TEXTOS RELIGIOSOS SOBRE LA PASIÓN
Por Óscar Wong
Esta es la
segunda charla sobre literatura “sacra”, precisamente sobre la aprehensión,
proceso, martirio y crucifixión del autollamado Hijo del Hombre, abordando los
textos populares producidos sobre todo en México. No pretendo, por supuesto,
repetirme, aunque es válido retomar algunos conceptos, necesarios para abordar
el tema que ahora nos congrega: los textos religiosos sobre la Pasión.
De
antemano convenimos en que el aspecto sagrado, o santificado, involucra el
culto divino, el respeto por los símbolos, mientras que el término profano
alude a quien no respeta estas creencias (un hereje es aquel que se aparta de
raíz de estas expresiones). La otra precisión corresponde a la mística, asumida
como esa corriente literaria cuyos representantes son, precisamente, San Juan
de la Cruz y Santa Teresa de Ávila; también se acepta el vocablo en el sentido
de cómo a nivel personal las personas se las arreglan con la Divinidad. El otro
rasgo admite las reflexiones filosóficas (“la mística del ser”) a través de la
teología y los que a nivel de revelación conocen el aspecto teologal (“mística
del amor”), cuyos representantes son, precisamente, beguinas y begardos[1]
(por ahora no me interesa acercarme a la mística del sufrimiento, con sus
flagelos y demás mecanismos “devocionales”).
Robert Graves recuerda la etimología de la palabra religión, precisando
que Cicerón la relaciona con religare (“leer debidamente”, “escudriñar o
estudiar” el saber divino). San Agustín determina el vocablo religar, en
su acepción de “volver a atar”, mientras que Lucrecio, en De Rerum Nature,
señala que religio (que deriva de la locución rem legere) significa “elegir, escoger lo debido”. El poeta inglés destaca además que
entre griegos y romanos primitivos era un medio de proteger a la tribu contra
el mal. “Estaba a cargo del sacerdocio de mentalidad mágica, cuyo deber
consistía en indicar qué acción agradaría a los dioses en ocasiones
peculiarmente favorables o desfavorables” (Cf.
La diosa blanca: 652). En Roma se
vinculaba con la monarquía sagrada: 12 sacerdotes, llamados lectores o
electores, protegían al rey contra la mala suerte.
La relictio o “lectura cuidadosa” de señales y la selectio
de sus armas, vestidos y alimentos eran sus tareas. Cabe señalar que ley, lex,
significa “palabra elegida”. Para quienes estamos interesados por el asunto
literario, es comprensible registrar ese vínculo estrecho entre albigenses y
trovadores provenzales del
siglo XII, en el sur de Francia, como reflexiona Denis de Rougemont (Cf. Amor y Occidente, 1938) y porque ello generó
un vasto movimiento lírico cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días. La
tradición bárdica es tan importante, que a la fecha se delibera sobre la
relación entre poeta, musa e inspiración. La dueña, la dómine, la Señora, como
el centro de todo. El autor
suizo exterioriza un concepto substancial para nuestro tema: “Amor es pasión y pasión significa
sufrimiento”. Por ende, la Pasión de Jesús representa el padecimiento del
Hijo del Hombre, como Joshua Ben Joseph se autoproclamaba.
