifestación emocionada de la existencial se traduce en revelación. Todo fluye en el poema, por eso su sentido paradojal, el signo con doble significado suspendido en el hecho estético, como una perenne interrogación, como una referencia inmóvil, inasible, aunque permanente. Quietud y movimiento son lo mismo, canta el Poeta.

Por supuesto que ello se da por el sentido orientalista –tamizado por los filtros de una tradición sólidamente occidental– que prevalece en su obra inicial desde 1951. El I Ching, sobre todo, es utilizado por el Octavio Paz “como modelo de movimiento para aplicar signos también en movimiento: cambio de los signos”, acepta Kwon (Cf. El elemento oriental en la poesía de Octavio Paz, Jal., Méx., 1989). Para nuestro único Premio Nobel de Literatura, la poesía representa un ritual, unión sagrada, recurrencia amorosa. Ceremonial santificado, perpetuo. Tiempo suspendido, rito o festín. El verso en Paz está cargado de significaciones. Iluminación. Palabra y silencio: poesía, sonido con significado: Espacio-tiempo: realidad física, objetos que se nombran. Tal la expresión paciana, cargada de paradojas, debido a lo que Margarita Murillo González determina en tanto polaridad-unidad y que da coherencia a su obra poética. Palabra, silencio, tiempo, hieratismo. Cuatro signos relevantes confluyen en su poética (Cf. Polaridad-unidad, caminos hacia Octavio Paz, UNAM, Méx., 1987).

Los cimientos duales de la poética paciana son básicos para entender su expresión. Paralelismo y paradoja. Revelación del ser a través de la Palabra. Poesía. Lo real y lo verbal, en la poética paciana, marchan juntos en esa travesía metabólica, a través de las imágenes y metáforas, de la cadencia rítmica y de los necesarios silencios. La función de la poesía en Octavio Paz, significa un verdadero enlace entre la realidad interior de sus intuiciones y emociones, y el mundo exterior del que forma parte el autor (Cf. Rachel Phillips, Las estaciones poéticas de Octavio Paz, Méx., 1976).

En Paz siempre hay un equilibrio entre su expresión y el sentimiento. La presencia del hecho estético, del fenómeno poético, representa un rito, un ceremonial. El amor es un tema central, recurrente. La reflexión que hace Paz sobre el amor, especialmente en Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe (Barcelona, España, 1982), es reveladora, luminosa, numinosa, porque concilia la expresión social y afectiva con el ritual de la existencia, que además es sagrada para el poeta. Desde la idea platónica que transcurre entre el afecto, la amistad y la caridad –muy bien aprovechada por el cristianismo– hasta desembocar en la religiosidad y la reivindicación de la figura femenina en el amor cortés y que en la actualidad considera la igualdad de los amantes, en el amor persiste subversión y conversión.

Signo del cuerpo frente al signo de los tiempos, Octavio Paz resalta: "El erotismo es un ritmo: uno de sus acordes es la separación, el otro es regreso, vuelta a la naturaleza reconciliada. El más allá erótico está aquí y es ahora mismo. Todas las mujeres y todos los hombres han vivido esos momentos: es nuestra ración de paraíso" (Cf. Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, 1993). Lo que salva al hombre es el amor, esa completud que se manifiesta en la relación de pareja, postula Paz. La trascendencia del amor en Paz se revela a través del sentido erótico del poema, expresividad que cuando alcanza un alto nivel, nos perturba y transforma, como ocurre con el amor (Cf. Óscar Wong, La pugna sagrada. Comunicación y poesía, Méx., 1997: 71-79). Mi lectura parte, justamente, de las premisas enunciadas, al igual que la consideración inicial del cuerpo de la mujer como la vía primordial para llegar a la verdadera comunicación, sin soslayar que poesía y amor representan una unidad indisoluble, un medio de revelación.

