domingo, abril 20, 2014


TEXTOS RELIGIOSOS SOBRE LA PASIÓN

 

Por Óscar Wong

 

Esta es la segunda charla sobre literatura “sacra”, precisamente sobre la aprehensión, proceso, martirio y crucifixión del autollamado Hijo del Hombre, abordando los textos populares producidos sobre todo en México. No pretendo, por supuesto, repetirme, aunque es válido retomar algunos conceptos, necesarios para abordar el tema que ahora nos congrega: los textos religiosos sobre la Pasión.

                De antemano convenimos en que el aspecto sagrado, o santificado, involucra el culto divino, el respeto por los símbolos, mientras que el término profano alude a quien no respeta estas creencias (un hereje es aquel que se aparta de raíz de estas expresiones). La otra precisión corresponde a la mística, asumida como esa corriente literaria cuyos representantes son, precisamente, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila; también se acepta el vocablo en el sentido de cómo a nivel personal las personas se las arreglan con la Divinidad. El otro rasgo admite las reflexiones filosóficas (“la mística del ser”) a través de la teología y los que a nivel de revelación conocen el aspecto teologal (“mística del amor”), cuyos representantes son, precisamente, beguinas y begardos[1] (por ahora no me interesa acercarme a la mística del sufrimiento, con sus flagelos y demás mecanismos “devocionales”).

Robert Graves recuerda la etimología de la palabra religión, precisando que Cicerón la relaciona con religare (“leer debidamente”, “escudriñar o estudiar” el saber divino). San Agustín determina el vocablo religar, en su acepción de “volver a atar”, mientras que Lucrecio, en De Rerum Nature, señala que religio (que deriva de la locución rem legere) significa “elegir, escoger lo debido”. El poeta inglés destaca además que entre griegos y romanos primitivos era un medio de proteger a la tribu contra el mal. “Estaba a cargo del sacerdocio de mentalidad mágica, cuyo deber consistía en indicar qué acción agradaría a los dioses en ocasiones peculiarmente favorables o desfavorables” (Cf. La diosa blanca: 652). En Roma se vinculaba con la monarquía sagrada: 12 sacerdotes, llamados lectores o electores, protegían al rey contra la mala suerte.

La relictio o “lectura cuidadosa” de señales y la selectio de sus armas, vestidos y alimentos eran sus tareas. Cabe señalar que ley, lex, significa “palabra elegida”. Para quienes estamos interesados por el asunto literario, es comprensible registrar ese vínculo estrecho entre albigenses y trovadores provenzales del siglo XII, en el sur de Francia, como reflexiona Denis de Rougemont (Cf. Amor y Occidente, 1938) y porque ello generó un vasto movimiento lírico cuyas repercusiones llegan hasta nuestros días. La tradición bárdica es tan importante, que a la fecha se delibera sobre la relación entre poeta, musa e inspiración. La dueña, la dómine, la Señora, como el centro de todo. El autor suizo exterioriza un concepto substancial para nuestro tema: “Amor es pasión y pasión significa sufrimiento”. Por ende, la Pasión de Jesús representa el padecimiento del Hijo del Hombre, como Joshua Ben Joseph se autoproclamaba.

Mito y leyenda se interrelacionan. Fe y devoción se arraigan en el ámbito etiológico. Poesía y tradición popular se conjugan para establecer, y penetrar, en la liturgia de las diversas corrientes cristianas, pero que finalmente permean en el comportamiento de la sociedad occidental. Al igual que el mito de la Diosa madre, que requiere de su consorte –el rey sagrado que se ofrece en sacrificio–, el Poeta necesita de una Musa, que no es más que la Luna o la Mujer simbolizada por ésta. Cabe resaltar que en Cuarto Creciente representa a la niña, a la doncella, a la núbil, a la virgen. La Luna Llena o Nueva de primavera caracteriza a la mujer fértil, a la mujer en su plenitud, mientras que en Cuarto Menguante significa a la anciana sabia, a la enferma y a la muerte. Para clarificar el aspecto de la Musa, basta señalar que en un principio la Mujer detentaba los medios de producción en los sistemas agrícolas. Las mujeres eran sacerdotisas de la Diosa madre, cuyo consorte era el rey sagrado o regente. El rey era, además, contrahecho, porque se le descoyuntaba la pierna, cojeaba. Este rey moría devorado para ofrendar sus atributos a quienes lo comían (recuérdese la liturgia católica, la comunión, la hostia que es el cuerpo de Dios, el vino que es su sangre. De ahí también los sacrificios humanos. Jesús es un dios vivo).