Mito y leyenda se
interrelacionan. Fe y devoción se arraigan en el ámbito etiológico. Poesía y
tradición popular se conjugan para establecer, y penetrar, en la liturgia de
las diversas corrientes cristianas, pero que finalmente permean en el
comportamiento de la sociedad occidental. Al igual que el mito de la
Diosa madre, que requiere de su consorte –el rey sagrado que se ofrece en
sacrificio–, el Poeta necesita de una Musa, que no es más que la Luna o la
Mujer simbolizada por ésta. Cabe resaltar que en Cuarto Creciente representa a
la niña, a la doncella, a la núbil, a la virgen. La Luna Llena o Nueva de
primavera caracteriza a la mujer fértil, a la mujer en su plenitud, mientras
que en Cuarto Menguante significa a la anciana sabia, a la enferma y a la
muerte. Para clarificar el aspecto de la Musa, basta señalar que en un
principio la Mujer detentaba los medios de producción en los sistemas
agrícolas. Las mujeres eran sacerdotisas de la Diosa madre, cuyo consorte era el
rey sagrado o regente. El rey era, además, contrahecho, porque se le
descoyuntaba la pierna, cojeaba. Este rey moría devorado para ofrendar sus
atributos a quienes lo comían (recuérdese la liturgia católica, la comunión, la
hostia que es el cuerpo de Dios, el vino que es su sangre. De ahí también los
sacrificios humanos. Jesús es un dios vivo).
Históricamente, cuando Juliano rearma las creencias religiosas, en el año
408 d. C., se establece la caída de la divinidad femenina. María, esposa de
José, asume en Éfeso su condición de teotokos,
madre de Dios, de Jesús divinizado. Por ende, el actual diezmo de algunas
iglesias representa las antiguas ofrendas a la Diosa madre. El rito mariano es,
desde luego, parte de la expresión de la Musa de los Poetas. Curiosamente el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854,
en su bula Ineffabilis Deus acepta la concepción sin mácula de María e instituye esta festividad.
Del Nuevo Testamento,
consignado en La Biblia
(73 libros en la Nácar
Colunga ), vale la pena destacar a los cuatro amanuenses,
quienes redactaron los documentos conocidos como los Evangelios: Mateos
(publicano, quien cobraba impuestos, escribió en arameo; aunque solo se
conserva la traducción griega). Marcos (originario de Jerusalén, de familia
acomodada, escribió en Roma desde el 55 al 61; abandona la ciudad en el año 64
antes de la persecución de Nerón. Su
participación es en griego vulgar); Lucas (médico, originario de Antioquía;
hablaba griego, redactó su Evangelio hacia el año 60) y, por último, Juan (de
Galilea, hermano de Santiago el mayor; escribe en griego o arameo en la ciudad
de Éfeso a finales del siglo I. Es el único testigo de la crucifixión). Según
el Pbro. Agustín Magaña Méndez, Mateos, Marcos y Lucas registran un esquema
similar: exponen los hechos casi con las mismas palabras y dimensiones; en
cambio el cuarto evangelio asume otras particularidades: es más vivo, más
apasionado. De 1070 versículos en Mateos, 330 son propios, 330-370 son
comunes con Marcos y Lucas; 170-180 solo con Marcos y 30-240 solo con Lucas.
Desde mi perspectiva personal, el Evangelio de Juan es el que reúne las
condiciones necesarias para ser determinado en tanto crónica, puesto que
testifica los acontecimientos de manera directa. Jesús es el centro de lo que
el evangelista testimonia. Es más personal, doctrinario, y además revela un
conocimiento espiritual, esotérico y va más allá del simple hecho de narrar lo
acontecido. El de Lucas es el documento de un letrado, de alguien que se
preocupa por exponer con objetividad los acontecimientos que le relataron y que
investigó en documentos y testimonios. De los 667 versículos de Marcos, 68 son
originales, 330-370 son compartidos con Mateos y Lucas, 170-180 solo con Mateos
y 50 con Lucas. En el caso de éste, de sus 1158 versículos, 541 son
particulares, 330-340 comunes con Mateos y Marcos. Los restantes evangelios
canónicos son especialmente parcos en este tipo de noticias; el de Marcos sólo
indica que "el velo del templo se partió en dos partes de arriba
abajo" (15, 38), el de Lucas que "las tinieblas cubrieron toda la
tierra hasta la hora de nona, obscurecióse el sol y el velo del templo se rasgó
por medio" (23, 44-45), en tanto que el de San Juan nada dice al respecto
(Nuevo Testamento, trad. Eloíno Nácar
Fuster y Alberto Colunga Cueto, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970:
127-128, apud Vicente García de
Diego, Antología de leyendas de la
literatura universal, Barcelona, Labor, 1958, vol. I: 22). Un episodio de
esta magnitud –aprehensión, martirio, muerte y resurrección de Jesús– y la
entronización del cristianismo, con el apoyo de los emperadores europeos, ha
repercutido en cuentos y relatos, poemas y cantares.