Es válido señalar que la presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo –este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial– es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz. Amor y erotismo. Revelación numinosa. Transgresión y sacralidad. Signo, apuesta por la libertad, pero por sobre todas las cosas, una respuesta afectiva, volitiva, que el hombre ha concebido para conjurar a la muerte. Por consiguiente, el amor en el discurso lírico es, más que un concepto, una pasión, una metáfora, el núcleo central donde se yergue su poética. El poema como acto amoroso es, por sobre todas las cosas, una presencia viva en la expresión de Octavio Paz. Ya Enrico Mario Santí ha puntualizado que desde 1934, a los 20 años de edad, el poeta que me ocupa tiene, junto con la obsesión de la identidad nacional, el tema del erotismo como el eje de su poética. La "iluminación" persigue la virtud; por lo mismo, el haikú en Paz se percibe a través de la técnica, la imagen y la visión oriental del mundo por medio de la naturaleza. Pese a todo lo anterior, la poesía y el amor son, indudablemente, "las dos caras de una misma realidad", una tentativa para recobrar al Adán primigenio, al individuo anterior a la caída. La imagen poética busca revelar de manera contundente ritmo y emoción para demostrar que amor y poesía son vertientes de la misma realidad. Además, la memoria, en Paz, constituye un símbolo de la imaginación erótica, en virtud de que la mujer representa la esencia de la naturaleza. La figura femenina asume una condición, un estamento único. Los atributos que Paz enumera alcanzan una expresión salmódica.

El afecto, la relación sensual, la ternura misma son cualidades intransferibles. Es decir, el erotismo se manifiesta como revelación y conocimiento estéticos, pero también y antes que nada como una expresión sagrada, como categoría sensible, sensitiva, del mundo. El propio Paz anota: "El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y éste, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida" (Cf. La llama doble. Amor y erotismo, ibid.) Observar sus variantes: mujer-naturaleza, amor-muerte, acto amatorio-poesía, así como la relación complementaria del sexo a través de la paradoja, la antítesis y el retruécano –caros a nuestro autor–, significa determinar el tema de los contrarios y su relación con el conocimiento estético. Con frecuencia Paz reflexiona sobre este tema capital. Hay referencias en sus poemas, siempre, como ocurre en Piedra de sol o en Pasado en claro, por citar dos grandiosos poemas.

Y es que Paz postula la idea de que el poeta es un creador solitario. Por ende, su herramienta –el lenguaje– representa un elemento vital, que refleja sus contenidos, su particular expresividad por la emoción poética: el mundo fluye, transcurre en un movimiento interminable, aunque se eterniza en la sonoridad del poema. La poesía incendia y fractura la dimensión del silencio. Es silencio. Metáforas y reiteraciones crean en Octavio Paz un sistema que revelan, y develan, otro texto, otro universo semántico, lúdico. La poesía de este autor mexicano, se caracteriza por sus imágenes intensas, brillantes. Precisiones y descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial. Atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu, significa al verso de Paz. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito.

En ese espléndido monumento lírico, esa exaltación sonora de la existencia, Paz pretende eslabonar el tiempo. Y aún más: nulificarlo. El poeta se erige como Adán en el primer día de la creación, enarbolando el privilegio de normar a las cosas. En 584 endecasílabos, Paz establece una comunicación plena con el universo. Escrito en 1957, el poeta se planta en el mundo sorprendido por el entorno y canta con reverencia. Se establece una comunicación plena con el cosmos. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento: el fulgor de la altura que surge cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a elevar su voz.

Paz canta al amor, a la mujer. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención lujuriosa: mis miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito. Deslumbrado ante la vida el poeta no tiene otra preocupación más que cantar. Todo se modifica, todo cobra nueva realidad, otra representación. Las analogías dan paso a la identidad. Es impresionante, e impactante, la manera en que Paz va generando esa corriente sonora, emotiva, con símiles y metáforas, con silencios que hablan armónicamente, con anáforas y figuras de repetición. Los períodos rítmicos determinados, el golpeteo silábico, los encabalgamientos, generan ese espléndido cántico terrenal que es este numinoso poema. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento. Frente al mundo, el poeta invoca los valores más altos del espíritu, conjura a la burda materia y la enaltece con su mirada:

 

                        un sauce de cristal, un chopo de agua,

                        un alto surtidor que el viento arquea,

                        un árbol bien plantado mas danzante,

                        un caminar de río que se curva,

                        avanza, retrocede, da un rodeo

                        y llega siempre...

