LAS ÍES BAJO LOS PUNTOS
DUERME LA SIRENA
Por Óscar Wong
En el fondo de la caracola duerme. Y
pretende reconstruirse. Como el niño en el seno de la madre, tiene todo el
conocimiento del mundo, afirma un antiguo relato sufi. Por eso sabe cuántas
gotas hay en el mar y cuántos granos de arena en el desierto. Brasas y cenizas afloran en la
oscuridad. No hay secreto sobre la faz de la tierra que desconozca, ni misterio
en el cielo o el mar que no pueda resolver.
Duerme la
sirena. Y en sus sueños exige al Mago, al Hechicero que la arrulle, que zuree nuevos cantos. Soplo sonoro, “aire herido”, según
el Divino Fernando de Herrera, la palabra transmite amor, odio, fuego sagrado
gracias el cual se autoriza la continuidad de la prudencia. Pero el
<<humo de la boca>> que se desvanece en el aire, según el ideograma
chino –hanyu (palabra, hua)– se extravía en ese punto que
resuena entre dos oquedades.
Hay una especie de horror al vacío.
El silencio es siempre inquietante y misterioso. Aunque El Hacedor de
signos calla porque no desea
despertarla. Sabe que el mutismo, condición sustancial del hablar, se asume
como la máxima sabiduría (que exalta la virtud del silencio y descubre su valor
religioso). Acaso por lo mismo cuando un niño cuando
está a punto de nacer, su ángel de la guarda baja del cielo y, colocando un
dedo sobre sus labios, sella todo su conocimiento dentro de él y le susurra una
única palabra: “Aprende”.
Los días inmortales son, reflexiona
el Adivino. Y Ella, como niño que se gesta, conoce
hasta la última letra de la Torah. “El lenguaje le ha sido dado al
hombre para que pueda ocultar el pensamiento” (Talleyrand). Por eso el
Descifrador de Signos musita simplemente: ¿para qué trastocar lo cotidiano?
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