LAS “ÍES BAJO LOS PUNTOS
TRAS LA LLUVIA, EL MUTISMO
Óscar Wong
Desnuda, desprotegida, el alma empieza a tomar
la condición de frágil. Y empiezan los embates. Y el dolor se vuelve pesadilla.
“Efialtes”, precisa Borges, conocedor del griego, o “incubus” según el latín.
La vieja yegua de la noche empieza a dar de coces, oprimiendo el aliento. La
“Nightmare” también se vuelca a pleno día, a todas horas. Y el Corazón del
Hechicero se debilita porque esa “interminable aspiración irreductible de lo
absoluto”, el vacío, acecha como angustia existencial.
“Quien lo probó, lo sabe”, alcanza a
murmura el viejo Quevedo. Y el “hielo abrasador”, el “fuego helado” arremete
como búsqueda trágica en ese húmedo torbellino, en esa vorágine lluviosa en que
se metamorfosea la vida, “como una nota que florece en las alturas del vacío”, según
Huidobro.
Oquedad
luminosa, reverberante, la absurda nada que pretende ser henchida por la
oralidad divina, por ese Logos resonante que interpola el vértigo cósmico, el
preciso infinito que –en apariencia– cobra realidad, ahora simplemente se me
niega. Sí, definitivamente el Amor, como la pesadilla, se vuelve grieta del
infierno. Y por eso ahora enmudezco.
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