Los siglos de Oro en España son una
muestra de ello, las coplas populares españolas y las famosas saetas
sevillanas, son capitales. En la liturgia católica, se indican esa oraciones
pequeñas, rápidas, que dirigen el profundo sentimiento hacia Dios, conocidas
como Jaculatorias (vocablo que significa "lanzar una palabra" como si
fuese una flecha veloz para que llegue al corazón de la Divinidad) y que
mantiene al devoto en contacto permanente con la misma. La lírica popular
articula una serie de rezos, himnos y poemas cuya sonoridad responde a un
esquema establecido: para cantar una
historia se recurren al verso octosilábico, como en los romances y corridos
mexicanos. Un himno responde a una métrica decasílaba, como el canto a la Guadalupana , por
ejemplo. Son obras sin demasiada intención estética, sólo postulan un esquema
doctrinal. Sin embargo, en un soneto que algunos autores lo atribuyen a Fray
Miguel de Guevara (1585-1646), religioso y filólogo novohispano, se observa un
contenido argumentativo, que revela una postura cátara: amar a Dios por sobre
todas las cosas, independientemente del dogma de fe. Recordemos esos dos cuartetos
y dos tercetos harto conocidos, aunque heréticos:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el
cielo que me tienes prometido,
ni
me mueve el infierno tan temido
para
dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme
el ver tu cuerpo tan herido;
muevenme
tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera
que,
aunque no hubiera cielo, yo te amara
y,
aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
porque,
aunque lo que espero no esperara,
lo
mismo que te quiero te quisiera.
Pero el ejemplo anterior corresponde al siglo XVII. En el México
contemporáneo, Los Ejercicios populares
del Viacrucis y de las Siete Palabras, postulan simplemente el ámbito
devocional; ahí, con sencillez, se da cuenta de lo siguiente:
“Sentado en el tribunal
da
Pilatos la sentencia,
condenando
a la inocencia
y
absolviendo al criminal.
Si
por respetos humanos
en
la tentación consiento,
le
doy a Jesús tormento,
aunque
me lave las manos”
Por supuesto que estas cuartetas,
cuya rima es abba, buscan cumplir con
la métrica y la asonancia; aunque descuida la perspectiva estética. Son
periféricos, sin tocar la categoría de lo sublime. Veamos otro ejemplo claro de
lo que se indica:
“Pecador, mira a Jesús
con
la cruz que le has cargado,
que
te dice lastimado:
tus
pecados son mi Cruz.
Que
en mí no haya voluntad
hacia
lo que el mundo admira
porque
en él todo es mentira
y
sólo amarte es verdad”.
Los textos cumplen únicamente con la expresión pía. En el terreno de la
lírica, los temas y contenidos son relevantes: destacan esa voluntad estética y
originalidad expresiva como acto constitutivo de valor. Lo sublime, como
sentimiento de belleza profunda, acompañado de una sensación de estremecimiento
y que infunde respeto, no se encuentran en estos ejemplos: lo bello, desde
luego, engendra amor.
En cambio Vía matris (La
Santísima Virgen
vuelve desde el sepulcro a su casa), de L. C. Flores Mateos, S. J., concibe
16 poemas octosílabos arromanzados. Es decir: 2º. y 4º vv. son asonantados,
mientras que el 1º y 3º vv. van libres. Aquí ya hay cierta preocupación por el
contenido, expresado con más recursos literarios:
CUANDO JESÚS RECIBIÓ LA CRUZ
Sobre sus hombros pusieron
el leño de la
victoria.
