LAS ÍES BAJO LOS PUNTOS
DESTELLO DE ESCAMAS
De
pequeño guardaba los poemas que venían en las hojas desprendibles de los
calendarios que mi padre obsequiaba cada fin de año; tal vez ahí desarrollé el
gusto por la poesía o me nació el impulso por integrar antologías. O
seguramente advertí que me agradaba la belleza al contemplar los ojos dulces de
la niña rubia, que terminó siendo mi musa, La Musa. A veces hay que reinventar
el pasado, o vislumbrarlo con los ojos que ya no existen. Contemplar el pasado
es, a veces, volver al vacío, o reordenarlo y completarlo de otra manera. Y las
fechas son demasiado inasibles, son gotas que se van desecando y a veces se
congelan y terminan en la indiferencia. Aunque Cortázar decía que “el tiempo es un bichito
que anda y anda”. Y a veces es aplastado por la
impetuosidad de la vida, agregaría.
Lo que realmente es válido es la emoción,
ese escalofrío que recorre la columna cuando ya tienes el libro concretado y
los ojos del lector –tú mismo– descorren el velo interior. La poesía es un
eterno espejismo de emociones y locuras, que van eternizándose en la
combinación de sílabas breves y largas. Es la imagen que revela el concepto, a
través del silencio estremecedor, revelador.
Me sigue impactando el silencio que repercute
en las palabras, esa sonoridad que termina por llenar vacíos existenciales,
espirituales. El terror y la belleza conciliándose en ese territorio luminoso,
en ese espacio donde el Silencio termina por demolerte, eternizándose,
eternizándote. Rosa Montero
dice: “Las palabras son como peces
abisales que sólo te enseñan un destello de escamas entre las aguas negras”.
Eso también es el amor. O el dolor por
la tierra. La vida implica
sufrimiento, padecer la hostilidad del mundo. O contemplar y sentir el ansia,
el deseo de estar vivo. El poeta vive intensamente. Puede ofrecerte el Cielo. O
el Infierno. Creo que por eso se acuñó aquella tríada irlandesa del siglo XIII:
“Es mortal mofarse de un poeta, amar a un
poeta, ser un poeta”.
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