Históricamente, cuando Juliano rearma las creencias religiosas, en el año 408 d. C., se establece la caída de la divinidad femenina. María, esposa de José, asume en Éfeso su condición de teotokos, madre de Dios, de Jesús divinizado. Por ende, el actual diezmo de algunas iglesias representa las antiguas ofrendas a la Diosa madre. El rito mariano es, desde luego, parte de la expresión de la Musa de los Poetas. Curiosamente el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus acepta la concepción sin mácula de María e instituye esta festividad.

Del Nuevo Testamento, consignado en La Biblia (73 libros en la Nácar Colunga), vale la pena destacar a los cuatro amanuenses, quienes redactaron los documentos conocidos como los Evangelios: Mateos (publicano, quien cobraba impuestos, escribió en arameo; aunque solo se conserva la traducción griega). Marcos (originario de Jerusalén, de familia acomodada, escribió en Roma desde el 55 al 61; abandona la ciudad en el año 64 antes de la persecución de Nerón. Su participación es en griego vulgar); Lucas (médico, originario de Antioquía; hablaba griego, redactó su Evangelio hacia el año 60) y, por último, Juan (de Galilea, hermano de Santiago el mayor; escribe en griego o arameo en la ciudad de Éfeso a finales del siglo I. Es el único testigo de la crucifixión). Según el Pbro. Agustín Magaña Méndez, Mateos, Marcos y Lucas registran un esquema similar: exponen los hechos casi con las mismas palabras y dimensiones; en cambio el cuarto evangelio asume otras particularidades: es más vivo, más apasionado. De 1070 versículos en Mateos, 330 son propios, 330-370 son comunes con Marcos y Lucas; 170-180 solo con Marcos y 30-240 solo con Lucas.

Desde mi perspectiva personal, el Evangelio de Juan es el que reúne las condiciones necesarias para ser determinado en tanto crónica, puesto que testifica los acontecimientos de manera directa. Jesús es el centro de lo que el evangelista testimonia. Es más personal, doctrinario, y además revela un conocimiento espiritual, esotérico y va más allá del simple hecho de narrar lo acontecido. El de Lucas es el documento de un letrado, de alguien que se preocupa por exponer con objetividad los acontecimientos que le relataron y que investigó en documentos y testimonios. De los 667 versículos de Marcos, 68 son originales, 330-370 son compartidos con Mateos y Lucas, 170-180 solo con Mateos y 50 con Lucas. En el caso de éste, de sus 1158 versículos, 541 son particulares, 330-340 comunes con Mateos y Marcos. Los restantes evangelios canónicos son especialmente parcos en este tipo de noticias; el de Marcos sólo indica que "el velo del templo se partió en dos partes de arriba abajo" (15, 38), el de Lucas que "las tinieblas cubrieron toda la tierra hasta la hora de nona, obscurecióse el sol y el velo del templo se rasgó por medio" (23, 44-45), en tanto que el de San Juan nada dice al respecto (Nuevo Testamento, trad. Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colunga Cueto, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1970: 127-128, apud Vicente García de Diego, Antología de leyendas de la literatura universal, Barcelona, Labor, 1958, vol. I: 22). Un episodio de esta magnitud –aprehensión, martirio, muerte y resurrección de Jesús– y la entronización del cristianismo, con el apoyo de los emperadores europeos, ha repercutido en cuentos y relatos, poemas y cantares.

