domingo, septiembre 08, 2013


LAS ÍES BAJO LOS PUNTOS

DUERME LA SIRENA

 

Por Óscar Wong

 

En el fondo de la caracola duerme. Y pretende reconstruirse. Como el niño en el seno de la madre, tiene todo el conocimiento del mundo, afirma un antiguo relato sufi. Por eso sabe cuántas gotas hay en el mar y cuántos granos de arena en el desierto. Brasas y cenizas afloran en la oscuridad. No hay secreto sobre la faz de la tierra que desconozca, ni misterio en el cielo o el mar que no pueda resolver.

Duerme la sirena. Y en sus sueños exige al Mago, al Hechicero que la arrulle, que zuree nuevos cantos. Soplo sonoro, “aire herido”, según el Divino Fernando de Herrera, la palabra transmite amor, odio, fuego sagrado gracias el cual se autoriza la continuidad de la prudencia. Pero el <<humo de la boca>> que se desvanece en el aire, según el ideograma chino –hanyu (palabra, hua)– se extravía en ese punto que resuena entre dos oquedades.

Hay una especie de horror al vacío. El silencio es siempre inquietante y misterioso. Aunque El Hacedor de signos calla porque no desea despertarla. Sabe que el mutismo, condición sustancial del hablar, se asume como la máxima sabiduría (que exalta la virtud del silencio y descubre su valor religioso). Acaso por lo mismo cuando un niño cuando está a punto de nacer, su ángel de la guarda baja del cielo y, colocando un dedo sobre sus labios, sella todo su conocimiento dentro de él y le susurra una única palabra: “Aprende”.

            Los días inmortales son, reflexiona el Adivino. Y Ella, como niño que se gesta, conoce hasta la última letra de la Torah. El lenguaje le ha sido dado al hombre para que pueda ocultar el pensamiento” (Talleyrand). Por eso el Descifrador de Signos musita simplemente: ¿para qué trastocar lo cotidiano?

 


 

 

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