Él, carpintero,
sabía
de maderas
olorosas.
Y
la levantó triunfante,
como
levanta a su esposa
el
amante enamorado
en
la noche de sus bodas.
¿Aborrecerla
o amarla?
En
esta vía dolorosa,
la
cruz se clavó por siempre
en
mi corazón, muy honda.
Cruz de Jesús y del hombre,
divina
cruz redentora,
ligero
yugo amoroso,
¡puente
que lleva a la Gloria!
(p. 27)
La Poesía es Revelación, sensibilidad, emoción. Pero también es producto
de la inteligencia. En este equilibrio reside, justamente, su peculiaridad y
energía, su dinámica interna: la
Poesía no puede concebirse como el simple ejercicio
escritural. Una condición adámica: designar a las cosas, proclamar las
emociones, lo cual no ocurre en este tipo de expresiones. Otro ejemplo del
mismo folleto, con estrofas octosilábicas de seis versos, cuya rima responde a
2º, 4º. y 6o vv.:
CUANDO
CONDENARON A MUERTE A JESÚS
Anda suelto en
la ciudad
un
sedicioso homicida.
Mi
Hijo pagó el rescate
con
su corona de espinas
y,
porque nada faltara,
ofreció
vida por vida.
Pilatos quiso lavar
con
agua su cobardía
y
su nombre, para siempre,
se
quedará como estigma
de
quien, por temor al mundo,
al mismo Dios crucifica.
Ahora, frente al Pretorio,
la
plaza duerme vacía.
Un
agrio remordimiento
en
las conciencias vigila.
-¿Resucitará?...,
preguntan.
Sólo
yo sufro tranquila.
Sólo yo… Mis compañeras,
las
dulces, fieles Marías,
quieren
llevar al sepulcro,
el
domingo, aceite y mirra.
Yo
seré, en el mundo a oscuras,
la
sola luz encendida.
(p.
29)
Como puede advertirse, ya hay más preocupación por la forma, incluso hay
encabalgamientos. Y la voz, por supuesto, imita la voz femenina. María habla y
se califica como única luz encendida.
Sin embargo, a diferencia de las coplas populares y saetas del pueblo
español, la poesía popular religiosa de México no consigue impactar la esfera
estética. Lo cual, desde luego, lamento, acaso por ignora que el Poeta descubre
una nueva existencia a través de la emoción profunda y la revela –es decir, instaura la contemplación, según
Heidegger– con todos los medios verbales posibles; esta es su función social (si queremos utilizar
esta expresión más cómoda y usual para todos). El Poema no es el simple
conjunto de líneas resonantes, sino un estado de ánimo profundo, una imagen
develadora que condensa la conducta cotidiana, por lo que entramos en el ámbito
de la Revelación.
Pensamiento emocional, vivencia exaltada y cántico significado asumiendo
un valor, una categoría universal, a través del corpus semántico-sonoro… lo cual
se soslaya en la expresión popular mexicana. Insisto: el propósito solamente es
devocional, utilizando algunos elementos literarios. El rango estético
determina que, previamente, hay una emoción, un estremecimiento profundo, que
explota y se apodera y otorga nuevo significado a la Palabra. Por ende, la Poesía es, indiscutiblemente,
la expresión rítmica, acertada, de esa emoción primaria. Percepción y emoción
se dan la mano para reflejar este pensamiento
original determinado como Poema y enriquecer la realidad.
México, D. F. abril 17 de 2014
[1] El árreton, lo inefable, representa el
aspecto denominado santo, lo cual implica un asunto moral: y aquí podríamos
precisar que la bondad perfecta, la bondad suma, nos lleva al conocimiento
sensible, concepto derivado de lo numinoso (omen,
ominoso; lumen), que a su vez
determina su aspecto semítico: gadosh,
hagios, sanctus (Cf. Rudolf Otto, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la
idea de Dios, Madrid, 1983)
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