            Los siglos de Oro en España son una muestra de ello, las coplas populares españolas y las famosas saetas sevillanas, son capitales. En la liturgia católica, se indican esa oraciones pequeñas, rápidas, que dirigen el profundo sentimiento hacia Dios, conocidas como Jaculatorias (vocablo que significa "lanzar una palabra" como si fuese una flecha veloz para que llegue al corazón de la Divinidad) y que mantiene al devoto en contacto permanente con la misma. La lírica popular articula una serie de rezos, himnos y poemas cuya sonoridad responde a un esquema establecido: para cantar una historia se recurren al verso octosilábico, como en los romances y corridos mexicanos. Un himno responde a una métrica decasílaba, como el canto a la Guadalupana, por ejemplo. Son obras sin demasiada intención estética, sólo postulan un esquema doctrinal. Sin embargo, en un soneto que algunos autores lo atribuyen a Fray Miguel de Guevara (1585-1646), religioso y filólogo novohispano, se observa un contenido argumentativo, que revela una postura cátara: amar a Dios por sobre todas las cosas, independientemente del dogma de fe. Recordemos esos dos cuartetos y dos tercetos harto conocidos, aunque heréticos:

                        No me mueve, mi Dios, para quererte

                        el cielo que me tienes prometido,

                        ni me mueve el infierno tan temido

                        para dejar por eso de ofenderte.

 

                        Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

                        clavado en una cruz y escarnecido;

                        muéveme el ver tu cuerpo tan herido;

                        muevenme tus afrentas y tu muerte.

 

                        Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera

                        que, aunque no hubiera cielo, yo te amara

                        y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

 

                        No me tienes que dar porque te quiera;

                        porque, aunque lo que espero no esperara,

                        lo mismo que te quiero te quisiera.

 

Pero el ejemplo anterior corresponde al siglo XVII. En el México contemporáneo, Los Ejercicios populares del Viacrucis y de las Siete Palabras, postulan simplemente el ámbito devocional; ahí, con sencillez, se da cuenta de lo siguiente:

                        Sentado en el tribunal

                        da Pilatos la sentencia,

                        condenando a la inocencia

                        y absolviendo al criminal.

 

                        Si por respetos humanos

                        en la tentación consiento,

                        le doy a Jesús tormento,

                        aunque me lave las manos”

 

            Por supuesto que estas cuartetas, cuya rima es abba, buscan cumplir con la métrica y la asonancia; aunque descuida la perspectiva estética. Son periféricos, sin tocar la categoría de lo sublime. Veamos otro ejemplo claro de lo que se indica:

 

                        Pecador, mira a Jesús

                        con la cruz que le has cargado,

                        que te dice lastimado:

                        tus pecados son mi Cruz.

 

                        Que en mí no haya voluntad

                        hacia lo que el mundo admira

                        porque en él todo es mentira

                        y sólo amarte es verdad”.

 

Los textos cumplen únicamente con la expresión pía. En el terreno de la lírica, los temas y contenidos son relevantes: destacan esa voluntad estética y originalidad expresiva como acto constitutivo de valor. Lo sublime, como sentimiento de belleza profunda, acompañado de una sensación de estremecimiento y que infunde respeto, no se encuentran en estos ejemplos: lo bello, desde luego, engendra amor.

En cambio Vía matris (La Santísima Virgen vuelve desde el sepulcro a su casa), de L. C. Flores Mateos, S. J., concibe 16 poemas octosílabos arromanzados. Es decir: 2º. y 4º vv. son asonantados, mientras que el 1º y 3º vv. van libres. Aquí ya hay cierta preocupación por el contenido, expresado con más recursos literarios:

 

                        CUANDO JESÚS RECIBIÓ LA CRUZ

 

                        Sobre sus hombros pusieron

el leño de la victoria.

Él, carpintero, sabía

de maderas olorosas.

 

                        Y la levantó triunfante,

                        como levanta a su esposa

                        el amante enamorado

                        en la noche de sus bodas.

 

                        ¿Aborrecerla o amarla?

                        En esta vía dolorosa,

                        la cruz se clavó por siempre

                        en mi corazón, muy honda.

 

                        Cruz de Jesús y del hombre,

                        divina cruz redentora,

                        ligero yugo amoroso,

                        ¡puente que lleva a la Gloria!

