viernes, marzo 07, 2014


A CONTRACORRIENTES

BEGUINAS Y BEGARDOS

 

Por Óscar Wong

 

 

Cuando el papa-monje Gregorio VII instituye el celibato obligatorio de los sacerdotes, a pesar de la protesta de San Bernardo de Claraval, fundador de la orden del Cister, en la abadía occitana de Fontevrault las monjas leen y comentan el Cantar de Cantares. Durante ese siglo XII tuvieron lugar las cruzadas, nacimiento, apogeo y desaparición de la Orden del Temple, y donde prospera la herejía albigense; surge el culto mariano (Regina Coeli) y el ajedrez se modifica con la figura de la Reina, con libertad de movimientos. A comienzos del siglo XIII surgen las beguinas, una corriente mística-literaria que tiene singular importancia en la cultura occidental: las beguinas, esas mujeres que, a través de la revelación, consiguieron lo que muchos teólogos realizaron a través del estudio y la meditación.

Desde el ámbito social, es el primer movimiento feminista en Europa, puesto que monjas y seglares fueron quienes establecieron las primeras casas de asistencia para mujeres. Perseguidas por la Inquisición, benedictinas y beguinas fueron llevadas a la horca y a la hoguera, pese a ello "Dios manifestó su poder por medio del sexo débil, en aquellas siervas a las que coló con espíritu profético". El nombre cátaro dado a las místicas errantes (la Crónica de Morosini, de 1429, indica que incluso Juana de Arco fue una beguina), señala que “el término beguina proviene de beguin, palabra que designaba un gorro de lana usado por los místicos errantes de la Iglesia del Amor de los herejes cátaros” (Cf. Luis G. de la Cruz, op. cit.:17).

“La figura femenina ocupa el centro de los altares como objeto de culto y devoción; desarrolla una intensa vida espiritual como religiosa ortodoxa o como mística heterodoxa, tanto en los conventos como por libre; se convierte en la Domina del juego de ajedrez y en la clave del misterio que rodea al Santo Grial” (op. cit.: 19) [“... en provenzal la palabra Grasal designa a un vaso de piedra y este significado del término en la lengua de Oc funde los dos sentidos antes mencionados del término Grial –la piedra caída del cielo y el vaso o recipiente–  en un único objeto mágico”] (op. cit., ibid.). Denis de Rougemont, en El amor y Occidente, encuentra temas comunes a los trovadores provenzales del siglo XII: la mística unitiva (fusión del alma y de la divinidad) y la mística epitalámica (matrimonio del alma y de Dios).

El autor observa que el misticismo, en primera instancia, es una desviación del amor humano, puesto que la pasión mortal remite a la sexualidad. “La primera mirada de los amantes, la que cambiará toda su vida, corresponde al primer toque del amor divino, a la conversión del cristiano” (Cf. El amor y Occidente, 1984: 342). Luego explica la Encarnación del Verbo, precisando: “La herejía de los cátaros consistía en idealizar todo el Evangelio y en considerar a todo el amor, bajo todas sus formas, como un impulso exterior al mundo creado. Esa huida hacia lo divino –o <<entusiasmo>>– esa transgresión de los límites de lo humano, finalmente irrealizable, debía traducirse y traicionarse de una manera fatal en una exaltación en términos divinos del amor sexual” (op. cit.: 157).

Según el maestro Johann Eckhart (Turingia, Alemania, ca. 1260-1327), el hombre encuentra a Dios en la parte íntima del alma. En su Doctrina del desasimiento o renunciación (dejarlo todo para poseer todas las cosas: poseer nada equivale a tenerlo todo), demanda la individualidad espiritual de las creaturas y de Dios: “Sólo renunciando al sí mismo se puede acceder al otro, tanto a Dios como al prójimo” (Maestro Eckhart, Tratados y sermones, 1998: 14). Las reflexiones del maestro Eckhart –podemos ser Dios, o Dios con Dios– pusieron en riesgo el pensamiento de las místicas medievales Hildegarda de Bingen (1098-1179), Matilde de Magdeburgo (1207/1210-1282/1294), Beatriz de Nazaret (1200-1268), Hadewijch de Amberes (hacia 1240) y Margarita Porete o Margarita de Hainaut (quemada viva en París en 1310).

Recordemos que en la Edad Media la disputa ideológica-filosófica se presenta entre la razón y la fe, aunque las monjas benedictinas (Hildegarda de Bingen y Beatriz de Nazaret) y las beguinas (Matilde de Magdeburgo, Hadewijch de Amberes y Margarita Porte), frente a teólogos y filósofos escolásticos exponen esa primacía del amor sobre el intelecto, cuya voluntad está íntegramente impregnada de contemplación. La mística del amor o Minnemystik, es diferente a la mística del ser o mística especulativa (Wesenmystik), que parte de la tradición agustiniana.

En la obra Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, Georgette Epiney-Burgard y Emilie Zum Brunn reflexionan sobre dos temas fundamentales: 1.- “la historia perdida de la cristiandad femenina” y 2.- la operación alquímica por medio de la cual las beguinas transmutan el amor cortés en una esencia más valiosa: la del Amor eterno. Abadesas y beguinas supieron conservar la herencia mística –la supremacía del amor– olvidada o desnaturalizada por teólogos y escolásticos.

La pugna no es entre la razón y fe, que se vuelven una, sino entre razón y amor. Es interesante la visión que presenta Peter Dronke pues las fuentes que utiliza –escritos y testimonios– van desde c. 200 hasta c. 1300 d C. Textos anónimos en latín (siglo III), provenzal (siglos XII-XIII), catalán (siglo XIII) e incluso poemas en francés antiguo, enriquecen el volumen, que va “desde Perpetua, mártir e el circo de Cartago en el año 201, hasta Margarita Porete, ejecutada en París en 1310” y se ocupa de algunos procesos inquisitoriales contra los cátaros [siglo XII] (Cf. Las escritoras de la Edad Media, 1994)

Para las beguinas “como para todo contemplativo auténtico, lo importante es, ante todo, ser pasivo y no activo respecto a Dios. Es esta pasividad la que simplifica el alma, liberándola de sus deseos múltiples –por santos y espirituales que puedan ser– y uniéndolas a Dios, en el no querer que es el querer de él solo. Ésta nos parece la característica más profunda –a veces desconocida– de la mística occidental, tal como fue transmitida, de eslabón a eslabón, a partir de los Padres griegos hasta Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. Éste último, que cantó el encuentro del alma con Dios en la noche de Amor, nos pone en guardia contra la ilusión de las <<buenas>> acciones, en tanto el alma no es verdaderamente receptiva a Dios y se ha transformado en él (Cf. Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval, 1988: 216).

            Frente a la Mística del Ser, o mística especulativa (Wesenmystik), que a través de la razón procura determinar los predicados de Dios, la Mística del Amor (Minnemystik), exalta el simbolismo del amor cortés que se fusiona con la expresión metafísica del amor a Dios (En esencia, Aristóteles y el primer motor inmóvil –teoría de la substancia– subyacen en estos argumentos ontológicos. La escolástica y la metafísica están presentes). Hay un lirismo erótico en las relaciones del alma con el >Verbo Divino. La revolución espiritual de la época se explica por la conciencia de la soledad del alma con Dios y de su libertad intangible. Por eso las beguinas –auténticas poetas o trobairitz– crean una lengua para traducir sus expresiones apasionadas. El amor se convierte en conocimiento y el alma llega a <<ser Dios en Dios>>, pese a la amenaza de la hoguera.

 


 

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