                                                           (vv. 1-6)

 

Fascinado por la belleza del entorno, el poeta descubre que la felicidad no puede atraparse: es fugaz. La imagen es plena, rotunda, reveladora: horas de luz que pican ya los pájaros,/presagios que se escapan de la mano... (vv. 21-22). La contraposición con la desdicha es valida. Ésta llega y petrifica todo. Lamentablemente ésta es parte de la realidad, el pago por la desobediencia ante los dioses (o ante Dios). El destierro del mítico Jardín del Edén involucra también al deterioro y la degradación física: estar supeditado al transcurrir del tiempo, a los cambios de substancia, como postulaba Aristóteles; sin embargo la figura de la mujer es capital. Previamente el fulgor que surge cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a elevar su voz. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención lujuriosa: mis miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. La figura de la mujer adopta un papel relevante: Musa, Creadora, advocación maligna. De la colegiala a la mujer plena, evocada por el poeta, hasta llegar la mujer decrépita, la pavorosa bruja en que se convierte la pareja cuando ocurre la desavenencia. La triple representación de la diosa madre, de acuerdo con la tesis de Graves, se advierte en este cántico revelador[2].

Estrofa tras estrofa, línea tras línea pueden destacarse las imágenes, al igual que las reflexiones sobre el mundo y la historia, sobre la existencia y su transitoriedad; la manera en que ese amor evocado se trastoca y termina por ser nada. La núbil, la amada inicial llega a metamorfosearse en un montón de ceniza y una escoba,/ un cuchillo mellado y un plumero,/ un pellejo colgado de unos huesos... (vv. 239-241).

La presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo –este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial– es, indudablemente, un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz. En este poema la reflexión también tiene lugar. Pero no es filosofía. Tampoco el poeta se yergue como un predicador: es simplemente un hombre sensible que observa al mundo con profundidad. Y le duele. Por lo tanto advierte que no hay víctima ni verdugo, puesto que en el mundo todo sucede: amores, frustraciones, incestos, sodomía, castidad, etc.

Las tragedias, los hechos sangrientos de la Historia no tienen sentido puesto que todo se transfigura y es sagrado. Pero, en verdad ¿nada tiene sentido? Paz se cuestiona: ¿no son nada los gritos de los hombres?/ ¿no pasa nada cuando pasa el tiempo? (vv. 487-488). Por supuesto que la realidad responde con su crudeza: todo es un simple parpadeo del sol, los muertos no pueden morirse de otra muerte. Las leyes, las cárceles, las iglesias, la política, la economía, la democracia son: “máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres/ al hombre de sí mismo” (vv.359-360). En cambio Pasado en claro (1975) es un recorrido por el interior del poeta, un atisbar por las diversas instancias álmicas a través, siempre, del lenguaje, considerado como “senda de piedras y de calores”