(p. 27)

 

La Poesía es Revelación, sensibilidad, emoción. Pero también es producto de la inteligencia. En este equilibrio reside, justamente, su peculiaridad y energía, su dinámica interna: la Poesía no puede concebirse como el simple ejercicio escritural. Una condición adámica: designar a las cosas, proclamar las emociones, lo cual no ocurre en este tipo de expresiones. Otro ejemplo del mismo folleto, con estrofas octosilábicas de seis versos, cuya rima responde a 2º, 4º. y 6o vv.:

 

CUANDO CONDENARON A MUERTE A JESÚS

 

Anda suelto en la ciudad

                        un sedicioso homicida.

                        Mi Hijo pagó el rescate

                        con su corona de espinas

                        y, porque nada faltara,

                        ofreció vida por vida.

 

                        Pilatos quiso lavar

                        con agua su cobardía

                        y su nombre, para siempre,

                        se quedará como estigma

                        de quien, por temor al mundo,

                        al mismo Dios crucifica.

                        Ahora, frente al Pretorio,

                        la plaza duerme vacía.

                        Un agrio remordimiento

                        en las conciencias vigila.

                        -¿Resucitará?..., preguntan.

                        Sólo yo sufro tranquila.

 

                        Sólo yo… Mis compañeras,

                        las dulces, fieles Marías,

                        quieren llevar al sepulcro,

                        el domingo, aceite y mirra.

                        Yo seré, en el mundo a oscuras,

                        la sola luz encendida.

                                                           (p. 29)

Como puede advertirse, ya hay más preocupación por la forma, incluso hay encabalgamientos. Y la voz, por supuesto, imita la voz femenina. María habla y se califica como única luz encendida.

Sin embargo, a diferencia de las coplas populares y saetas del pueblo español, la poesía popular religiosa de México no consigue impactar la esfera estética. Lo cual, desde luego, lamento, acaso por ignora que el Poeta descubre una nueva existencia a través de la emoción profunda y la revela –es decir, instaura la contemplación, según Heidegger– con todos los medios verbales posibles; esta es su función social (si queremos utilizar esta expresión más cómoda y usual para todos). El Poema no es el simple conjunto de líneas resonantes, sino un estado de ánimo profundo, una imagen develadora que condensa la conducta cotidiana, por lo que entramos en el ámbito de la Revelación.

Pensamiento emocional, vivencia exaltada y cántico significado asumiendo un valor, una categoría universal, a través del corpus semántico-sonoro… lo cual se soslaya en la expresión popular mexicana. Insisto: el propósito solamente es devocional, utilizando algunos elementos literarios. El rango estético determina que, previamente, hay una emoción, un estremecimiento profundo, que explota y se apodera y otorga nuevo significado a la Palabra. Por ende, la Poesía es, indiscutiblemente, la expresión rítmica, acertada, de esa emoción primaria. Percepción y emoción se dan la mano para reflejar este pensamiento original determinado como Poema y enriquecer la realidad.

La Poesía tiene varios registros, diversas vertientes y expresiones, pero por sobre todas las cosas es la memoria anticipada, una evocación de alegría; significa la dicha evidente de respirar. La imagen poética tiene, en cierta forma, una doble función: por un lado se enriquece con un onirismo nuevo y por el otro ofrece otra significación lúdica. Ahí reside, justamente, lo que se denomina originalidad. Es, también, el Silencio mismo que florece y que libera. La imagen literaria, la expresión poética, revive y reivindica la dimensión espiritual, lo cual, reitero, no acontece a plenitud en los textos populares mexicanos.

 

México, D. F. abril 17 de 2014


 

 

 



[1] El árreton, lo inefable, representa el aspecto denominado santo, lo cual implica un asunto moral: y aquí podríamos precisar que la bondad perfecta, la bondad suma, nos lleva al conocimiento sensible, concepto derivado de lo numinoso (omen, ominoso; lumen), que a su vez determina su aspecto semítico: gadosh, hagios, sanctus (Cf. Rudolf Otto, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, Madrid, 1983)

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