La búsqueda es no sólo en su nivel referencial y técnico (el discurso lírico como información, de ahí que la expresividad del contenido se bifurque “entre lo presentido y lo sentido”); en este orden de ideas el escritor asume sus diversas intenciones analógicas; metáforas y reiteraciones crean un sistema de espejos que revelan otro texto, como ocurre en El mono gramático (1975). Paz va al encuentro de sí mismo; ahí, justamente, “donde le lenguaje se desdice”. En este adentrarse por la memoria, el poeta observa su infancia. La vuelta hacia atrás es, desde luego, inaprensible (“es todas partes y ninguna parte, /las cosas son las mismas y son otras”), una paradoja resuelta por el transcurrir del tiempo, aunque este concepto, esta dimensión, no se haya inventado todavía (según la expresión utilizada por el poeta). Aquí se da “la identidad entre sus semejantes,/ la diferencia en sus contradicciones”, pero ¿qué es el tiempo sino “luz filtrada”? Paz se adensa y se transfigura en este instante para contemplar el paso de la historia, del mito, de las lecturas y se instala en ese país de nubes: la adolescencia. Esta visión, nostálgica, es fugaz pero intensa; las descripciones del tendejón, por ejemplo, crean una atmósfera melancólica, como el sepia de un daguerrotipo. Se advierte, además, otra visión desgarrada: la casa familiar.

El poeta descubre sus interioridades, sus raíces (¿la Raíz del hombre?); la madre e un “pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día”. La tía y el abuelo son referencias contenidas, frases hechas (“al hecho, pecho”, “blanda te sea”). En cambio la figura paterna se vuelca en un ritmo trepidante, quebrantada por el dolor:

 

                        “Del vómito a la sed,

                        atado al potro del alcohol,

                        mi padre iba y venía entre las llamas.

                        Por los durmientes y los rieles

                        de una estación de moscas y de polvo

                        Una tarde juntaos sus pedazos.

                        Yo nunca pude hablar con él.

                        Lo encuentro ahora en sueños,

                        esa borrosa patria de los muertos.

                        Hablamos siempre de otras cosas.

                        Mientras la casa se desmoronaba

                        yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza

                        entre escombros anónimos”.

                                                           (pp. 29-30)

 

A raíz de esta percepción desgarradora, la zona que recuerda el poeta es otra; inmerso en la soledad se vuelve un extraño “entre las vasta ruinas de la tarde”. Luego la reflexión sobre la existencia y la transitoriedad del ser humano (“el agua es fuego y en su tránsito/ nosotros somos sólo llamaradas”). Fantasmas, mensajeros, fragmentos de un discurso inacabado: eso son los hombres inmersos en la historia. El poeta ha dicho: “Túneles, galerías de la historia /¿sólo la muerte es puerta de salida? /El escape, quizás, es hacia adentro” (p. 38). Pero si existe la vida y la muerte, también sucede un tercer estado, que es la quietud misma, disuelta, “la plenitud vacía”, acaso una palabra “de dos filos, palabra entre dos huecos”. Esta revelación lleva al poeta a colegir que “Es Dios: /habita nombres que lo niegan”.

En 18 estrofas, que son igual número de zonas o estancias vitales, el poeta recorre su interioridad, determinando con precisión su actitud con respecto a su historia personal y la Historia (más objetiva). Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca observando el pretérito, un pasado transparente que estimula al poema. Hay imágenes intensas, brillantes; descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial; atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu: un recorrido a través de esa cadena lingüística que arroja sombras. Sí, otra vez la falibilidad del lenguaje, un discurso que se esculpe y se disipa. El poeta se reencuentra con el murmullo interior: el silencio. La conclusión es contundente: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”.

 


 

 



[1] Mixcoac, D. F. 1914–abril 19 de 1998. Durante el centenario de su natalicio (marzo 31 de 2014) el gobierno federal y otras instancias culturales abordaron su obra desde distintas perspectivas. La relectura del poeta provocó una serie de libros y ensayos que sin duda enriquecerán la discusión sobre su obra lírica, ensayística y política.
1 Véase Formas de hablar sublimes. Poesía y filosofía, Méx., 1990. Para el aspecto rítmico, El arte de la poesía, de Ezra Pound, Méx., 1970.
[2] El aspecto mítico se advierte con claridad: Circe que transforma a los hombres en cerdos o el hada Melusina de las historias medievales que se transformaba en serpiente durante la noche, Cf. Pere Gimferrer, Lecturas de Octavio Paz, Barcelona, 1980: 44-46

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